El asesinato en Beirut del ex primer ministro de Líbano Rafik Hariri, junto a otras nueve personas, resucitó el espectro de la violencia en uno de los pocos países de Medio Oriente que conservó tranquilidad y una relativa estabilidad en los últimos tiempos.
El atentado tuvo una escala sin precedentes desde el fin de la guerra civil que sufrió Líbano entre 1975 y 1990, donde rutinariamente se registraban muertes a causa de las bombas.
Hariri, un multimillonario de 60 años, es considerado el factótum de la lenta salida de aquella pesadilla.
Organizaciones islámicas se atribuyeron la responsabilidad del atentado. Pero, quienquiera que lo haya cometido, logró golpear en los puntos políticos y emocionales más delicados del Líbano de posguerra.
Muchos libaneses veían en Hariri la encarnación de los esfuerzos por la reconstrucción. De hecho, poseía una gran porción de la compañía responsable del remozamiento del destruido centro de Beirut.
La inmediata sensación fue que la frágil estabilidad sufrió un sangriento golpe. Francia, la ex metrópoli europea, pidió una improbable investigación internacional sobre el atentado.
Dado el apoyo que Siria suele brindar a organizaciones armadas islámicas, muchos en Líbano acusan al gobierno en Damasco.
En todo caso, Líbano va rumbo a una mayor polarización, que ya se percibe entre prosirios y los que se oponen a la influencia del poderoso país vecino. Damasco envió tropas a Líbano durante la guerra civil, a pedido del gobierno de hegemonía cristiana.
El conflicto concluyó con el Acuerdo de Taif, firmado en 1989 en Arabia Saudita por legisladores libaneses y que incluía una reforma política, el cese de la violencia, el establecimiento de relaciones especiales entre Damasco y Beirut y un cronograma para la retirada de las tropas sirias.
El control militar sirio era evidente entonces en todo el territorio nacional, a través de alianzas con milicias como la del islámico Partido de Dios (Hezbollah).
Siria nunca cumplió en su totalidad el Acuerdo de Taif. No retiró sus tropas por completo ni limitó su influencia. Eso originó resentimientos en la minoría cristiana, y también en amplios sectores de la población musulmana.
La situación llegó a un punto límite el año pasado, cuando Damasco obligó al parlamento libanés, en un acto de desembozada interferencia, a reelegir al prosirio presidente Emil Lahoud por otro periodo de dos años.
Eso llevó al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a aprobar la resolución 1.559, que exige la retirada total de las tropas sirias en Líbano y el fin de las intromisiones de Damasco en la política en Beirut.
Hariri era entonces primer ministro y se oponía a la reelección de Lahoud, con quien tenía frecuentes choques. Pero el gobierno sirio lo obligó a dejar de lado su reticencia. Renunció varios meses después.
El ex jefe del gobierno libanés era uno de los críticos más poderosos e influyentes del papel de Siria en su país. Pero antes tuvo buenas relaciones con Damasco. También con Arabia Saudita, incluso en la familia real, lo que evitó que sus choques con el régimen sirio pasaran a mayores.
Hariri manifestaba públicamente su oposición a la presencia militar siria por primera vez en la campaña rumbo a las elecciones parlamentarias de mayo, y muchos observadores consideraban que tenía grandes posibilidades de formar gobierno.
Por estas razones, muchos acusan a Siria y a sus apoderados en Líbano. Ahora, la violencia puede servirle de excusa a Lahoud para cancelar las elecciones, en las que los antisirios corrían con ventaja.
La Unión Europea ha llamado a mantener la convocatoria a las urnas.
En el corto plazo, el asesinato fortalece a Siria. Lahoud tiene autoridad sobre el ejército, mientras Damasco puede indicar que Líbano aún es inestable y necesita de su presencia. Ya lo ha hecho en el pasado.
Para Líbano, el atentado significa un retroceso a una época sombría y sangrienta. La incertidumbre y las tensiones a través de líneas políticas y religiosas recrudecerán. La inversión extranjera, crucial para un país con una deuda tan pesada, se retraerá.
La presión internacional sobre Siria también aumentará. Ya hay consenso entre Estados Unidos y Europa en ese sentido. Y la presión podría adoptar la forma de sanciones.
Washington ya las estableció en la Ley de Responsabilidad Siria, que exige a Damasco el cese del apoyo a organizaciones terroristas. Para el gobierno de George W. Bush, la mano de Siria también está presente en la insurgencia de Iraq.
Las acciones podrían determinarse más pronto de lo que se preveía. (