Argentina, uno de los principales productores de soja, maíz y trigo del mundo, tendrá este año una cosecha sin precedentes. Pero la caída de precios, el aumento de los costos, el empobrecimiento del suelo y la presión fiscal anuncian tiempos de vacas flacas.
Eduardo Buzzi tiene un campo en Argentina que quiere dejárselo a su hijo para seguir la tradición familiar iniciada hace 400 años en el sur de Europa. Pero el predio que compró su abuelo cuando llegó de Italia ya no reditúa como en los últimos tres años y teme perderlo.
La tierra es algo que hay que cuidar para la subsistencia de los que vienen, dijo a IPS este hombre que cultiva soja, trigo y maíz, los tres principales cultivos de exportación del país. Buzzi es presidente de la Federación Agraria Argentina, que reúne a pequeños y medianos productores rurales preocupados hoy por la rentabilidad de su trabajo.
Las estimaciones indican que Argentina tendrá este año una cosecha récord de 72 millones de toneladas de granos, consolidándose así como uno de los principales productores de soja, maíz y trigo para el mercado mundial.
Pero estos volúmenes ocultan una triste realidad: la primavera que vivió el sector agropecuario desde 2002 se acerca a su fin.
Como miles de los productores pequeños que representa, Buzzi también tiene miedo de caerse del mapa y no poder cumplir su sueño de perpetuidad. A la caída de los precios internacionales de los granos se suma el alza del valor de los insumos, el monocultivo que empobrece el suelo, y una muy fuerte presión impositiva.
El pequeño productor tiene una menor espalda para resistir la crisis, porque produce en menor escala, y en muchos casos apenas le alcanza para mantener a la familia, describió.
Estamos muy preocupados y declaramos el estado de alerta por el panorama que se avecina, advirtió Buzzi en su oficina en Buenos Aires de la Federación Agraria.
Para los productores agrícolas, el problema más crítico hoy es el retroceso de los precios que en un año fue de 30 por ciento en el caso de la soja, 37 por ciento en el trigo y 29 por ciento en el maíz.
Además, tampoco mengua la presión impositiva para la producción de soja, el cultivo estrella, que llega a 56 por ciento de su valor.
La caída responde, según expertos, al aumento de la oferta de los principales productores, que son Argentina, Brasil y Estados Unidos, y a la merma relativa en la principal demanda que se concentra en China, donde se afrontan problemas de financiamiento.
En forma paralela, también se incrementaron los valores de insumos tales como semillas, salto que un año llegó a 48 por ciento en el caso de las genéticamente modificadas, los fertilizantes, que fue de 54 por ciento, herbicidas, con 35 por ciento para el glifosato, y los fletes, con 35 por ciento de aumento en el mismo lapso aprovechando la mayor demanda.
Los grandes productores compensan la caída de la rentabilidad con una mayor escala e incluso aumento del área sembrada este año. Empero, todos, grandes y pequeños productores, admiten que la bonanza generalizada podría haber pasado a mejor vida.
El dinamismo del sector agropecuario argentino fue producto de la devaluación a inicios de 2002 de la moneda nacional, el peso, tras una década de paridad por ley uno a uno con el dólar.
La medida fue impulsada a comienzos de 2002 por el entonces recién asumido presidente interino Eduardo Duhalde, quien dejó el cargo en mayo de 2003 a Néstor Kirchner.
Esos más de 10 años anteriores, la paridad cambiaria constante por la llamada Ley de Convertibilidad provocó la desaparición de 103.400 productores pequeños y medianos y la crisis de endeudamiento o la quiebra de muchos otros.
En la actualidad quedan en actividad 317.000 productores rurales, según datos oficiales, cerca de 85 por ciento de los cuales son propietarios de predios pequeños y medianos.
La buena racha que sobrevino desde 2002 les permitió a muchos cancelar deudas y reinvertir en semillas, tractores, cosechadoras, camionetas y otras maquinarias.
Así, 33.000 de los 45.000 productores con sus créditos en mora con el estatal Banco Nación cancelaron sus deudas. Ese mismo fenómeno se observó con los préstamos otorgados por bancos privados y financieras.
Pero la mayor actividad permitió sobretodo que revivieran numerosas localidades inmersas en zonas de gran actividad agropecuarias, en las que se registró pleno empleo como por ejemplo en Las Varillas, en la central provincia de Córdoba, donde se volvieron a fabricar tractores.
También se reactivó la construcción por la tendencia de los productores a invertir en alguna propiedad en ciudades cercanas, adonde van a estudiar sus hijos.
Lo que pasó en los años 90 fue muy traumático para los productores y la reactivación fue muy buena, pero muchos comienzan a ver comprometido de nuevo su futuro de corto plazo, advirtió Buzzi. Lo mismo puede ocurrir en los otros rubros de actividad motorizados por el entorno rural.
La Asociación de Fábricas Argentinas de Tractores y la Cámara de Fabricantes de Maquinaria Agricola informaron que las ventas de enero cayeron 60 por ciento respecto del mismo mes de 2004.
Buzzi explicó que la caída de los precios internacionales podría compensarse con la aplicación de precios sostén, como se hace en Estados Unidos.
Así se lo propuso este mes al secretario de Agricultura, Miguel Campos. El precio se fijaría de acuerdo a la necesidad de garantizar una mínima rentabilidad a los más pequeños. Por ahora no hubo respuesta oficial al planteamiento.
Los productores grandes no están de acuerdo con introducir este tipo de subsidio indirecto por razones ideológicas.
Agrupados en la Sociedad Rural y en la Confederaciones Rurales Argentinas, los grandes terratenientes preferirían que el Estado renuncie a cobrar retenciones (impuestos a la exportación) y mantenga el mercado libre de intervenciones.
Para Buzzi, en cambio, el Estado debería intervenir y controlar la estructura de costos de las empresas que manejan el negocio de las semillas, fertilizantes o herbicidas, abusando de su posición dominante. Esas compañías aumentaron fuertemente los precios sin justificar las razones para ello.
Como el único ordenador del juego es el mercado, se induce al monocultivo de soja, lo más rentable, y eso tiene consecuencias muy negativas sobre el suelo porque la soja extrae muchos minerales de la tierra, remarcó el productor.
Según un estudio científico presentado en 2004 durante un seminario de expertos en suelo, cada año la cosecha de soja ûque se estima en unos 35 millones de toneladas- provoca una pérdida de nutrientes que podría valorarse en 1.130 millones de dólares anuales entre fósforo, azufre, potasio, nitrógeno y otros minerales.
Los fertilizantes que se están utilizando aportan apenas 25 por ciento de esa pérdida, lo que significa que hay un deterioro que se avizorará en el mediano plazo. La tierra se agota y en dos décadas tendremos hipotecado el futuro, avisó Buzzi.