Hacía poco que Ricardo Vidal y su padre habían celebrado el cumpleaños de la abuela, y ya confirmaban que «no se trataba de fantasmas, como se comentaba en la fiesta y murmuraban las comadres del pueblo».
Las sombras nocturnas que merodeaban la noche, llevando consigo cerdos y gallinas, no eran más que los hombres del coronel William W. Providence, listos para liberar a todo un pueblo de los abusos del Partido Conservador.
Casi veinte años pasaron desde el momento en que Jaime Sarusky empezó su búsqueda sobre el aventurero estadounidense William Walker (1824-1860) y la aparición del libro "Un hombre providencial", Premio Alejo Carpentier de Novela 2001.
Ahora, cuando Sarusky espera la entrega el próximo mes de febrero del Premio Nacional de Literatura 2004, reconoce que le llevó muchos años no sólo terminar la investigación sino "lograr hacer novela y no historia".
Este empeño, considerado por Sarusky como una "frescura", puede verse como el desarrollo lógico de un escritor que durante décadas se ha movido con igual habilidad entre el periodismo, la investigación periodística y la ficción.
"En mi caso los dos oficios siempre van juntos y quizá se complementan. Pero si la mirada va más al fondo, ¿acaso no hay una escisión sutil entre ambos?", dijo el escritor a IPS.
"¿Cuántos escritores no se han perdido a causa de que se ejerza sólo el periodismo? Al mismo tiempo, hay escritores incapaces de lograr la síntesis y el lenguaje imprescindible que se requiere para hacer buen periodismo", reflexiona.
"Como por milagro de prestidigitación", el trabajo periodístico lo libró muchas veces del enclaustramiento que él mismo se impuso durante el proceso de escritura de obras como su segunda novela, "Rebelión en la octava casa" (1966).
"Era tan obsesivo y absorbente y solitario que entrar en contacto con la gente, socializar aquella tarea a través del periodismo, me daba como un segundo aliento para seguir adelante en ambas vertientes", afirma.
Jaime Sarusky nació en 1931 en Ciego de Ávila, a unos 500 kilómetros de La Habana, de una madre bielorrusa y un padre polaco. Con más de 70 años, cree que el mejor negocio de su vida fue perder el comercio que montó en La Habana con dinero de su padre: con lo que le reportó la liquidación se fue a estudiar a París.
La obra reconocida con el Premio Nacional de Literatura 2004 incluye, además, la novela "La búsqueda" (1961) y los libros de reportajes "El tiempo de los desconocidos" (1977), "Los fantasmas de Omaja" (1986) y "La aventura de los suecos en Cuba" (2002).
Cientos de reportajes, entrevistas e historias de Jaime Sarusky han aparecido también durante más de medio siglo en publicaciones cubanas como Revolución, Revolución y Cultura y La Gaceta.
El premio, que se otorga desde 1986, fue entregado con anterioridad a personalidades de las letras cubanas como Dulce María Loynaz, Fina García-Marruz, Cintio Vitier, Abelardo Estorino y Antón Arrufat.
Entre los finalistas de 2004 se encontraba el escritor uruguayo Daniel Chavarría, radicado en Cuba.
El jurado que otorgó el reconocimiento anual a la obra de toda una vida, valoró por igual la consistente novelística de Sarusky y su afán como "rastreador de historias singulares", vinculadas con la construcción de la identidad nacional cubana.
"Esta ha sido una carrera compartida entre novela y periodismo de investigación, con una profundidad y un rigor poco habitual en Cuba en los últimos años", dijo a IPS el novelista, ensayista y periodista Leonardo Padura.
Para el poeta Alex Fleites, Sarusky "es uno de los pocos donjuanes de la literatura cubana, capaz de seducir con la palabra escrita y la oral".
"Sus primeras dos novelas ("La búsqueda" y "Rebelión en la octava casa"), muy cercanas al existencialismo sartreano, ejercieron influencia en los jóvenes narradores de los años 60 y aún hoy conservan su eficacia narrativa", opinó.
El escritor laureado cultiva la amistad "como uno de los valores fundamentales de la vida, aunque para eso, todavía no se haya inventado ningún premio", comentó en tanto la cineasta y periodista Lucía López Coll.
Sarusky reconoce que "ser escritor te hace ganar amigos" y también "enemigos, hasta gratuitos", y dice que entre las más importantes satisfacciones que le ha dado la literatura, está "el acto mismo de la escritura".
"Esa relación de la subjetividad del que escribe con la realidad que se quiere representar u objetivar a través del lenguaje, te da la sensación, a veces, de acercarte a la magia", asegura.
Y añade, "escribir con ganas tiene también la virtud de liberarte de fantasmas que te acompañan y que, querámoslo o no, son un acicate, un buen combustible para aferrarse más al acto creador".