Sí, hay hambre en Brasil, según la experiencia cotidiana en la nororiental ciudad de Fortaleza de funcionarios del Instituto de Prevención a la Desnutrición y la Excepcionalidad (Iprede), que contradice a quienes dan por superado este drama en el país.
Es inquietante para cualquier persona mirar a las niñas y niños de ojos profundos y huesos destacados bajo la piel, internados en ese hospital especializado, quienes hacen recordar a los grandes desastres africanos de hambre masiva. Actualmente están ocupadas 36 de las 50 camas de esa institución de Fortaleza, la capital del estado de Ceará.
Atendemos entre 1.000 y 1.200 niños y niñas con desnutrición al mes, la mayoría en grado ligero, pero por lo menos tres por ciento graves, informó a IPS la presidenta del Iprede, Inez Cabral de Araujo.
Cerca de 85 por ciento de los casos son de la misma Fortaleza, una ciudad de 2,3 millones de habitantes que creció últimamente debido a la inmigración de los que huyen de la pobreza rural.
La realidad cotidiana del Iprede contrasta con los datos de un estudio del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y desmiente algunas conclusiones respecto de que el hambre es una cuestión superada en el país, que cedió lugar a un problema en cierta medida inverso, como es la obesidad.
Sólo 3,8 millones de los 95,5 millones de brasileños mayores de 20 años, es decir cuatro por ciento, presenta déficit de peso, según la Investigación de Presupuestos Familiares 2002-2003, divulgada el 16 de diciembre por el IBGE, un organismo del Ministerio de Planificación.
Ese indicador permite afirmar que la población adulta de este país, observada en su conjunto, no está expuesta a riesgos de desnutrición, ya que incluso países ricos Y sin problemas alimentarios registran de tres a cinco por ciento de sus habitantes con déficit de peso por ser normalmente muy flacos, señalan los técnicos del IBGE.
En cambio, 38,8 millones de los adultos brasileños o 40,6 por ciento del total presentan exceso de peso y 10,5 millones de ellos son obesos.
La obesidad afecta a 13,1 por ciento de las mujeres y 8,9 por ciento de los hombres, detalla la investigación.
También el peso deficiente es más femenino, al registrar 5,4 por ciento como promedio nacional entre las mujeres y hasta 12,2 por ciento entre las de 20 a 24 años de edad, lo cual ya indica moderada exposición a riesgos de desnutrición. El índice es más alto entre los pobres y por tanto en el medio rural.
El resultado de esta investigación puso en tela de juicio el Programa Hambre Cero, puesto en marcha por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva a poco de iniciar su gobierno en enero de 2003, como su prioridad social y bandera de acción internacional.
Por ello, Lula reaccionó de forma inopinada, cuestionando los datos del IBGE. Pero su argumento de que las personas tienen vergüenza de admitir el hambre demostró desconocimiento de la investigación, basada en datos objetivos y no una simple encuesta.
El estudio se hizo de junio de 2002 a julio de 2003 en 48.470 domicilios de todo el país, con mediciones de altura y peso de las personas, además del seguimiento de las compras y hábitos alimentarios de las familias durante mas de una semana.
Los resultados sólo comprueban lo que advertimos hace tiempo, como es la transición nutricional, que redujo la desnutrición y multiplicó las personas con exceso de peso en las últimas décadas, comentó a IPS Zuleika Cozzi Halpern, secretaria general de la Asociación Brasileña para el Estudio de la Obesidad (Abeso).
De hecho, estudios hechos en 1974 y 1975 por el IBGE permiten la comparación, indicando que el déficit de peso bajó de 7,2 por ciento de los hombres adultos hace 30 años a 2,8 por ciento en 2002-2003. En contrapartida el exceso de peso pasó de 18,6 a 41 por ciento y la obesidad triplicó, de 2,8 a 8,8 por ciento en el mismo lapso.
Entre las mujeres adultas, la evolución fue menos brusca, el déficit de peso cayó de 10,2 a 5,4 por ciento en 30 años, el exceso pasó de 28,6 a 39,2 por ciento y la obesidad de 7,8 a 12,7 por ciento.
La obesidad es la pesadilla del siglo XXI, tanto en países ricos como en desarrollo, y crece también entre niños y niñas, destacó la endocrinóloga Cozzi Halpern. Su expansión aumenta las enfermedades cardiovasculares, diabetes y algunos tipos cáncer, como el de mama.
Su causa es el consumo inadecuado de alimentos, que en Brasil se caracteriza en los últimos años por un gran aumento de grasas, demasiado azúcar y productos refinados, y escasez de hortalizas y frutas. A eso se suma la vida cada día más sedentaria, sin ejercicios físicos, explicó.
En su opinión, la investigación del IBGE pone en jaque el Programa Hambre Cero, que desde el inicio fue criticado por expertos que advirtieron la falsa premisa del hambre masiva, afectando a decenas de millones de brasileños. Se confundió hambre, desnutrición y pobreza, según Carlos Augusto Monteiro, profesor de nutrición de la Universidad de Sao Paulo.
Pero es distinta la situación de adultos y niños, como hay diferencias entre hombres y mujeres, y la concurrencia al Iprede demuestra que la desnutrición infantil sigue siendo un problema grave en Ceará, realidad que se extiende al resto del nordeste, la región más pobre de Brasil, observó Inez Cabral, en contacto con IPS vía telefónica.
La última investigación estadística sobre la niñez indicaba en 1996 la prevalencia de desnutrición crónica en 11 por ciento de los niños brasileños, con 2,3 por ciento sufriendo desnutrición aguda, recordó.
La discrepancia de situaciones entre adultos y niños se comprobó en otro estudio, de ámbito limitado en una gran favela (barrio hacinado) de Sao Paulo. Entre las madres de más de 1.000 niños con nutrición deficiente, 53 por ciento es bien nutrida y 35 por ciento son obesas, según el Programa de Nutrición en la Comunidad de Paraisópolis, promovido por la Sociedad de Beneficencia Albert Einstein. Sólo el restante 12 por ciento son también desnutridas.