DESARME: Ciencias de la vida y de la muerte

Canadá atravesó difíciles experiencias sanitarias en los últimos tiempos, como brotes de encefalopatía espongiforme bovina y de gripe aviar, que afectaron al sector agropecuario, o cuando se expuso a los contagios de la neumonía atípica, que creó conciencia de los peligros frente los patógenos humanos.

Esos episodios, en apariencia tan remotos, pueden convertirse de improviso en una amenaza internacional, previno una delegación del gobierno canadiense en Ginebra que, sin embargo, valoró el hecho de que ninguno de esos casos tuvo orígenes deliberados.

Pero el riesgo está latente, como lo entienden los 152 estados partes y otros 16 signatarios que todavía no han ratificado la Convención sobre Armas Biológicas y que esta semana sostienen en esta ciudad suiza su segunda reunión anual.

Uno de los temas principales del debate es el fortalecimiento y la ampliación de los esfuerzos y mecanismos nacionales e internacionales de vigilancia, detección, diagnóstico y lucha contra las enfermedades infecciosas que afectan a humanos, animales y plantas.

El otro asunto en discusión es el refuerzo de la capacidad de reacción de la comunidad internacional ante casos de presumible empleo de armas biológicas o tóxicas así como de brotes sospechosos de enfermedades.

Muchos gobiernos y organizaciones de científicos y pacifistas siguen con preocupación estas cuestiones a causa de que siempre ha habido evidencias de programas de armamentos biológicos en ciertos países y, al mismo, la convención se muestra debilitada.

Desde la Edad de Piedra, cuando los bandos enemigos se arrojaban con heces de animales apestados, o durante el período colonial, en que los británicos entregaban las mortajas de sus soldados muertos por viruela a las tribus hostiles de India, el uso de agentes biológicos nunca ha cesado.

En tiempos recientes, las potencias y otros países establecieron programas de desarrollo de armas biológicas. Los últimos ejemplos evidentes han sido la ex Unión Soviética e Iraq.

La Convención llegó en 1972 para poner fin a la producción, almacenamiento, adquisición o venta de esas armas. Luego, en 1996, se estableció que la prohibición abarcaba también el uso de esos vectores, una veda que ya había consagrada por la Convención de Ginebra de 1925.

Pero la Convención carece de un mecanismo de vigilancia. La última tentativa por dotarla de ese instrumento fracasó en 2001, cuando Estados Unidos bloqueó la aprobación de un protocolo con el argumento de que las inspecciones revelarían informaciones estratégicas para la defensa o para los negocios de las industrias farmacéutica y biotecnológica.

Otros países han vuelto a insistir en la necesidad de obtener un mecanismo de verificación para la Convención. India dijo este lunes que, sin ese instrumento, el tratado pierde eficacia.

La delegación del país asiático insistió en un tema caro a los países en desarrollo cuando reclamó un incremento de la cooperación internacional en la transferencia e intercambio de materiales y tecnologías biológicas con fines pacíficos.

Hasta ahora se creía que en Estados Unidos, el gobierno y la industria del sector conformaban una alianza homogénea de rechazo a la verificación del cumplimiento de la Convención.

Empero, un programa de consultas efectuadas por el conservador Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington entre veteranos expertos de la industria y de la investigación determinó que el sistema de verificación es posible.

El texto que Estados Unidos rechazó en 2001 era defectuoso, pero eso no significa que no podría corregirse, estimaron los expertos entrevistados, que notaron la disparidad entre la retórica estadounidense sobre la amenaza de las armas biológicas y la inacción para encarar el problema.

No es solamente hipócrita y desconcertante, también es irresponsable dijo el estudio distribuido por la institución con sede en la capital estadounidense.

Una hipotética decisión de la industria farmacéutica de Estados Unidos de abandonar las investigaciones sobre la cura del cáncer, el mal de Alzheimer o de otras dolencias, produciría un alboroto público descomunal, pero, en cambio, la renuncia del mismo país a fortalecer la Convención sobre Armas Biológicas pasó prácticamente desapercibida, observó.

Pero las amenazas contra los humanos no son los únicos riesgos de las armas biológicas. El experto Jean Pascal Zanders advierte de que el problema es más complejo porque la guerra biológica puede ser dirigida también contra los animales y las plantas.

En ese caso, apuntaría a provocar un derrumbe económico y social sin causar pérdidas humanas, preciso Zanders, director del Proyecto de Prevención de Armas Biológicas, conocido por sus siglas en inglés BWPP, que reúne a organizaciones no gubernamentales pacifistas.

Otra preocupación BWPP es la posibilidad de empleo abusivo de los descubrimientos científicos y tecnológicos con propósitos hostiles, por ejemplo, con el uso de enfermedades como armas de guerra.

La ciencia y la tecnología progresan aceleradamente, con lo cual resulta fácil para un individuo, un grupo o un Estado, la adquisición de esa tecnología y su empleo criminal. Zanders aludió al caso de agentes biológicos en poder de activistas terroristas o criminales.

A menudo se escucha hablar de que miles, decenas de miles o aún centenares de miles de personas pueden ser muertas por agentes biológicos, lo cual es teóricamente cierto. Pero debemos tener en cuenta que mucho perjuicio se puede ocasionar también a la agricultura, insistió el director de BWPP.

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