Apenas algunos instantes en las tumultuosas honras fúnebres del presidente palestino Yasser Arafat bastaron para presagiar enormes problemas en los futuros esfuerzos de reanudación del proceso de paz en Medio Oriente.
En Gaza, hombres armados iniciaron un tiroteo el domingo en la hacinada tienda donde se recibían condolencias por la muerte del histórico líder, cuando era visitada por el ex primer ministro Mahmoud Abbas, sucesor de Arafat como jefe de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y candidato del gobernante partido Al Fatah para los comicios de enero.
Abbas, conocido como Abú Mazen y considerado un moderado por Israel y Washington, negó que el incidente tuviera un objetivo político o personal, aunque los hombres armados entraron gritando Abbas y Dahlan (Mohammed Dahlan, ex jefe de seguridad de la ANP en Gaza) son agentes de Estados Unidos. En el tiroteo murieron dos guardias de seguridad.
En el complejo de la Muqata en Ramalá, donde Arafat vivió y gobernó en los últimos tres años y fue enterrado el sábado 13, también se vivieron momentos de gran tensión.
Mientras seguidores de Arafat coreaban consignas en que prometían seguir el camino de moderación de su líder en los últimos años, militantes armados de la Brigada de Mártires de Al Aqsa, grupo vinculado con Al Fatah y ahora rebautizado Brigada de Mártires de Yasser Arafat, marchaban a través de la Muqata anunciando más atentados contra objetivos israelíes.
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Seis o siete organizaciones de seguridad estaban presentes, con diferentes uniformes. Las fuerzas, mal equipadas y entrenadas, perdieron el control de la multitud, lo que puso en cuestión su capacidad para imponer el control en los territorios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
La nueva realidad diplomática tampoco está clara. El reelecto presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y el primer ministro israelí Ariel Sharon parecen ansiosos por aprovechar la oportunidad que les ofrece la desaparición de Arafat.
Bush se refirió a la muerte del líder y emblema de la lucha palestina por la autodeterminación como una oportunidad para la paz, y Sharon como un punto de inflexión.
Sin duda, es demasiado crédito para un hombre que en los últimos años Bush y Sharon calificaron de irrelevante y que sólo podía moverse en el espacio de unas pocas oficinas de su sede de Ramalá, y eso por gracia de Israel, que pudo haberlo sacado por la fuerza en cualquier momento.
Es innegable que un hecho trascendental como la muerte de este ícono de la lucha palestina podría abrir paso a un avance hacia la paz en Medio Oriente, pero eso si las condiciones en el terreno se modificaran de manera sustancial.
En cambio, Israel continúa ocupando la mayor parte de Cisjordania, rodeando las ciudades palestinas y restringiendo el movimiento de personas, además de demoler viviendas y realizar arrestos y asesinatos selectivos en territorio de la ANP.
Sharon y su coalición de derecha no han dado señales de que aliviarán esa situación de los palestinos de algún modo. Tampoco han mostrado disposición a detener la construcción de asentamientos en Cisjordania, iniciar negociaciones serias ni tomar ninguna otra medida necesaria para reanudar el proceso de paz.
Bajo presión de Estados Unidos, Israel permitirá la celebración de elecciones palestinas el 9 de enero, para elegir un nuevo presidente. Sharon anunció incluso que podrán participar algunos palestinos de Jerusalén oriental, anexada por Israel y reclamada por los palestinos como la capital de su futuro estado independiente.
Muchos consideran que los líderes interinos de la ANP son parte de una elite corrupta que surgió alrededor de Arafat, y que provocó gran resentimiento en la población palestina en la última década. Esta vieja guardia todavía es fuerte, pero es desafiada por una nueva generación de líderes, no siempre moderados.
Abbas es uno de los pocos integrantes de esa vieja guardia que genera respeto entre la población, pero el incidente del domingo fue una señal temprana de la resistencia de los grupos radicales a un liderazgo moderado.
Durante los cuatro meses de su jefatura de gobierno, el año pasado, Abbas no pudo controlar a los extremistas islámicos, y su propia facción de Al Fatah lo consideraba demasiado moderado. Renunció en septiembre de 2003, sin lograr concesiones de Israel y tras divergencias con Arafat, que se resistía a ceder el control.
El cargo de primer ministro fue creado por presión de Estados Unidos e Israel, como forma de limitar el poder de Arafat.
Un alto dirigente de Al Fatah en Cisjordania, vinculado con la Brigada de Mártires de Yasser Arafat, opinó que el nuevo liderazgo debe apegarse a las demandas que estaban sobre la mesa en vida de Arafat, quien falleció el pasado jueves en un hospital de París.
Entre las principales demandas palestins se cuentan el pleno retiro de las fuerzas israelíes de las zonas que ocuparon durante la actual intifada (levantamiento contra la ocupación israelí, iniciado en septiembre de 2000), el congelamiento de la construcción de asentamientos, la liberación de fondos de la ANP retenidos por Israel, y la liberación de prisioneros palestinos.
La satisfacción de esas demandas parece muy improbable. Después de las elecciones, quedará claro si los nuevos líderes tendrán el espacio de maniobra que precisan para reanudar las negociaciones, pero algunos dirigentes de Fatah advirtieron que los comicios no deberían celebrarse si antes no se atienden los reclamos básicos palestinos.
Todos estos problemas indican que los líderes internacionales que esperan una solución rápida del principal conflicto de Medio Oriente deben moderar su ansiedad.
Mandatarios de países árabes prooccidentes y de Europa occidental con importantes comunidades musulmanes parecen especialmente interesados en la resolución del conflicto palestino-israelí, porque lo consideran una de las principales causas de inestabilidad en Medio Oriente y de sentimientos antioccidentales en sus países.
Sin embargo, cualquier solución acordada por ambas partes distará de lo que el mundo árabe y musulmán considera justo, aun si los palestinos la aceptan.
El peligro de presionar demasiado a una de las partes es una nueva ola de derramamiento de sangre, como ocurrió tras el fracaso de las conversaciones de Camp David en 2000.
La muerte de Arafat ofrece una oportunidad, pero no se la debe sobreestimar. No habrá solución al conflicto palestino-israelí si las dos partes no están dispuestas a invertir capital diplomático.