El anuncio este lunes de la renuncia del secretario de Estado (canciller) de Estados Unidos, Colin Powell, por lejos el miembro más popular del gabinete de George W. Bush, marca el campo hacia una reformulación de la cúpula de seguridad nacional.
Y una de las formaciones posibles es la constitución de una línea aun más dura en el poder de la única superpotencia mundial.
Powell era el más influyente entre los moderados en materia de relaciones exteriores, y el mayor escéptico dentro del gobierno respecto del uso de la fuerza militar, a pesar de ser él mismo un general condecorado.
Su dimisión fortalece a la coalición de línea dura que, bajo el liderazgo del vicepresidente Dick Cheney, dominó la política exterior luego de los atentados que dejaron 3.000 muertos el 11 de septiembre de 2001 y que incluye al nacionalismo belicista, al neoconservadurismo y a la derecha cristiana.
La salida de Powell tendrá efecto solo cuando su sucesor sea confirmado por el Senado. Con seguridad, la próxima renuncia será la de su segundo y mejor amigo en el gobierno, Richard Armitage, lo que dejará otra casilla libre en la mesa de ruleta de la burocracia diplomática en Washington.
Los dos candidatos más firmes para suceder a Powell son la consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Condoleezza Rice, y el embajador estadounidense en la ONU, John Danforth, tradicional dirigente del gobernante Partido Republicano y pastor anglicano, con escasa experiencia en relaciones exteriores.
Ambos son considerados blancos relativamente fáciles del ala más conservadora del gobierno, cuyo talento para la puja interna es bien conocido.
Ni Rice ni Danforth se acerca al prestigio y credibilidad de Powell, ni cuentan con las conexiones militares que le permitieron a él, un ex comandante del Estado Mayor Conjunto, esquivar el liderazgo civil del Departamento (ministerio) de Defensa.
Rice cuenta con la ventaja de un vínculo personal estrecho con Bush, algo que Powell nunca logró establecer, pero ha sido muy criticada en la primera presidencia de su jefe por no haber podido imponer la disciplina en las agencias bajo su supervisión.
Mientras, Danforth es considerado un gerente político de la vieja escuela, con escasa paciencia para las negociaciones, para no hablar de la acción política.
Aunque Rice se ha referido con frecuencia a un retorno a la vida académica, en el mundillo de Washingon se la percibe pretendiendo encabezar el Departamento de Defensa, cuyo actual secretario, Donald Rumsfeld, quiere supuestamente permanecer allí al menos un año más.
Para muchos, Rice estaría dispuesta a recalar en el Departamento de Estado si se la considera como primera opción par sustituir a Rumsfeld cuando el funcionario abandone su puesto.
Experta en asuntos militares de la disuelta Unión Soviética, Rice fue recomendada a Bush por Brent Scowcroft, el consejero de Seguridad Nacional de la presidencia de su padre, George Bush (1989-1993).
Scowcroft, quien también impulsó la figura de Powell, pronto se desilusionó con su protegida al alinearse ésta con Cheney y los suyos más que con el moderado secretario de Estado luego de los atentados de 2001, inclinando la balanza del poder hacia el ala más belicista del gobierno.
Scowcroft y otras figuras del Partido Republicano —los realistas en materia de política exterior, enfrentados con el ala belicista— también han manifestado su malestar por su fracaso en coordinar eficazmente el proceso de toma de decisiones políticas y el afianzamiento de la disciplina en las agencias a su cargo, para imponer una línea coherente.
En varias instancias, por ejemplo, la Secretaría de Defensa —con sede en el emblemático edificio del Pentágno, en las afueras de Washington— omitió en sus acciones de lado, deliberada e impunemente, decisiones políticas respecto de China, Irán e Iraq.
Los realistas aún tienen esperanzas en que Bush designe a uno de los suyos en remplazo de Powell. Sus favoritos son el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Richard Lugar, o el también senador Chuck Hagel.
Pero ambos hicieron eco durante la campaña electoral de críticas a la política del gobierno en Iraq, lo que enfureció a Cheney y a otras figuras del ala dura.
Cheney parece ser al menos tan poderoso para el próximo periodo como lo fue en el último. Él piensa que el disenso es deslealtad, dijo este lunes a IPS el colaborador de un legislador republicano. Se considera que el actual vicepresidente es el más poderoso de la historia de este país.
La renuncia de Powell era prevista desde hace tiempo, pero el contexto del anuncio de este lunes —en particular las turbulencias en la Agencia Central de Inteligencia (CIA)— la cargan aun más de significado.
El subdirector de la CIA, John McLaughlin anunció su retiro el viernes, e insistió en que se trataba de una decisión puramente personal.
Pero este lunes, los principales funcionarios del servicio clandestino de la agencia anunciaron su retiro luego de un fin de semana pleno de acusaciones y contraacusaciones vinculadas con la tensión entre el personal de carrera y los mandos políticos impuestos por el nuevo director, el ex representante republicano Porter Gross, quien remplazó a George Tenet en julio.
La partida de ambos funcionarios sucedió a la de Michael Scheuer, un funcionario secreto que condujo la oficina de la CIA que rastreó a fines de los años 90 al líder de la red terrorista Al Qaeda, a la que se atribuyen, entre otros, los atentados de 2001 contra Nueva York y Washington.
En un libro publicado este año, Scheuer criticó la invasión lanzada por Estados Unidos contra Iraq en marzo de 2003, a la que consideró un desvío de la guerra contra el terrorismo.
Tenet, un aliado de Powell, dejó la CIA luego de que un comité del Congreso legislativo detectó graves fallas en la agencia, fundamentalmente en lo relativo a Iraq.
Las renuncias fueron consideradas consecuencia de vendettas personales y profesionales a cargo del personal político encabezado por Goss, incluidos funcionarios que en el pasado ostentaron posiciones de nivel medio en la CIA. Pero, para otros, se trata de una purga de un alcance aun mayor. (