ELECCIONES-EEUU: Prueba para las relaciones transatlánticas

Más que ningún otro factor básico en los asuntos internacionales contemporáneos, la unidad de Occidente es lo que está en juego en las elecciones presidenciales de este martes en Estados Unidos.

Como destacó desde el inicio de su campaña el candidato del opositor Partido Demócrata, John Kerry, las relaciones transatlánticas (eje del sistema internacional posterior a la segunda guerra mundial, dominado por Occidente) nunca han estado más tensas que bajo el gobierno del republicano George W. Bush.

En efecto, la coalición de neoconservadores, nacionalistas y miembros de la Derecha Cristiana que han conducido la política exterior de Bush, en especial a partir del 11 de septiembre de 2001, fue la más desdeñosa hacia Europa desde la entrada de Washington a la segunda guerra mundial, cuando todavía los líderes estadounidenses trataban de evitar ”enredarse en alianzas” con las potencias europeas.

Ese desdén ha quedado registrado. Según varias encuestas de opinión realizadas en los últimos seis meses en países europeos, incluido Gran Bretaña, Kerry es el favorito, tanto de la ”vieja Europa” como de la nueva.

”Vieja Europa” es el término que utilizó despectivamente el secretario del Pentágono, Donald Rumsfeld, para referirse a Francia y Alemania por su oposición a la guerra contra Iraq.

La ”nueva Europa” incluye a los antiguos países comunistas de Europa central y oriental, ahora incorporados a la Unión Europea, que apoyaron a Bush en la guerra contra Iraq y no han recibido casi nada a cambio.

El aumento de la hostilidad de los europeos hacia Washington se basa sobre todo en el sentimiento europeo de que Bush, con su unilateralismo, ha pasado por alto sus intereses y recomendaciones.

Prueba de ello fueron el rechazo de Bush al Protocolo de Kyoto contra el cambio climático y la Corte Penal Internacional, así como la invasión de Iraq en marzo de 2003, pasando por alto a la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Encuestadores y expertos en ciencia política señalan que el enojo y resentimiento europeo es más que nada ”anti-Bush”, y no ”anti-estadounidense”. Sin embargo, una eventual reelección de Bush este martes volvería permanente la brecha en la alianza occidental.

”Esta elección estadounidense determinará el futuro de Europa y el Occidente transatlántico”, opinó Timothy Garten Ash, profesor de la Universidad de Oxford, en una columna publicada en el diario The Washington Post.

”Si Bush es reelegido, muchos europeos tratarán de convertir a la Unión Europea en una superpotencia rival de Estados Unidos”, advirtió.

Esa hipótesis parece improbable, en especial por la durabilidad de la alianza occidental desde la segunda guerra y el hecho de que los intereses económicos, empresariales y estratégicos de las dos partes son muy similares.

Sin embargo, la coincidencia de intereses podría no ser suficiente para mantener unidas a las dos partes. Después de todo, la alianza transatlántica se remonta sólo a la guerra fría, cuando el temor a la Unión Soviética unió a Estados Unidos y a Europa por primera vez en la historia.

En muchos sentidos, Bush y las fuerzas que lo apoyan han representado un regreso a un período anterior, cuando los estadounidenses proclamaban abiertamente ser lo mejor de la ”civilización occidental”.

Estados Unidos ha sido históricamente ambivalente hacia Europa. Los primeros colonos, en su mayoría cristianos calvinistas, se consideraban, al igual que los antiguos hebreos de Egipto, ”el pueblo elegido”, salido de una Europa pecaminosa y decadente, para fundar el equivalente al ”nuevo Israel”.

A través de los siglos posteriores, los ”americanos” buscaron todo el tiempo comparar sus logros en materia de arte, industria y ciencia con los de las grandes potencias del otro lado del Atlántico, a la vez que contrastaban sus valores morales y políticos cimentados en la democracia con lo que consideraban la autocracia, las jerarquías rígidas y la corrupción del ”viejo mundo”.

Este sentimiento de superioridad moral o política se confirmó en el ”aislacionismo” de Estados Unidos durante 150 años, dirigido sobre todo a Europa, en contraste con América Latina, el Caribe o Asia, que en algún momento formaron parte del ”destino manifiesto” de Estados Unidos como promotor de la libertad.

Esas ideas experimentaron un resurgimiento con Bush, quien agregó explícitamente a Medio Oriente a la lista de regiones a redimir mediante la ”misión democrática” de Washington.

Bush, un cristiano conservador nacido en el estado de Texas, en medio del ”cinturón bíblico” estadounidense, es claramente parte de esa tradición que considera a Estados Unidos como la fuerza de redención moral del mundo.

Kerry, en cambio, vivió buena parte de su infancia en Europa y se formó en el realismo de su padre, un diplomático del Departamento de Estado (cancillería) que tuvo un papel importante en la reconstrucción y unificación de Europa occidental y su integración a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza militar transatlántica.

El rechazo de Kerry al mesianismo y al sentimiento de superioridad estadounidense frente a Europa difícilmente lograría cambios inmediatos en la política exterior, en especial por la oposición en el Congreso legislativo, pero podría al menos empezar a cerrar la brecha transatlántica.

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