Para cualquier persona, no importa que sea extranjera, habitante del otro extremo de Cuba o capitalina de pura cepa, incluso para sus propios residentes, recorrer La Habana Vieja es como descubrir una ciudad siempre nueva.
Museos, salas de concierto, pequeños comercios, cafeterías, tabernas y hostales, todos con la marca cultural del centro histórico de la capital cubana, van surgiendo día tras día de las paredes remozadas de edificios hasta hace muy poco en ruinas.
Junto a ellos, aparece también un hogar materno para mujeres embarazadas en riesgo, viviendas para adultos mayores, aulas en los museos y un centro de rehabilitación para niños con enfermedades degenerativas del sistema nervioso central.
Este martes, al cumplirse 485 años de fundada, La Habana Vieja exhibe los resultados de una obra intensa de muchos años, la acumulación del deterioro y la necesidad de seguir salvando y construyendo.
Para Eusebio Leal, a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, el programa cubano de rehabilitación del centro histórico parte de que el desarrollo social y comunitario deben marchar al unísono con un proyecto de restauración.
Venimos de una experiencia fallida, hasta en países de grandes recursos, donde la restauración trajo consigo una desertificación de la ciudad, una transformación de la urbe habitada en espacio comercial, afirmó Leal.
El proyecto de La Habana Vieja, incluida desde 1983 en la lista de lugares que pasaron a ser Patrimonio de la Humanidad, es una proposición de buen gobierno, dijo el funcionario en una entrevista publicada en la última edición del semanario Tribuna de La Habana.
Un estudio de este año de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Instituto Nacional de Investigaciones Económicas de Cuba (INIE) ubicó el caso del centro histórico de La Habana como un modelo de integración económica y social.
Como los factores más relevantes de esta experiencia, la investigación resalta la voluntad política de llevar adelante un proyecto sostenible, la existencia de una estrategia de trabajo y la aplicación de un modelo descentralizado de gestión pública.
La vida cambió para bien en 1993, cuando el Consejo de Estado, máximo órgano cubano de gobierno, otorgó un estatus legal especial a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana para la gestión económica del centro histórico.
Fuentes de la Oficina aseguran que entre 1994 y 2002, el centro histórico sumó alrededor de 120 millones de dólares en ganancias y otros 12 millones por concepto de impuestos. Los ingresos provienen en su mayoría de la actividad turística.
Cerca del 45 por ciento de los fondos obtenidos fueron reinvertidos en proyectos productivos en la zona, 35 por ciento destinados a los programas sociales promovidos por la Oficina y al gobierno local y 20 por ciento se entregaron al Estado.
En ese período se terminaron 76 obras del patrimonio cultural, 14 hoteles con 413 habitaciones, otras 79 instalaciones turísticas como cafeterías y comercios, 11 inmobiliarias, 171 obras sociales y 3.092 viviendas.
Especialistas calculan que alrededor de 8.300 nuevos empleos han sido creados en el territorio para habitantes de La Habana Vieja o de municipios vecinos.
Un censo realizado el centro histórico en 2001 identificó la vivienda como uno de los problemas sociales más agudos de la zona. Algo más de 45 por ciento de las casas o departamentos no reúnen las condiciones de habitabilidad adecuadas.
Casi 67.000 personas se distribuían en ese momento en 21.005 viviendas, 52,5 por ciento de las cuales eran mujeres y, coincidiendo con una tendencia demográfica nacional, 16,5 por ciento del total de habitantes tenían 60 años o más.
En un intento por enfrentar las necesidades de este grupo vulnerable, la Oficina del Historiador creó un centro de geriatría e impulsó el programa de viviendas protegidas para adultos mayores, que ha contado con apoyo internacional.
La idea, según el estudio CEPAL-INIE, es resolver un grupo de pequeñas viviendas individuales que se complementen con otras de uso colectivo que permiten mejorar la calidad de vida de las personas de edad avanzada.
Varias veces he pensado en irme a otra parte de la ciudad y siempre me quedo, dijo Magda Rodríguez, una joven abogada de 27 años que siempre ha vivido pendiente del pasillo que se está cayendo o el derrumbe de la pared de la cocina.
Rodríguez sueña con el momento en que pueda irse a una casita plástica, como se conoce en La Habana Vieja a un conjunto de viviendas de tránsito para las familias cuyas viviendas están en proceso de restauración.
El censo del 2001 no encontró una relación estrecha entre el tipo de la vivienda y la intención de permanencia, sino que más bien prevalece el arraigo al lugar. Rodríguez, como el 67,7 por ciento de las personas censadas, no cambia su Habana Vieja por nada del mundo. (