AFGANISTAN: La aventura de construir prensa independiente

En Afganistán ”hay intimidación, violencia, problemas de seguridad”, pero ”lo que más cuesta es liberar las preguntas sin las cuales un periodista no existe. Preguntar por qué y para qué”, explica el argentino Ricardo Grassi, embarcado en crear prensa independiente en ese país en guerra.

Pajhwok Afghan News (algo así como Noticias Afganas Eco) comenzó a despachar reportes poco antes de las elecciones nacionales del 9 de octubre. El miércoles se anunció oficialmente el triunfo del hasta ahora presidente interino Hamid Karzai.

Afganistán sigue ocupado por 20.000 soldados estadounidenses y unos 3.000 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

Grassi, 35 años de periodista, militante izquierdista en los años 70 en su país, ex editor y ex jefe de redacción de la agencia IPS, estaba en Afganistán investigando mecanismos para fomentar el desarrollo de medios de comunicación por encargo de la Unión Europea (UE) cuando le ofrecieron organizar y dirigir una agencia de noticias independiente.

En eso descubrió que ser latinoamericano era una ventaja comparativa. ”En América Latina hemos desarrollado una visión crítica sobre la circulación de información y los actores presentes en ella”, dijo a IPS desde Kabul, en una entrevista por correo electrónico.

—¿Qué opina de las elecciones?

—Antes coincidía con los afganos que intentaron postergarlas para dar tiempo a crear fuerzas políticas representativas, capaces de negociar con dignidad con Estados Unidos. Pero esto no le interesaba a Estados Unidos y mucho menos a George W. Bush, que quería decir "democratizamos Afganistán” antes de jugarse su presidencia. Tampoco a la empresa petrolera Unocal, de la cual fueron consultores los dos ”presidentes” de este país, Karzai y Zalmai Khalilzad, el embajador estadounidense. Hace años que Unocal quiere construir un gasoducto que atraviese Afganistán de norte a sur. Las elecciones pueden ser vistas como una farsa que corona la verdadera historia. Pero votaron ocho millones de personas en 11,5 millones registradas. Esa movilización agrega un valor que supera cualquier farsa y cambia al país. Ahora hay que ver cómo sigue. A lo largo de la historia, los afganos siempre han echado a quien ocupó el país: Ciro el Grande, Alejandro Magno, Genghis Khan, rusos, ingleses, soviéticos…

—¿Cómo llegó a Afganistán y acabó dirigiendo Pajhwok?

—Fue en mayo y de un modo inesperado. En 2003, la Comisión Europea (órgano ejecutivo de la UE) nos contrató al periodista inglés Nick Nugent y a mí para hacer un informe sobre los medios de comunicación en Afganistán, recomendar políticas y evaluar medios independientes. Nuestras recomendaciones subrayaron la necesidad de continuar apoyando medios independientes, y más decididamente la creación de un sistema de información público, la reorganización de la Radio y TV Afganistán (RTA) y de la agencia nacional de noticias Bakhtar Information Agency (BIA). RTA y BIA son gubernamentales, según el modelo de la desaparecida Unión Soviética, no modificado aún. Propusimos ponerlas fuera del control gubernamental, con una primera fase de financiación estatal y, cuando exista, del parlamento, según el modelo de países europeos, y con un consejo de administración soberano integrado por figuras independientes. Me encargué de diseñar y armar el presupuesto de la nueva agencia nacional de noticias. Mi deseo era ocuparme de la reorganización de Bakhtar. Pero la Comisión Europea aún no decidió otorgar los fondos necesarios. En abril, el Institute for War and Peace Reporting (IWPR, Instituto para el Reporte sobre Paz y Guerra) me ofreció organizar y dirigir una agencia de noticias independiente, que ahora se llama Pajhwok Afghan News. Pajhwok quiere decir "eco” en idiomas farsi (persa) y pashto.

—¿Qué papel juega el IWPR?

—Es la organización no gubernamental más seria de todas las que vinieron a Afganistán para formar periodistas. La única con método y voluntad de entrenar formadores afganos. Ya hay 10 periodistas afganos en condiciones de entrenar a otros. Empezaron aquí hace dos años, bajo la dirección de dos personas extraordinarias, Lisa Schnellinger y Thomas Willard, estadounidenses, aunque la sede central de IWPR está en Londres y trabaja en 22 pases. En enero decidieron llevar el proceso al extremo: cubrir y distribuir información diaria, una agencia de noticias que fuese a la vez un ámbito de formación. Consiguieron los fondos. Mi presupuesto es de 2,3 millones de dólares. El plan es que Pahjwok sea totalmente afgana cuando termine mi trabajo, en marzo.

—¿Cómo funciona la agencia?

—El contexto es siempre formativo, aunque es un trabajo pagado. Cada reportero, editor, traductor, chofer o archivista es evaluado por los formadores afganos y por periodistas extranjeros de la sala de noticias, una búlgara, dos afganas-estadounidenses, una estadounidense, un inglés y yo, que descubrí la enorme ventaja de ser latinoamericano.

—¿Ventaja en qué?

—América Latina es pobre. Para ejercer nuestra profesión hemos aprendido el arte del rebusque, y la pasión es más fuerte que la retribución monetaria. Este bagaje permite quebrar aquí la relación malsana que tiende a establecerse con los ricos que llegan de Europa o América del Norte. Pero hay algo más importante: en América Latina hemos desarrollado una visión crítica sobre la circulación de información y los actores presentes en ella. Todos tienden a poner a un país del Norte como el actor principal: es Japón o Alemania que da un préstamo a un país del Sur, y casi nunca resulta protagonista el país del Sur. Esta diferencia es clave y difícilmente la ve un periodista del Norte, y los del Sur repiten este esquema mecánicamente, hasta que llega un latinoamericano y dice que debe ser al revés. En Pajhwok tratamos de que Afganistán y su población sean siempre el actor principal.

—¿Existe el periodismo afgano?

—Antes del régimen Talibán (que controló Afganistán entre 1996 y 2001), el país estaba ocupado por los soviéticos, que lo invadieron en diciembre de 1979 para sostener al régimen comunista instalado en abril de 1978. Todos los medios de comunicación eran y son gubernamentales. Lo que cambió ahora es que hay independientes, aunque todos necesitan ser financiados por alguna agencia de cooperación. Aún no existe un mercado publicitario que pueda asegurar autosuficiencia, pero lo habrá.

—¿No había experiencias de periodismo independiente?

—Sí, pero pocas y lejanas. La mayor parte de los periodistas que trabajan conmigo tienen entre 20 y 35 años, 24 de los cuales vivieron en guerra. O sea que conocen poco y nada de algo distinto.

—Pajhwok empezó a transmitir noticias en los días previos a las elecciones del 9 de octubre. ¿Cuál es el resultado?

—Bueno y algo desordenado. Aquí hay poca o ninguna experiencia en promoción y mercadeo. Teníamos que empezar antes de las elecciones, aunque no estábamos del todo listos. Montamos una web provisoria, pero estoy organizando un relanzamiento para cuando tengamos la definitiva. Hay una gran ventaja, podemos cubrir cosas inaccesibles para un extranjero, y nuestros periodistas tienen un conocimiento interno que lleva años alcanzar. Este es un país multicultural, tribal, con capas que han ido superponiéndose a lo largo de miles de años de historia. Los medios locales nos usan bastante, y seguimos festejando cada vez que alguien lo hace dándonos crédito. Cada vez son más. Pero la distribución es compleja. Poquísimos medios tienen Internet, entre 80 y 90 por ciento de los afganos son analfabetos, las radios locales son el medio más importante, ya que la producción televisiva es compleja, costosa y avanza con lentitud.

—¿Qué infraestructura tiene Pajhwok?

—La central está en Kabul, donde somos unas 120 personas. Hay otras cuatro oficinas, en Herat, Jalalabad, Mazar-e-Sharif y Kandahar, con dos corresponsales en cada una y muchos colaboradores externos. Ahora expandiremos la red a las principales ciudades y provincias. Tenemos toda la tecnología contemporánea y una casa muy grande en Kabul, con un jardín verde y rodeado de rosas altas.

—¿Cómo consiguen periodistas?

—Se ponen anuncios y la gente llega. Muchos no son periodistas, pero les atrae la idea de serlo. Todos pasan por el curso básico de formación.. Cada mañana tenemos una reunión para decidir la cobertura del día. La mecánica requiere un intérprete, pero es tan natural que ya ni nos damos cuenta. También aquí hay formación: preguntar sin piedad el por qué de cada nota, cómo va a ser cubierta, cuáles serán las fuentes consultadas. Muchos tienen un insuficiente conocimiento gramatical de farsi o pashto, los dos idiomas en los que producimos.

—¿Hay mujeres en el personal?

—Más que hombres, lo cual es un problema para cubrir ciertos temas y a ciertas horas del día. Esta es una realidad ônaturalmente” machista. Pero las mujeres no conviven con eso del modo dramático que pinta Occidente. Los hombres creen que dominan, y lo logran en la superficie. Las mujeres padecen esa superficie, cruelmente, pero sus recursos las llevan a profundidades y sutilezas que los hombres ni se imaginan. Ahora estamos en (el mes sagrado musulmán de) Ramadán. No se come ni se bebe agua hasta las 17.25. La mayoría deja de trabajar entre las 14.00 y las 15.00, y la tradición es que las mujeres tengan la comida lista a las 17.25. En la agencia decidimos que había que seguir trabajando por lo menos hasta las 18, organizando turnos. La primera reacción de los hombres fue decir que las mujeres no podían participar en la rotación. Yo insistí en que debían decidirlo ellas. Ya te imaginas el resultado. Siempre se queda alguna.

—Desde lejos se ve bastante difícil la tarea de recoger información y divulgarla en clima de guerra.

—Hay intimidación, violencia, serios problemas de seguridad y el país está geográficamente muy incomunicado. Pero las dificultades principales son las que mencioné antes y lo que más cuesta es liberar las preguntas sin las cuales un periodista no existe. Preguntar, sobre todo, por qué y para qué. Cuestionar todo, incluso el modo en que escribimos.

—¿Se queda a vivir en Afganistán?

—Mi contrato con Pajhwok termina el 28 de febrero, aunque ya sé que no será suficiente. ¿Cuánto viviré aquí? Vaya uno a saber. Cuando vine por primera vez era sólo por tres meses. Ya llevo un año. Ahora empecé a estudiar farsi. Tengo algunos muy buenos amigos. Extraño mucho a mi mujer y a mis hijos, aunque ellos ya viven por su cuenta.

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