Médicos estadounidenses de mediados del siglo XIX, algunos de reconocido prestigio en la época, creían que ciertos esclavos africanos sufrían una enfermedad mental, que bautizaron drapetomia, que los impulsaba a fugarse de las plantaciones en las que laboraban.
Ese convencimiento, relegado ahora a la categoría de disparate, es presentado como un paradigma de la relación existente entre el racismo y la salud, uno de los temas que examinó esta semana en Ginebra un cuerpo especializado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El organismo, denominado Grupo de Trabajo Intergubernamental sobre la Aplicación Efectiva de la Declaración y Programa de Durban, concluye este viernes dos semanas de sesiones sobre las cuestiones de la salud y el racismo y de Internet y el racismo.
La Declaración de Durban, sobre el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y todas las formas de discriminación, fue aprobada en 2001 en esa ciudad sudafricana, en una conferencia internacional que las delegaciones de Estados Unidos e Israel abandonaron por diferencias profundas con la evolución de las deliberaciones.
El caso de la seudo enfermedad drapetomia suena surrealista, pero en realidad es trágico, comentó Benedetto Saraceno, director de salud mental de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Algunos psiquiatras del pasado pensaban que determinadas poblaciones o razas, como les llamaban, mostraban mayor predisposición a problemas de salud mental.
La ciencia ha probado que no existe algo como la raza y que el concepto mismo es una construcción artificial, precisó Saraceno.
Sin embargo, el experto de la OMS observó que todavía perdura la creencia de que la raza condiciona el carácter moral y la capacidad intelectual, pues muchas personas siguen atribuyendo enfermedades de la conducta y de la mente a grupos humanos determinados.
A ciertos grupos étnicos se les endilgan conductas violentas y criminales, así como se piensa que los indígenas americanos están predispuestos biológicamente a contraer adicciones al alcohol y al juego.
Por el contrario, las enfermedades mentales no discriminan y muestran un alto grado de prevalencia en todas las poblaciones, sin miramientos de razas o de grupos étnicos, sostuvo Saraceno.
Lo cierto es que determinadas poblaciones, como minorías, refugiados, solicitantes de asilo y migrantes, soportan una carga desproporcionada de algunos problemas de salud mental, como el abuso del alcohol y de drogas prohibidas y el suicidio.
Pero la causa de esa diferencia no es su raza, sino su estatus socioeconómico y el menoscabo de su goce de una ciudadanía plena, explicó el experto de la OMS.
Para afrontar las consecuencias de esas disparidades se requiere que las políticas y los programas sanitarios incorporen una perspectiva contraria a la discriminación, estimaron los delegados de los países que participan de las sesiones del grupo de trabajo.
Paul Hunt, relator especial sobre el derecho a la salud designado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, recomendó que los países adopten políticas más ambiciosas aún que las contenidas en la Declaración de Durban.
En la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, los gobiernos acordaron amplios planes nacionales para combatir estos males, si bien su cumplimiento ha probado ser difícil.
En el tema de racismo y salud, por ejemplo, Hunt propuso que los gobiernos se orienten por las disposiciones de la Convención sobre los Derechos del Niño, que ha desarrollado con objetivos más amplios las cuestiones de la salud.
La delegación de Haití reclamó que el grupo de trabajo se ocupara del problema de las enfermedades olvidadas, como se denomina a las dolencias que atacan principalmente a las poblaciones de países pobres y por tanto no atraen las inversiones de los laboratorios farmacéuticos transnacionales para investigar y desarrollar medicamentos que las combatan.
El borrador de la resolución que discute el grupo de trabajo menciona que las enfermedades olvidadas representan un desafío crítico para los países en desarrollo y propone que el relator Hunt examine con la OMS las formas en que la comunidad internacional puede encararlo.
El grupo de trabajo, creado por la Comisión de Derechos Humanos en su sesión de 2003, comenzó sus sesiones ese mismo año en una clima tenso a causa de las dificultades que rodearon las negociaciones de Durban.
Estadounidenses e israelíes se retiraron de la Conferencia de Durban, pues en los borradores de trabajo de la reunión se describía a Israel como estado racista, concepto que finalmente no fue incluido en los documentos finales.
A su vez, los reclamos africanos de compensaciones por los daños causados por el colonialismo y la esclavitud, formulados durante la conferencia, enemistaron a potencias occidentales con países en desarrollo.
Existía entonces una suerte de divorcio entre los grupos de países e inicialmente predominaba la desconfianza, describió a IPS el presidente del grupo de trabajo, el chileno Juan Martabit.
Con el tiempo ha mejorado la relación entre las delegaciones y el Grupo Occidental, que integran la gran mayoría de las naciones industrializadas, se participa de manera más activa y se ha contribuido a la creación de un clima de diálogo, comentó.
La misma delegación de Estados Unidos asiste por lo menos a las reuniones, aunque no interviene en los debates, dijo Martabit.
En un ambiente de tolerancia se pueden alcanzar progresos, como ya ocurrió en la sesión anterior del grupo de trabajo, en enero, dedicada a los temas del racismo en relación con la pobreza y la educación, estimó el diplomático chileno.