¿Queda algo que el gobierno de George W. Bush pueda hacer para justificar su guerra contra Iraq o la forma en que ésta se ha librado?
La respuesta parece ser negativa, en vista de una creciente cascada de noticias, filtraciones y admisiones de funcionarios públicos en las últimas semanas, y en especial, en los últimos días.
Nunca hubo pruebas contundentes que vincularan al derrocado presidente iraquí Saddam Hussein con la red extremista islámica Al Qaeda, acusada por Washington de los atentados del 11 de septiembre de 2001, admitió el lunes el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, ante al Consejo de Relaciones Exteriores, un gabinete de expertos con sede en Nueva York.
Ese supuesto vínculo con la red terrorista del saudí Osama bin Laden fue uno de los dos argumentos principales del gobierno de Bush para lanzar una guerra preventiva contra Iraq.
El martes, The New York Times confirmó informes de los periódicos Knight Ridder sobre un estudio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) acerca del jordano Abu Musab al-Zarqawi, presunto lugarteniente de Bin Laden en Iraq. Dicho estudio no encontró pruebas de que el régimen de Saddam Hussein le haya ofrecido refugio a Al-Zarqawi ni de que éste coordinara sus acciones con Al-Qaeda, como sostenía Washington.
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Al día siguiente, el estadounidense Charles Duelfer, jefe de los inspectores de armas en Iraq, puso el último clavo en el ataúd del segundo argumento utilizado por Bush para justificar la invasión de Iraq: la supuesta posesión por Saddam Hussein de armas de destrucción masiva que amenazaban la seguridad de Estados Unidos y del mundo.
En su informe final ante el Congreso, Duelfer no sólo afirmó que Saddam Hussein no contaba con armas de destrucción masiva al momento de la invasión, en marzo de 2003, sino también que no hizo esfuerzo alguno para reconstituir su arsenal después que los inspectores de armas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) abandonaron Iraq, en 1998.
El informe, basado en inspecciones en el terreno, entrevistas con científicos iraquíes y toneladas de documentos del gobierno iraquí, concluyó que, aunque Saddam Hussein podría haber planeado la reanudación su programa para fabricar armamento no convencional en cuanto fuera posible, su capacidad para hacerlo estaba muy disminuida.
Esta conclusión contrasta con las advertencias de Bush antes y durante la guerra, de que Iraq representaba una creciente amenaza para Estados Unidos y sus aliados.
Como señaló Dick Durbin senador demócrata por el estado de Illinois, los últimos hallazgos implican que el gobierno creó la peor hipótesis a partir de la nada.
Por si esto no fuera suficiente para poner a la administración de Bush a la defensiva, esta semana trascendió una declaración del ex administrador civil de Estados Unidos en Iraq, Paul Bremer, a una compañía de seguros, en la que aseguraba que el gobierno nunca tuvo tropas suficientes en Iraq, tanto durante la invasión, para impedir saqueos, como en los meses posteriores.
Aunque la Casa Blanca intentó persuadir a la prensa de que Bremer nunca había solicitado más tropas, dos altos funcionarios entrevistados por The New York Times admitieron que el jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición había presionado para obtener más soldados, incluso antes de instalarse en Bagdad, en junio de 2003.
Las últimas revelaciones se producen en medio de un conflicto entre la Casa Blanca y funcionarios de carrera de la CIA, preocupados porque su agencia es culpada por los errores de información previos a la guerra, en medio de la campaña por las elecciones presidenciales de noviembre y de un acalorado debate sobre la reorganización de los servicios de inteligencia.
Así, mientras Bush y su vicepresidente Cheney refutaban acusaciones del opositor Partido Demócrata y su candidato John Kerry, según los cuales la situación en Iraq era cada vez más caótica como resultado de la incompetencia del gobierno, funcionarios de la CIA predecían más inestabilidad y violencia para los próximos 16 meses.
Esas predicciones se basan en detalles filtrados de un documento que fue entregado a la Casa Blanca el pasado agosto. Según ese informe clasificado, la situación en Iraq podría evolucionar hacia una guerra civil.
Otro documento filtrado, emitido dos meses antes de la invasión por el Consejo Nacional de Inteligencia, que preside la CIA, predijo que algunas consecuencias de la guerra serían una fuerte insurgencia anti-estadounidense en Iraq y un rebrote del sentimiento antiamericano en el mundo islámico.
Ambas filtraciones provocaron una airada respuesta del diario The Wall Street Journal, uno de las principales medios a favor de la guerra, y de otras voces neoconservadoras.
James Pavitt, un funcionario de la CIA que se retiró en julio, declaró al New York Times que nunca en su carrera de 31 años había sido testigo de tanto rencor y espíritu de venganza entre la agencia de inteligencia y sus amos políticos.
Sin embargo, no se resistió a señalar que ningún dato de inteligencia (producido por la CIA) constituyó un 'casus belli' que justificara la guerra en Iraq.