La candidatura de Francia como sede del Reactor Experimental Termonuclear Internacional (ITER) se fortalece, tras el accidente fatal en la central nuclear japonesa de Mihama la semana pasada.
La instalación del ITER comenzará en 2010, pero los participantes en el experimento —China, Corea del Sur, Estados Unidos, Japón, Rusia y la Unión Europea (UE)— aún no han decidido dónde.
La UE, China y Rusia apoyan a Francia, mientras Estados Unidos y Corea del Sur prefieren a Japón.
El gobierno y el sector nuclear francés evitan referirse en público al accidente en Mihama, pero muestran en privado esperanzas en que haya socavado la candidatura japonesa a sede del ITER, dijo a IPS Michelle Rivasi, directora del independiente Observatorio Ambiental Francés.
Cinco personas murieron y siete sufrieron severas lesiones en el accidente, ocurrido el lunes 9. Fue el último en una serie de graves incidentes en Japón, el primero en 1991 en esa misma central nuclear, y luego en la de Monju en 1995 y en la de Tokaimura en 1997.
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Este domingo se detectó una fuga de vapor de un tubo quebrado en otra central japonesa, la de Sinchi, aunque este incidente no tuvo tanta gravedad como el de la semana pasada.
La producción japonesa de electricidad depende en gran medida de las 18 centrales nucleares del país. Pero la seguridad en las 58 centrales francesas, que producen 80 por ciento de la electricidad nacional, no es mucho mejor, dijo Rivasi.
Hemos tenido accidentes en nuestras estaciones nucleares, y no podemos decir que la tecnología francesa es mejor que la japonesa, señaló.
Incidentes extremadamente serios, como el de la central nuclear de Civaux en mayo de 1998, nunca fueron analizados públicamente, dijo, por su parte, Stéphane Lhomme, portavoz de la organización no gubernamental Sortir du Nucléaire.
La transparencia, esencial en un asunto tan peligroso como la energía nuclear, no existe en Francia, advirtió Lhomme.
El panel de control en Civaux, la central nuclear más moderna de Francia, detectó una repentina caída de la presión el 12 de mayo de 1998. Ingenieros y técnicos trabajaron frenéticamente para decodificar una miríada de confusas señales. Enfriar el sistema insumió nueve horas.
Sólo entonces, los técnicos lograron ubicar la falla y cambiar un tubo roto. La industria nuclear y toda la sociedad francesa tuvimos esa noche una enorme suerte, dijo Lhomme.
Semanas más tarde, los ingenieros descubrieron otra falla de construcción a punto de ocasionar una catástrofe: quiebres en un tubo soldado.
La Agencia Alemana de Seguridad Nuclear, que investigó la falla, advirtió que los técnicos franceses habían demostrado considerable inseguridad al manejar el caso. La central nuclear debió ser sometida a grandes obras de reconstrucción.
Otras centrales nucleares francesas sufrieron accidentes similares. En diciembre de 1999, la estación en Blayes, en la costa atlántica cerca de Bordeaux, debió ser cerrada luego de que la alta marea inundó sus instalaciones.
Ambientalistas advirtieron el año pasado que hubo incendios en seis centrales. Los equipos de rescate reaccionaron en más de 50 minutos promedio, cuando el máximo establecido es de 15 minutos.
Todos estos hechos confirman no sólo la debilidad inherente de la tecnología nuclear, sino también la del sistema francés de atención a una catástrofe nuclear, según Lhomme.
El temor al daño ambiental aumentó. A raíz de la ola de calor que sumió Francia el año pasado, las centrales nucleares están ahora autorizadas a arrojar en los ríos agua a más de 50 grados centígrados.
Nadie sabe exactamente el efecto que esto tendrá en la salud pública y en el ambiente. Dejará de haber control sobre las descargas radiactivas en los ríos, indicó la activista.
Mientras, las autoridades ignoran la posibilidad de apelar a las fuentes renovables de energía, como el viento o la luz solar. Alemania, por ejemplo, tiene una capacidad de producción de electricidad a partir del viento de 13.500 megawattios, cantidad que se reduce a 220 en el caso francés.