Ahora que el virtual candidato del opositor Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos, John F. Kerry, eligió a su compañero de fórmula, todos en Washington se preguntan por el destino de Dick Cheney, el actual vicepresidente.
La experiencia política de Cheney, especialmente en materia de seguridad nacional, parece muy vasta frente a los apenas cinco años del demócrata John Edwards en el Senado.
Pero el carácter optimista y alegre de Edward le hará difícil al vicepresidente afrontar un debate televisivo frente a frente. Sin contar la destreza clintoniana del candidato demócrata a la vicepresidencia, horneada durante dos decenios como abogado querellante.
En cambio, Cheney se ha ganado una imagen pública de viejo gruñón, dado el tono de su insistencia ante la prensa en que hubo un vínculo real entre el depuesto presidente iraquí Saddam Hussein y la red terrorista Al Qaeda, afirmación luego desacreditada por informes oficiales.
Esa imagen se consolidó cuando profirió un insulto soez a un importante senador demócrata en pleno recinto del Congreso.
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Por eso, algunos veteranos republicanos sugieren que es hora de que Cheney dé un paso al costado, y lo hacen cada vez más públicamente.
Hay mucho que ganar y que perder en este juego. Los posibles reemplazos son el senador John McCain, la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y el secretario de Estado (canciller) Colin Powell.
Todos ellos son políticamente mucho más moderados, pero también carecen de la experiencia burocrática y política que hizo de este vicepresidente el más influyente y poderoso entre sus antecesores, por lo menos los del siglo XX.
Muchos expertos en relaciones internacionales creen que, de no haber sido por Cheney, Estados Unidos no habría ido a la guerra en Iraq. Su frase más célebre fue: No negociamos con el mal: lo derrotamos.
También se considera que Cheney vetó la posibilidad de que Estados Unidos hubiera alcanzado un acuerdo para el desmantelamiento del programa de armas nucleares de Corea del Norte a cambio de asistencia.
Los neoconservadores, que han perdido poder en los últimos meses tras dominar la política exterior, tendrán dificultades para recuperar su influencia en una eventual segunda presidencia de George W. Bush si Cheney no permanece en la Casa Blanca.
De hecho, ex colaboradores del ex presidente George H. W. Bush (1989-1993), padre del actual mandatario, realizaron el año pasado una discreta campaña ante la Casa Blanca para que el joven Bush se desembarazara de su vicepresidente.
Pero la mayoría de los analistas creen que el presidente mantendrá a Cheney en su fórmula, dado que su caída molestaría a la Derecha Cristiana y a los nacionalistas, sectores clave de su respaldo dentro del Partido Republicano.
Si un sector, aun pequeño, de esos grupos faltara a la cita con las urnas el 2 de noviembre, se reducirían mucho las posibilidades de reelección.
En este debate intervino, a través de una carta abierta publicada en el diario de circulación nacional USA Today, el director del periódico Des Moines Register, James Gannon.
Usted sabe mejor que nadie que se ha convertido en una imán para las críticas, en un blanco preferido de los opositores a su partido político, escribió Gannon, quien se consideró admirador de Cheney desde que fue jefe de personal de la Casa Blanca hace 30 años, durante la presidencia de Gerald Ford.
El diario de Gannon es el principal de Iowa, uno de los nueve estados oscilantes, como se denomina a aquellos que no tiene una definición tradicional entre demócratas y republicanos y en los que Kerry y Bush compiten cabeza a cabeza.
Sea justo o no, es demasiado fácil retratar a Dick Cheney como herramienta de la industria petrolera, como un partidario demasiado entusiasta de la guerra en Iraq o como un simpatizante demasiado crédulo en el hoy caído en desgracia Ahmad Chalabi, quien alimentó al gobierno de datos falsos de inteligencia sobre Iraq, observó Gannon.
Su antigua compañía, Halliburton, es un albatros político alrededor de su cuello, arrastrándolo no sólo a usted sino también al presidente Bush, agregó.
Usted debe preguntarse si su continua presencia fortalece o debilita la fórmula republicana, advirtió Gannon, quien sugirió como posible sustitutos a McCain o al nuevo embajador de Estados Unidos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), John Danforth.
De hecho, las encuestas son muy desfavorables a Cheney. Una realizada por el diario The Wall Street Journal indica que apenas 17 por ciento de los encuestados tienen una imagen muy positiva del vicepresidente, frente a 27 por ciento que la tienen muy negativa.
En una encuesta de The Washington Post del mes pasado, las opiniones positivas de Cheney se ubican entre 10 y 15 puntos porcentuales detrás de las de Bush, que, de todos modos, están en su mínimo histórico, con 45 por ciento.
Y, lo que es peor, entre los republicanos el nivel de aprobación de Cheney fue de apenas 48 por ciento, 30 puntos detrás de la de Bush.
Casi todas las últimas noticias fueron malas para Cheney. Por ejemplo, las investigaciones del gobierno y el Congreso sobre las asignaciones de contratos en Iraq sin licitación a Halliburton, empresa de servicios petroleros que el vicepresidente presidió entre 1995 y 2000.
Cheney también podría ser convocado por la justicia francesa como testigo de un caso de soborno relacionado con las actividades de Halliburton en Nigeria, cuando él encabezaba la compañía.
Tampoco lo favorecen las investigaciones sobre la divulgación pública de la identidad de una agente encubierta de la CIA, cuyos informes cuestionaban las afirmaciones del gobierno sobre los supuestos arsenales de Saddam Hussein.
Y, luego de que una comisión oficial nombrada por la propia Casa Blanca declarara que no había evidencia creíble de una relación de colaboración entre Iraq y Al Qaeda, Cheney declaró a la prensa que la evidencia en tal sentido era abrumadora.