Con un homenaje de música, danza y teatro, realizado el domingo en el teatro Teresa Carreño de Caracas, Venezuela despidió a Carlos Orta, el mayor bailarín que ha tenido en su historia, fallecido hace tres semanas en Nueva York.
Se convocó a los sectores artísticos venezolanos para que cada uno a su manera, y sin una programación previa, celebraran el legado del bailarín, que comenzó su carrera internacional a fines de los años 60, gracias a una modesta beca que le permitió viajar a Alemania.
Orta, fallecido a los 61 años, fue bailarín de los grupos alemanes Folkwang Ballet, Die Wuppertaler Buhnen y Tanz Forum, del holandés Neederlans Dans Theater, del estadounidense José Limón, y de los venezolanos Danza Hoy, Ballet Nuevo Mundo y Coreoarte. También trabajó con las compañías de Pina Bausch y Jiri Kylian.
Además, se desempeñó como coreógrafo y maestro de varias de esas agrupaciones, pero especialmente de Corearte, que él mismo fundó en Venezuela en 1983 y de la cual acababa de crear una extensión este año en Nueva York.
Coreoarte New York presentó el pasado 15 de abril las coreografías Tangos, Songs of the South y El último canto, en el Mulberry Street Theater.
El talento particular de Orta consistió en la fusión de técnicas y estilos. Mezcló los bailes latinos, como la salsa o el tango, con las técnicas de la escuela dancística de José Limón. A la vez, se desarrolló en la danza moderna, el ballet y el baile folklórico, de manera integrada, comentó a IPS Noris Ugueto, co-fundadora de Coreoarte.
No fue un bailarín clásico, pero tenía todo lo que aporta el ballet. Su equilibrio, por ejemplo, sobresalía. Nunca quiso incorporar las técnicas de otros grupos literalmente, sino que las transformaba y lograba un estilo particular, añadió Ugueto.
Para la crítica estadounidense Jennifer Dunning, lo que caracterizó a Orta fue su intensidad dramática excepcional, con algo del carisma de José Limón, destacado bailarín moderno mexicano.
Su sentido innato del movimiento hizo que Orta se planteara la danza como una experiencia cercana, cotidiana y expansiva, nunca como un reducto distante, privilegiado o reducido. De este modo, la calle y lo urbano fueron para él referentes ineludibles en sus procesos de investigación y creación, opinó el crítico venezolano Carlos Paolillo.
Entre sus coreografías de inspiración popular urbana destacan Un modo de andar por la vida, con música del argentino Astor Piazzolla; y Perfil, con el sonido del salsero puertorriqueño Willie Colón.
Nacido en la populosa barriada San Agustín del Sur, en Caracas, Orta fue enterrado el domingo en la capital venezolana. Pero antes de la ceremonia, sus restos fueron llevados al vecinal Teatro Alameda, para la despedida, con toques de tambor, de familiares y amigos de la infancia.
Aunque residió muchos años en el exterior, Orta mantuvo siempre una relación con el mundo de la danza en Venezuela, especialmente a través de sus clases en Coreoarte, donde formó a cientos de bailarines. También fue maestro de danza en la estadounidense Universidad de Long Island y en el Manhattanville College, de Nueva York.
Coreoarte rompió esquemas en Venezuela. La idea nunca fue hacer la compañía de Carlos Orta, sino formar una agrupación que tendría su propio lenguaje en la zona del Caribe, refirió Ugueto.
En el campo de la investigación, Orta estudió la cultura indígena yanomami (de la Amazonía, en el sur venezolano y el norte brasileño) para integrar sus cantos y literatura a la danza moderna.
En 1977 creó Yekuana, y en 1980 Minas y fulías, con música de la venezolana Isabel Aretz, coreografías en las que abordó desde una perspectiva contemporánea las culturas aborígenes y negras de América Latina. (