En los años 80, un operario de la empresa estatal petrolera YPF de Argentina pertenecía a la clase media y podía aspirar a que sus hijos estudiaran en la universidad.
Hoy, los desempleados que dejó la privatización de esa compañía marcan la parábola de un descenso masivo y acelerado de los sectores medios de este país, con impactos visibles en la educación, la salud y la política.
Las conclusiones pertenecen al libro La clase media. Seducida y abandonada que acaba de publicarse en Argentina, escrito por el experto en estadística Alberto Minujin y el periodista Eduardo Anguita.
El trabajo expone el carácter masivo del declive social, la aceleración del proceso tras el colapso económico de diciembre de 2001, y la característica de permanencia que adquirió ese descenso.
La clase media argentina tuvo un rasgo distintivo en la sociedad latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Se trataba de un conglomerado amplio y heterogéneo de trabajadores y profesionales, del campo y de la ciudad, que alcanzaron altos niveles de vida a través de una educación pública de gran calidad.
En 30 años, esa franja media de la pirámide fue cayendo hacia la base, junto a los más pobres, en este país de 37 millones de habitantes.
En diálogo con IPS, Minujin explicó que entre los más vulnerables están los desempleados que sufrieron el deterioro de sus vínculos sociales y familiares y comenzaron a padecer un proceso de marginación.
Aun si la economía se recupera, ese sector va a tener serios problemas para reintegrarse porque dejó de buscar trabajo, se desconectó y se desactualizó, sostuvo.
Son personas que pertenecieron a la clase media pero que fueron perdiendo lo que les daba identidad como grupo social: el trabajo, la educación y la salud, pasando por todos los bienes materiales de los que solían gozar.
Para sus hijos, los efectos serán aún peores, pronostica Minujin.
Muchos ya tienen dificultades para terminar sus estudios medios y encontrar empleo. Cuando lo consiguen, suele ser trabajo precario. Como ocurre en familias pobres, las desventajas comienzan a acumularse y afectan a las personas desde el día de su nacimiento, concluyó el autor, que es oficial de política y planeamiento del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
La clase media que en los años 80 representaba casi la mitad de la población, comenzó a empobrecerse a comienzos de la década siguiente. Era un fenómeno sin antecedentes en este país caracterizado por la movilidad social ascendente.
Los nuevos pobres eran familias de clase media que mantenían un capital en educación, bienes y servicios, pero que no ganaban lo suficiente para sostenerse por encima de la llamada línea de pobreza.
Sus hijos comenzaron lentamente a percibir los efectos negativos de una movilidad social inversa, hacia abajo. Así, el sector social de pobres por ingresos pasó de 3,1 a 35,8 por ciento entre 1980 y 2002.
En términos absolutos, la cantidad de integrantes de la clase media que engrosaron la pobreza pasó de 219.000 en 1980 a 4,3 millones en 2002.
Para Anguita, los que mejor ilustran esa parábola son los trabajadores que pertenecieron a la estatal YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) y que comenzaron en los años 90 a bloquear rutas y avenidas para mostrar los efectos negativos de la privatización de esa compañía, sobre todo en el empleo.
A los obreros, YPF les permitía un ascenso social. Podían aspirar a tener un hijo ingeniero que se incorporara a la empresa, comentó el periodista a IPS.
Uno de los entrevistados por Anguita fue trabajador de esa empresa en el enclave petrolero de Cutral-Có, en la austral provincia de Neuquén.
Acá YPF trajo el cine, puso el club, hacía festivales folclóricos y brindaba los servicios básicos, recordó el ex trabajador identificado como Aurelio. Ahora, la ciudad de Cutral-Có parece un pueblo fantasma. De 4.000 empleados, en la compañía privatizada local quedaron 400.
Las ventas de bienes y servicios del Estado de la década de 1990 dejaron a decenas de miles de trabajadores públicos sin empleo y con una indemnización que les duró muy poco, en un país que no generaba alternativas productivas de peso en el sector privado para absorber a los desempleados.
En pocos años, nació el movimiento de piqueteros, como se identificaron los desempleados que adoptaron la modalidad de protestar cortando con piquetes carreteras, puentes y autopistas.
Los autores recuerdan que la expansión de la clase media, a mediados del siglo XX, estuvo asociada a un Estado fuerte que promovió la industrialización y el desarrollo productivo mediante empresas públicas bajo su control.
Los empleados de ese poderoso sector público ganaban salarios altos y tenían a su disposición escuelas, universidades, institutos de investigación y hospitales de calidad a los que accedían sin pagar, porque también pertenecían al Estado.
La reforma neoliberal de la última década del siglo XX, con ajuste de gastos fiscales, privatización y aumento de la deuda externa, determinó el contexto del deterioro, cristalizado en un cambio de la estructura social.
Si en 1983, los más ricos de la pirámide ganaban 13 veces más que los más pobres, en 2003 la distancia entre ambos extremos era 50 veces mayor, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
En el nuevo siglo, el empobrecimiento de los sectores medios trasciende lo económico.
La ex clase media sufre además un proceso de des-educación, pobreza de ciudadanía y pobreza de futuro, suma de déficit que profundiza la debilidad económica.
Mediante entrevistas, el libro desgrana historias personales que ilustran el descenso social. La clase media empobrecida en ingresos, y sin perspectivas de mejora a través de la educación, no solo se embrutece culturalmente, sino que se hace fascista, y ese fenómeno es muy preocupante para el futuro político del país, dijo Anguita a IPS.
El autor, licenciado en comunicación social, observó una pérdida de ciudadanía que se expresa en un menor respeto a la ley y una disminuida tolerancia hacia lo diferente.
Antes, la clase media era capaz de convertir los conflictos en hechos de ciudadanía, ahora cada vez más sus reacciones son emotivas y viscerales, advirtió, y adjudicó ese cambio al deterioro educativo del sector.
Minujin, uno de los autores de otra investigación que a inicios de los 90 dio visibilidad al fenómeno de los nuevos pobres, señaló que en 1990 la clase media pauperizada se avergonzaba de haber descendido socialmente y ocultaba su pobreza.
En cambio, con la crisis de 2001, el problema se volvió masivo y se externalizó en las protestas que derivaron en la renuncia del presidente Fernando de la Rúa (1999-2001).
Los sectores medios golpeados debieron recurrir a cualquier forma de asistencia social, inclusive los subsidios para desempleados, equivalentes a 50 dólares mensuales, entre cuyos beneficiarios hay profesionales.
Una de las características de la nueva oleada de pobreza es su magnitud.
En 1974, apenas ocho por ciento de la sociedad era pobre. Actualmente, 48 por ciento de la población está dentro de esa franja que incluye a numerosas familias de clase media cuyos integrantes son desempleados, jubilados con magras pensiones, trabajadores informales o formales con salarios bajos.
Según los autores, para mantener el nivel de vida que tenía un niño de clase media en los años 80, una familia necesita hoy el equivalente a 700 dólares por mes.
Ese es el costo que se debe cubrir para que un solo hijo asista a la escuela, aprenda un segundo idioma y un instrumento musical, practique un deporte, vaya al cine y al teatro, se asegure vestimenta y libros. Y todavía no le dimos de comer, advierten.
Ese presupuesto, que habría que multiplicar por el número de hijos y agregarlo a otros gastos familiares (alimentación, vivienda, servicios básicos, gastos de transporte), está muy alejado del ingreso promedio.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, más de la mitad de los argentinos con ingresos no obtienen más que 230 dólares mensuales, menos de lo que requiere una familia de cuatro integrantes para no ser pobre (244).
Una de las mayores pérdidas sociales es la educación. Los autores introducen el concepto de des-educación para referirse al proceso inverso a la adquisición de conocimientos y desarrollo de la capacidad cognitiva.
Uno de los entrevistados es el actual ministro de Educación, Daniel Filmus, que se considera hijo de la clase media tradicional. Su padre era analfabeto y él es sociólogo con varios posgrados.
Para Filmus, el sentido de la movilidad social cambió. Estamos ante la primera generación de jóvenes que están peor que sus padres, subrayó.
La compra de libros de texto bajó de 12 a dos millones entre 1980 y 2002, principalmente porque se abandonaron hábitos típicos de los sectores medios como la lectura. Ese abandono está asociado a un pesimismo social, reflexionó.
La educación en el imaginario popular sigue siendo tan importante como era antes, lo que ocurre es que antes la educación era percibida como un trampolín y hoy se la ve como un paracaídas. Cuanto más grande es el paracaídas, más lento es el descenso, pero la perspectiva es siempre de caída, opinó.
Por otra parte, el sufrimiento por la caída dejó heridas muy graves en la salud de la clase media, sostuvo Minujin.
Aumentaron las consultas por enfermedades psicosomáticas, como las úlceras, y las patologías psicológicas, desde trastornos del sueño, apatía e hipocondría hasta depresión grave, intentos de suicidio y brotes piscóticos.
Profesionales del equipo de emergencias psiquiátricas del Hospital Alvear de Buenos Aires, recordaron que, tradicionalmente, 75 por ciento de las llamadas eran por consultas típicamente psiquiátricas como psicosis. Pero desde la crisis ese porcentaje pasó a corresponder a consultas por patología social.
Tristeza, decaimiento, depresión, desgano, la curva de estos síntomas ha subido de forma exponencial, aseguró a los investigadores Silvia Gross, coordinadora del servicio de Violencia Familiar del Hospital Alvear.
El impacto de la caída, aseguran los autores, sólo puede ser comparable con lo vivido por la sociedad de Europa oriental tras la disolución del bloque socialista a fines de la década de 1980, y su incorporación al esquema capitalista sin la protección del Estado en materia de educación, salud o trabajo.
En esos países aumentaron las tasas de mortalidad y cayó la esperanza de vida. Hubo una verdadera epidemia de ataques al corazón, suicidios y homicidios, y se dispararon enfermedades antes controladas, como la difteria o la tuberculosis, según investigaron los autores del libro.
Para Minujin, el proceso de caída puede detenerse y, si mejora la distribución del ingreso, la clase media va a resurgir con fuerza.
Pero no repetirá la identidad que tuvo la clase media tradicional, advirtió, y tampoco estará integrada por las mismas personas, porque en 30 años muchos quedaron por el camino.