PAKISTAN: Tensa espera

El gobierno y los jefes tribales de Pakistán están a punto de tomar las armas a causa de los remanentes de Talibán, el movimiento islámico que hasta 2001 dominaba la mayor parte del vecino Afganistán.

El día 7 expiró el plazo dado a las tribus rebeldes de Waziristán del Sur para que dejen de proteger (como supuestamente lo hacen) a combatientes de Talibán y de la red terrorista Al Qaeda, cuya acción en Estados Unidos en septiembre de 2001 desató la invasión a Afganistán.

El esperado registro de todos los extranjeros protegidos por la tribu —una virtual rendición— es la condición para que el gobierno de Pervez Musharraf los amnistíe, tanto a éstos como a los miembros de las comunidades.

La otra condición fue que se comprometieran a no usar suelo pakistaní para atacar terceros países, en obvia referencia a Afganistán, hoy bajo protección de una coalición militar liderada por Estados Unidos.

El 25 de abril, representantes de las tribus y del gobierno acordaron la oferta de clemencia. Las renovadas operaciones militares contra Talibán habían comenzado en marzo.

La oferta fue formulada por legisladores pertenecientes a esa zona y a Muttaheda Majlis-i-Amal (MMA), la coalición de seis partidos religiosos que controla más de un tercio del parlamento.

En el acuerdo se fijó un primer plazo —30 de abril— para que los militantes islámicos no pakistaníes ocultos en áreas tribales se inscribieran en un registro público.

Pero faltaba el principal líder tribal del lado afgano de la frontera, un señor de la guerra llamado Nek Mohammad, que aún profesa lealtad al mulá Mohammed Omar, líder de Talibán.

Finalmente, Nek Mohammad negoció con el ejército pakistaní otro plazo a fin de registrar a los extranjeros en su territorio, esta vez para el 7 de este mes. Pero esa fecha pasó, y ahora fue fijada una nueva, este viernes.

Los extranjeros pro Talibán, sospechosos de integrar la red Al Qaeda, se resisten a aportar sus datos personales, en especial sus fotografías.

Estos militantes, procedentes de Uzbekistán, Chechenia, de la occidental provincia china de Xinjiang y de países de Asia central y Medio Oriente, temen que Islamabad facilite esa información al gobierno de Estados Unidos y que éste, a su vez, se lo entregue a sus países de origen.

Es un argumento de peso, pero no tranquiliza a Estados Unidos ni a los procónsules del presidente George W. Bush en Afganistán. Islamabad está sometida a intensas presiones de Washington.

Las autoridades en Kabul, desde el presidente afgano Hamid Karzai hasta el embajador estadounidense Zalmay Khalilzade, insisten en que Pakistán debería iniciar acciones militares a gran escala contra aquellos que atacan objetivos en Afganistán desde áreas tribales pakistaníes.

Hay amenazas tenuemente veladas de que si Islamabad no actúa, el ejército estadounidense deberá tomar las riendas de la situación.

Del lado pakistaní, la situación es compleja. El régimen autoritario del general Musharraf está comprometido con la causa estadounidense desde los atentados que dejaron 3.000 muertos en Washington y Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Pero Musharraf también está comprometido con la instauración de un gobierno democrático en su país. Así, predica un Islam moderno y moderado, lo que suena como música a los oídos de Bush.

El propio dictador está en la lista de enemigos de Al Qaeda y ha sobrevivido a tres atentados contra su vida.

Pero el suyo es un gobierno creado por el ejército, la fuerza dominante en la política pakistaní. El propio Musharraf encabezó un golpe de Estado contra el primer ministro Nawaz Sharif en 1999.

Los militares han patrocinado y alentado a islámicos de línea dura durante 30 años. La consigna del ejército pakistaní es ”Fe, piedad y guerra santa en el camino de Dios”. Hoy, son incontables los oficiales y soldados que simpatizan con Al Qaeda, Talibán y otros grupos radicales.

Sin embargo, todos los expertos acotan que el ejército es una fuerza muy disciplinada, forjada al influjo de las fuerzas armadas británicas, la metrópoli colonial de Pakistán hasta 1947.

Por otra parte, la política de seguridad en la provincia pakistaní de Cachemira, fronteriza con la india de Jammu y Cachemira de mayoría musulmana y con una fuerte insurgencia, responde al nombre de Jihad (guerra santa).

Los partidos religiosos, en especial Jamaat-I-Islami, han asistido al ejército en casi todas sus operaciones, en especial en su apoyo encubierto a los insurgentes cachemiras.

Mientras, la población pakistaní es considerada por expertos la más antiestadounidense de la región, en particular por el medio siglo de intensa amistad entre los dos países.

El propio ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger atribuyó los problemas de Pakistán a su ”pactitis” con Washington. La ”guerra contra el terrorismo” de Bush aumentó la impopularidad de Estados Unidos.

Por otra parte, la campaña militar de Islamabad contra Talibán es considerada un fracaso. El ejército sufrió demasiadas bajas, 60 muertos ante 40 talibanes. Luego, se vio obligado a detener la operación por temor a que las tribus se rebelaran.

En segundo lugar, los rebeldes no pueden ser obligados a hacer lo que Washington quiere. De hecho, Islamabad sólo obtuvo una promesa verbal de los líderes tribales de que no atacarían Afganistán desde territorio pakistaní.

Ahora, cuando faltan horas para que se venza el tercer plazo, aún no se cumplió con ninguna de las condiciones para que los combatientes extranjeros y los jefes tribales sean amnistiados.

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe