Francia sigue negando haber apoyado en 1994 al ejército de Ruanda, entonces dominado por la etnia hutu, en el genocidio de más de 900.000 personas, pese a la abrumadora evidencia en contrario.
El actual ministro del Interior de Francia, Dominique de Villepin, dijo hace tres años, cuando encabezaba la cancillería, que la intervención francesa salvó a cientos de miles de vidas.
Pero el presidente ruandés Paul Kagame, de la minoritaria etnia tutsi que sufrió particularmente el genocidio, corrigió a De Villepin: Sí, los franceses salvaron muchas vidas, pero las vidas de los que cometieron el genocidio.
De Villepin y Kagame se referían a la Operación Turquesa, una misión de paz en Ruanda lanzada por el gobierno francés con aval de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 23 de junio de 1994, cuando el genocidio ya casi había terminado.
Varias investigaciones indican que Kagame tenía razón.
Según esos estudios, la Operación Turquesa protegió a los hutus que comandaron las masacres cometidas desde el 7 de abril de 1994, y que luego escaparon a la fronteriza Zaire (actual República Democrática del Congo), entonces controlada por el dictador Mobutu Sese Seko.
El gobierno de Francia ha estado involucrado en la política de Ruanda, aun antes de 1994.
El territorio que hoy es Ruanda fue colonia alemana hasta la primera guerra mundial (1914-1918), cuando pasó a poder de Bélgica. Tras una sangrienta guerra civil, el gobierno colonial belga decidió retirarse y en 1961 se proclamó la independencia.
Desde entonces, Francia comenzó a involucrarse cada vez más en Ruanda en nombre de la francofonía y con el objetivo de consolidar su influencia en Africa. En 1975 firmó un acuerdo de suministro armamentístico con la dictadura hutu de Juvenal Habyarimana.
Así, Habyarimana contó con gran apoyo militar francés y belga en los años 80, pese a la clara evidencia de que ordenó matanzas de opositores, en especial de la minoría tutsi que tradicionalmente dominó el territorio.
Las fuerzas del régimen contrarrestaron una rebelión liderada por el insurgente Frente Patriótico Ruandés, integrado por tutsis exiliados en Uganda, entre ellos Kagame, el actual presidente.
Ruanda es un país de apenas 24.000 kilómetros cuadrados ubicado en el centro de la región de los Grandes Lagos y lindante con Burundi, Tanzania, Uganda y la República Democrática del Congo.
Casi 80 por ciento de los ocho millones de ruandeses pertenecen a la etnia hutu, y el resto son tutsis.
Los tutsis fueron objeto de varios ataques desde 1990, pero la mayor masacre se produjo luego de que fuera derribado en Kigali el avión en el que Habyarimana regresaba de una reunión en Tanzania, el 6 de abril de 1994, junto a su par de Burundi, Sylvestre Ntibantunganya.
Los rebeldes tutsi fueron acusados de la muerte del dictador y, en respuesta, los hutus más radicales, que controlaban el ejército y las milicias paramilitares, lanzaron una ola de asesinatos contra tutsis y hutus moderados.
Los hutus mataron a unas 800.000 personas en tres meses, según cálculos de la ONU. Pero el ministro de Cultura de Ruanda, Robert Bayugamba, dijo la semana pasada que se recuperaron los cadáveres de 937.000 masacradas en ese periodo, y que esperaban hallar más.
Además de las fuerzas del gobierno y las milicias Interahamwe (los que luchan juntos, en ruandés), el RPF tutsi también es responsabilizados del genocidio, pues sus acciones enardecieron a la mayoría hutu.
Testimonios y documentos desclasificados confirman que el gobierno francés sabía que los hutu planeaban lanzar las masacres.
Los militares franceses enviados a las bases del ejército ruandés necesariamente sabían lo que sucedía y estaban plenamente informados de que las masacres se estaban planificando, afirmó Romeo Dallaire, el general canadiense que encabezó una misión de la ONU enviada a Ruanda en 1993.
El periodista francés Patrick de Saint-Exupery, autor del libro L'Inavouable. La France en Ruanda (Lo incalificable: Francia en Ruanda), confirmó las afirmaciones de Dallaire.
Los militares franceses entrenaron a los asesinos en el genocidio. Instruyeron al ejército ruandés en las técnicas y estrategias de contrainsurgencia, indica en su investigación.
Dallaire cree que los altos mandos oficiales franceses incluso participaron en algunos enfrentamientos entre el ejército ruandés y los rebeldes.
En los días posteriores al asesinato de Habyarimana vimos a varios soldados europeos usando uniforme del ejército ruandés y participando de las maniobras, aseguró.
Esos soldados europeos, al parecer franceses, luego se unieron a la Operación Turquesa. Para entonces ya se había perpetrado el genocidio. La operación sólo sirvió para permitir que los líderes hutu escaparan del país.
Un estudio elaborado por analistas independientes concluyó que bancos estatales franceses enviaron cerca de seis millones de dólares a las milicias hutu.
A pesar de toda esta evidencia, Francia se niega a aceptar cualquier responsabilidad por el genocidio en Ruanda.
Una investigación de la Asamblea Nacional en 1998 sólo habló de disfunciones institucionales en la ayuda francesa al ejército ruandés, y calificó de error estratégico la participación en ese conflicto.
Pero Pierre Banner, quien presidió la comisión parlamentaria que estudió el caso, admite ahora que Francia colaboró con las masacres.
Apoyamos un ejército racista y no tomamos la distancia necesaria en el momento del genocidio. Creo que Francia haría algo muy bueno si acepta su responsabilidad, afirmó.