Un año después de que Estados Unidos y Gran Bretaña consolidaran su control militar sobre Iraq, el gobierno de George W. Bush parece estar empezando de cero, si no en peores condiciones que al principio.
El gobierno carece de una estrategia global y el dilema de qué hacer para asegurarse el control de Iraq, aunque sea en el corto y mediano plazo, le causa profundas divisiones internas.
Los neoconservadores que rodean al vicepresidente Dick Cheney y al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, siguen oponiéndose con fuerza a dar a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) un rol importante en Iraq, así como a restar protagonismo a sus colaboradores locales, como el cuestionado Ahmed Chalabi.
La máxima autoridad civil de la ocupación estadounidense, L.Paul Bremer, confirmó este viernes en Bagdad que la política iniciada hace 11 meses de purgar la administración de Iraq de los elementos del depuesto régimen de Saddam Hussein ha sido pobremente implementada y requiere una revisión.
Las declaraciones de este viernes implican el retorno a sus puestos de miles de cuadros altos y medios del Baath, el partido socialista y laico de Saddam Hussein, en especial policías y militares necesarios para garantizar la estabilidad y el orden que 160.0000 soldados estadounidenses y británicos fueron incapaces de imponer.
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De todos modos, el gobierno ha insistido en que la política de desbathificación era y es adecuada.
Esta semana, el propio Bush afirmó que el enviado especial de la ONU en Bagdad, Lakhdar Brahimi, tendrá la responsabilidad de determinar la composición y facultades de una nueva autoridad de transición que, con soberanía limitada, reemplazará al Consejo de Gobierno Iraquí designado por Estados Unidos el 30 de junio.
La intención es que la nueva entidad sea reemplazada, a su vez, tras las elecciones previstas para enero próximo. La intención de Washington es que el sello de Brahimi y de la ONU le den a las autoridades la aceptación internacional y local que hasta ahora fue esquiva al desacreditado Consejo de Gobierno.
Todo esto estaba previsto desde el año pasado, pero se tornó urgente por los retrocesos del último mes, en especial la violencia que se cobró la vida de un centenar de soldados estadounidenses y un millar de iraquíes en la ciudad de Faluya, en algunas áreas de Bagdad y en el sur de mayoría chiita.
De repente, Washington, que estaba en proceso de reducir su presencia militar de 150.000 a 100.000 soldados para antes del 30 de junio, afronta una creciente resistencia en el denominado triángulo sunita, así como de la mayoría chiita cuyo apoyo a la invasión era considerada imprescindible por el gobierno de Bush.
Los esfuerzos para reprimir la insurgencia en Faluya fueron políticamente desastrosos. Cientos de iraquíes muertos en los combates, incluidos mujeres y niños, elevaron la solidaridad con la ciudad y se convirtieron en un punto de unión entre sunitas y chiitas, nacionalistas e islámicos hartos de la incompetencia de las autoridades de la ocupación y de sus humillaciones.
Estoy convencido de que la Autoridad Provisoria de la Coalición creó una situación en que los iraquíes están en una total revuelta psicológica, dijo esta semana al diario estadounidense Christian Science Monitor el cientista político iraquí Gailan Ramiz, residente en Bagdad que cursó sus estudios en Estados Unidos.
Militares y fuerzas de seguridad iraquíes entrenadas y supervisadas por Estados Unidos no apoyaron a las fuerzas de la coalición. Eso alimentó la impresión de que es ingenua la pretensión de transferir la tarea de seguridad a los iraquíes y concentrar la mayoría de las tropas estadounidenses en cuarteles discretos y alejados de los centros urbanos.
Generales estadounidenses en Iraq admitieron esta semana que hasta 10 por ciento de las fuerzas de seguridad iraquíes trabajaron con o se unieron a los rebeldes, y que un 40 por ciento adicional simplemente desaparecieron o se negaron a cumplir órdenes de las fuerzas ocupantes.
Observadores consideraron que los porcentajes reales son aun mayores.
La iraquización del plan de seguridad debe ser exhaustivamente reexaminada, dijeron Jessica Mathews y Marina Ottaway, analistas de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.
Pero la reacción estadounidense, incluida la delegación de Bush de la autoridad a Brahimi y el reclutamiento por parte de Bremer de ex baathista, parece más la huida hacia la salida de emergencia que parte de una estrategia global para estabilizar el país.
Cada cuestión política es objeto de una puja interna entre los realistas alineados con el Departamento de Estado (cancillería), los militares de carrera y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y los neoconservadores.
El gobierno pasará por momentos difíciles sin llegar a ninguna parte. Veo mucho espacio para el sabotaje por parte de una u otra facción si no logran lo que quieren, dijo un funcionario del Departamento de Estado que pidió no ser identificado.
Chalabi, respaldado por los neoconservadores, proponía una agresiva desbaathificación. Es improbable que Brahimi lo recomiende a ningún puesto del gobierno interino. El otrora líder de la oposición a Saddam Hussein en el exilio considera al representante especial de Kofi Annan parte de una conspiración que reúne a la ONU, el Departamento de Estado y la CIA por el control de la transición.
Los neoconservadores también temen que una mayor responsabilidad de la ONU en Iraq derive en una política menos agresiva hacia los insurgentes.
No hay ningún plan, musitó el senador republicano John McCain a la salida de una reunión a puertas cerradas con la consejera de Seguridad Social de la Casa Blanca, Condoleezza Rice.
Tres días de audiencias en el Congreso legislativo sobre la situación en Iraq confirmaron lo mismo, a los ojos de analistas: el gobierno está comprometido en una táctica de voluntarismo y planificaciones cortoplacistas.
El gran problema con la nueva política iraquí es que está en guerra con la vieja, dijo el periodista David Ignatius, columnista del diario The Washington Post.
Los iraquíes se despertarán el 1 de julio con 160.000 soldados estadounidenses y un embajador estadounidense manejando los hilos. ¿Cómo se supone que eso cambie el rostro estadounidense de la ocupación?, ironizó el senador Joseph Biden, del opositor Partido Demócrata.