Un centro de rehabilitación de adictos a la heroína en el noreste de India emplea grilletes, cadenas y grandes candados para impedir que 74 personas internadas allí, de 11 a 40 años de edad y provenientes de comunidades tribales, vuelvan al consumo de esa sustancia ilegal.
Los recluidos en el Hogar Cristiano Gamnuam de la ciudad de Chura Chandpur (o Churachandpur), en el distrito del mismo nombre del estado de Manipur, participan encadenados en actividades vocacionales como fabricación de fideos, confección de vestimenta, carpintería y canto coral, en el marco de un programa de tres años y medio de duración.
La desesperación los vuelve ingeniosos, y son capaces de abrir los candados comunes para escapar y volver al consumo de drogas, alegó el religioso Pavkholian Dousel, de 64 años, director y fundador de la institución, que ha funcionado durante 17 años.
Si escaparan, yo sería el responsable ante sus familias, que insisten en que los mantenga encadenados y cautivos hasta que abandonen su adicción, sostuvo.
La ciudad de Chura Chandpur está situada 65 kilómetros al sur de la capital del estado, Imphal, y tiene unos 150.000 habitantes, con el porcentaje de adictos a la heroína más alto del país.
La droga llega a través de la frontera que separa al distrito de Birmania y se vende muy barata, a 100 rupias (unos 2,2 dólares) la dosis inyectable.
Una encuesta entre consumidores habituales de heroína indicó que muchos de ellos son alumnos de escuela primaria, que a menudo sirven como correos para los traficantes o cometen otros delitos para poder acceder a la droga.
En cada hogar hay por lo menos un consumidor, aseguró el activista Joy Ganguly, de Sahara, una organización no gubernamental con sede en Nueva Delhi que emplea métodos más tradicionales de rehabilitación de adictos.
La región libra una batalla perdida contra la adicción a la heroína, afirmó la activista Irene Singh, con larga experiencia en tareas de rehabilitación y estrategias de reducción de riesgo para consumidores de drogas ilegales.
Varias de las personas recluidas en el Hogar Gamnuam afirmaron, sonrientes, que el brutal tratamiento de Dousel les conviene, y defendieron el lema de esa institución Cambiar con cadenas, que incluso les inspiró una canción, interpretada con sacudidas de los grilletes para marcar el ritmo.
La primera vez que me pusieron las cadenas fue dolorosa y humillante, y sólo pensaba en escapar, contó Pau Siamal, de 30 años, que está en el Hogar Gamnuam desde 2001.
Pero después de seis meses sin consumir drogas, empecé a sentirme mejor, y las cosas cambiaron emocional, espiritual y físicamente. Ahora me siento incompleto sin las cadenas, aseguró.
Estar encadenado me ha ayudado a quebrar el debilitante hábito de las drogas, dijo a IPS Mangboi, de 28 años, que reside en la institución desde hace 18 meses.
Para él, las primeras semanas en muchos años sin consumir heroína fueron una pesadilla, por los efectos del síndrome de abstinencia en su demacrado cuerpo. Pero los grilletes y Dios cambiaron por completo mi vida, y ya ni me doy cuenta de que los llevo, afirmó.
Quince de las personas residentes en el Hogar ya no llevan cadenas, porque Dousel considera que son capaces de no recaer en la adicción. La mayoría de los recluidos compiten entre sí por llegar a esa fase, y varios permanecen en forma voluntaria en la institución tras terminar el tratamiento, como auxiliares.
El método incluye un sistema de recompensas cuando Dousel considera que avanzan hacia el abandono de la adicción, consistente en usar cadenas y grilletes más livianos, que permiten mayor libertad de movimiento.
Enseñamos a los adictos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la santidad de acuerdo con la Biblia, explicó el director de la institución, quien piensa que la fe es crucial para superar la adicción.
Todos los internados en el Hogar provienen las regiones montañosas cercanas, cuyas comunidades tribales fueron convertidas al cristianismo por misioneros hace más de 140 años.
Aquí no hay coerción, y todos son libres de irse si sus padres los autorizan, indicó Dousel, quien destacó que los padres tienen la obligación de asistir a frecuentes sesiones del tratamiento de sus hijos.
El Hogar ha recibido a más de 1.500 adictos a la heroína desde 1987, y observadores independientes piensan que pocos de ellos han recaído, pese a que no hay estudios en la materia.
Los internados son privados por completo de la droga desde que ingresan por primera vez al edificio central de madera del Hogar, que también cuenta con un pequeño patio central, dormitorios y estaciones para actividades.
Su jornada comienza a las cinco y media de la mañana con servicios religiosos, lectura de los evangelios y canto coral. Luego fabrican fideos, cosen vestimenta o construyen una nueva capilla y un gran depósito subterráneo de agua.
Sólo se les quitan las cadenas para bañarse y para jugar al fútbol todas las tardes. El equipo del Hogar ganó el año pasado el campeonato de primera división de ese deporte en el distrito.
El costo del tratamiento es 2.000 rupias (unos 42 dólares) por mes, pero cerca de un tercio de las personas recluidas allí fueron admitidas no pagan.
Algunos de los internados son acompañados por sus esposas e hijos, pero las mujeres no duermen con sus maridos, sino con la familia Dousel.
Organizaciones humanitarias presentaron acusaciones contra Dousel ante la justicia poco después de que el Hogar comenzó a funcionar, pero todos los padres de las personas que reciben el tratamiento respaldaron a la institución y pagaron a sus abogados defensores. Los juicios aún no han terminado.
La popularidad del Hogar ha aumentado tanto que Dousel no puede satisfacer la demanda de su tratamiento, y eso aporta clientes a otras tres instituciones cercanas que emplean cadenas para la rehabilitación, fundadas posteriormente, que albergan en total a unas 150 personas.
Al principio parece inhumano, pero funciona, opinó el académico local Tonsing Vunglallian. (