La XVIII Bienal Internacional del Libro empieza este jueves en Sao Paulo con la esperanza de recibir más de 600.000 visitantes en 11 días y fomentar la lectura en un país que lee muy poco.
La gran feria es también un momento de gloria para Oswaldo Siciliano, quien, después de más de 50 años sembrando librerías, preside la Cámara Brasileña de Libros (CBL), promotora de la Bienal, el mayor encuentro del sector en América Latina.
Esta decimoctava edición refleja la sensación de que el mercado editorial será este año mucho mejor que el estancado 2003, y por eso despierta un gran interés de los empresarios, evaluó Siciliano, más conocido como dueño de librerías en las grandes ciudades brasileñas, aunque también editor.
Los 45.000 metros cuadrados de la muestra fueron rápidamente alquilados por 262 expositores representando a 830 editoriales. Durante la feria serán lanzados 2.000 nuevos libros y se realizarán más de 700 actividades culturales (charlas, presentaciones de los autores y espectáculos).
Las bienales, que se alternan entre Sao Paulo y Río de Janeiro, se han convertido en grandes actos culturales para promover la literatura en este país de más de 178 millones de habitantes donde el promedio de lectura por persona es de solo 1,8 libros por año, un tercio del de países ricos como Estados Unidos e Italia.
La mitad de los libros leídos no son adquiridos. El escaso interés en la lectura y los bajos ingresos de la población limitan el mercado a unos 26 millones de compradores efectivos, 30 por ciento de los adultos alfabetizados, según un estudio de 2001 de la CBL y otras instituciones.
Aun así Brasil es considerado el octavo mercado mundial de libros. Un milagro, si se toma en cuenta el elevado índice de analfabetismo funcional y los desequilibrios en la distribución librera.
Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, 11,8 por ciento de los mayores de 15 años son analfabetos absolutos (14,6 millones) y 25,9 por ciento analfabetos funcionales (32,1 millones), lo que suma 37,7 por ciento de población que no puede leer.
En el territorio brasileño las librerías escasean. Las buenas no son más de 700, y los locales de venta suman casi 2.000, contando kioscos precarios y otros tipos de tiendas, como papelerías y supermercados.
Esto dificulta que los libros lleguen a los compradores y amplía el papel de las dos grandes bienales y de las pequeñas ferias que tienen lugar en ciudades medianas del interior.
El mismo gobierno contribuyó al cierre de miles de librerías en las últimas décadas, al comprar libros didácticos directamente a las editoriales para distribuir a los alumnos de la enseñanza pública. Eso quitó al mercado librero poco más de la mitad de todos los libros publicados en el país.
Otro problema es la falta de bibliotecas, fundamentales para fomentar la lectura en un país de población pobre. Cerca de 1.200 de los 5.600 municipios brasileños no cuentan con ninguna.
Este panorama de carencias hace que las tiradas de cada nuevo título se limiten a 3.000 ejemplares en promedio, encareciendo el producto y desalentando su compra, en un círculo vicioso.
Pese a todos estos problemas, en los últimos 50 años proliferaron las editoriales, que ya suman más de 530 en el país, casi la misma cantidad de las verdaderas librerías, y los nuevos títulos publicados anualmente se multiplicaron por diez, destacó Siciliano.
Actualmente son cerca de 24.000 nuevos títulos por año, según datos de la CBL, 80 por ciento de ellos de autores nacionales. La devaluación de la moneda desde 1999 desalentó la publicación de obras extranjeras, elevando mucho los costos de derechos autorales.
Además de Siciliano, el libro en Brasil cuenta con la dedicación de otros héroes menos conocidos, casi anónimos, para zanjar obstáculos.
Evandro dos Santos, un albañil de un barrio periférico de Río de Janeiro, instaló una biblioteca en su casa más de cinco años atrás, a partir de 50 libros hallados en la calle. Con su esfuerzo y donaciones, los aumentó a más de 30.000 ejemplares y además creó filiales en barrios cercanos.
El año pasado obtuvo el apoyo del Ministerio de Cultura para construir un edificio que sirviera de sede a su Biblioteca Comunitaria Tobias Barreto. El célebre arquitecto Oscar Niemeyer lo ayudó diseñando el proyecto que le abrió las puertas a otras contribuciones.
La pasión de Dos Santos por los libros era inimaginable cuando llegó a Río a mediados de la década de 1980, como un pobre migrante del noreste de Brasil, con 27 años y casi analfabeto.
Brasilia tiene otro raro fomentador de la lectura. Luiz Amorim, también analfabeto hasta los 16 años convirtió su carnicería T-Bone en una biblioteca cuando la adquirió en 1994. Los escasos libros que prestaba aumentaron y suman hoy más de 6.000 ejemplares.
Amorim se hizo conocido por la extraña mezcla de carnes y libros, pasó a organizar otras actividades culturales y decidió instalar una biblioteca fuera de su carnicería.