No lleva más que un rápido recorrido por Soweto, el enorme asentamiento irregular en los suburbios de Johannesburgo, para ver los males que aún proliferan en Sudáfrica, 10 años después del fin del apartheid.
Esto comprobaron unos 200 académicos extranjeros invitados a revisar la primera década de democracia en este país, invitados a la conferencia Sudáfrica: 10 años después del apartheid.
El encuentro de tres días, entre el 24 y el 26 de este mes, se celebró en esta capital, organizado por el grupo de investigación y estudios Africa Institute, para analizar el primer decenio libre del régimen segregacionista blanco que rigió en este país hasta 1994.
Los negros no tienen tierras, observó Fred Hendricks, de la Rhodes University en Sudáfrica. Se suponía que tras el fin del apartheid, 50 por ciento de las tierras pasarían a los sudafricanos desposeídos. Pero esa transferencia no llegó a tres por ciento en 10 años, añadió.
Según cifras gubernamentales, se entregaron 1,8 millones de hectáreas a 134.478 familias desde 1994. La ocupación de haciendas de la minoría blanca en el vecino Zimbabwe convirtió la reforma agraria en un tema delicado para los sudafricanos en los últimos años. Y el gobierno ha preferido andar con pies de plomo.
Hendricks señaló también que sólo una pequeña proporción de las acciones de la Bolsa de Valores de Johannesburgo pasó a manos de negros, apenas de cuatro a seis por ciento, sostuvo.
A menos que esas cuestiones sean afrontadas, serán causas de inestabilidad en el futuro, advirtió.
La minoría blanca constituye apenas 13 por ciento de los 44 millones de sudafricanos.
El ministro de Empresas Públicas, Jeff Radebe, expresó preocupaciones similares. Debemos desmontar la estructura racista de la economía. En los próximos cinco años deberemos gastar 15.000 millones de rands (2.300 millones de dólares) para promover el empoderamiento negro, sostuvo.
Nuestra política es dar poder a los desposeídos de la sociedad, en especial la población negra. Debemos perseverar, sin temores ni debilidades, dijo Radebe al hablar el viernes 216 a los participantes de la conferencia.
Las leyes segregacionistas del apartheid negaban a la mayoría negra el derecho al voto, a la educación y a la propiedad privada. Como resultado, más de la mitad de la población negra vive en la pobreza, según cifras oficiales. Y son negros la mayoría de los que no tienen trabajo. El desempleo trepa a 31,2 por ciento.
El jefe de Comunicaciones del gobierno, Joel Netshitenzhe, sostuvo que el porcentaje de cargos directivos y ejecutivos en manos de negros pasó de 15 a 16 puntos entre 2000 y 2001. Y la proporción de negros en empleos calificados o profesionales creció menos aún: 0,2 por ciento en ese periodo.
Los avances más importantes se reflejan en el aparato gubernamental, donde los negros ocupan hasta 72 por ciento de los cargos.
Algunas empresas propiedad de sudafricanos blancos se resisten a dar espacios a los negros, dijo Netshitenzhe.
Tenemos una anomalía. El liderazgo político y empresarial no comparten el mismo contexto. No hablan el mismo idioma. No fueron a la misma escuela, explicó.
En las elecciones de 1994, que pusieron fin al apartheid, ganó el ahora gobernante Congreso Nacional Africano (CNA), que había luchado durante décadas para terminar con la segregación de los negros. Pero las elites empresariales y financieras continúan esencialmente blancas.
A inicios de marzo, el ex presidente Frederik de Klerk (1989-1994), último que gobernó bajo el apartheid, había expresado a la prensa su preocupación por la forma en que se estaba implementando el empoderamiento negro.
Respaldo el programa. A lo que me opongo es a la forma en que se lleva a cabo. La legislación al respecto ha creado preocupación en las minorías y temores a una discriminación en sentido contrario, señaló.
Como parte de la política de empoderamiento entraron en vigor varias leyes, como la de Minería y la de Servicios Financieros que procuran dar a los negros el control de casi 25 por ciento de ambos sectores económicos en los próximos 10 años.
Otra preocupación en la era del post-apartheid sudafricano es la migración de población rural a las ciudades.
Entre 1994 y 2003, ese flujo alcanzó a 33 por ciento, según datos gubernamentales. Pero las zonas urbanas no están bien equipadas para afrontarlo. Debemos detener el éxodo rural. Debemos crear empleos agrícolas, dijo el activista para los derechos humanos Dan Nabudere, de Uganda.
¿Esto es posible?, cuestionó Netshitenzhe.
El apartheid solía mantener a la población negra en sus 'bantustanes' (pequeños territorios donde debían asentarse forzosamente). No podemos hacer eso ahora. La gente siempre migrará de zonas pobres a las áreas que perciba como prósperas, añadió. (