¿Acaso el director de la CIA, George Tenet, fue la última persona en Washington en enterarse de que el presidente estadounidense George W. Bush recibía información exagerada sobre el arsenal de Iraq?
Es muy improbable.
Bush y el vicepresidente Dick Cheney esgrimían informes de inteligencia sobre Iraq recopilados y aderezados en el Departamento (ministerio) de Defensa por funcionarios del ala neoconservadora del gobierno. Esos datos esquivaban los canales oficiales en su camino hacia la Casa Blanca.
Y Tenet camina en una delgada línea entre la lealtad con Bush y la confianza en su equipo de inteligencia, pues continúa sugiriendo que realmente no sabía nada de lo que sucedía en esa oficina del Pentágono, a unas pocas millas de distancia por el río Potomac.
Hace apenas un mes, en una exaltada defensa del profesionalismo de los espías estadounidenses, Tenet alardeó de haber sido la única fuente de información de inteligencia del presidente.
[related_articles]
El martes, empero, admitió ante el Comité de Servicios Armados del Senado que no conoció hasta la semana pasada el aporte de información desde el Pentágono a la Casa Blanca sin su conocimiento.
¿Es normal (…) que un análisis formal relativo a la inteligencia se presente ante el (gubernamental) Consejo Nacional de Seguridad sin que usted ni siquiera lo sepa?, le preguntó, incrédulo, el senador Carl Levin a Tenet.
No lo sé. Nunca estuve en tal situación. Debo decirle, senador, que soy el principal funcionario de inteligencia del presidente. Tengo la visión definitiva sobre esos asuntos, replicó el jefe de la CIA (Agencia Central de Inteligencia).
Sé que usted lo cree, remató Levin, con sarcasmo.
El diálogo refleja la mayor crisis de inteligencia en la historia moderna de Estados Unidos.
El escándalo se origina en el fracaso de Washington al intentar demostrar que el régimen de Saddam Hussein poseía arsenales biológicos y químicos, había reanudado su programa de armas nucleares y tenía vínculos con la red terrorista Al Qaeda.
Se trataba, nada menos, que de los argumentos esgrimidos por Estados Unidos para invadir Iraq hace un año.
En enero, para peor, el principal inspector de los arsenales iraquíes de la CIA, David Kay, admitió que las presunciones de la inteligencia estadounidense al respecto, las suyas incluidas, habían estado casi todas equivocadas.
Tanto Key como el gobierno, así como legisladores del gobernante Partido Republicano, atribuyeron de inmediato el fracaso a la comunidad oficial de inteligencia, dirigida por Tenet en su carácter de jefe de la CIA.
Pero legisladores del opositor Partido Demócrata, ex funcionarios de inteligencia y periodistas han acusado al gobierno de exagerar y manipular sistemáticamente los datos, a veces intimidando a analistas de la CIA y de otras agencias oficiales que no coincidían con la posición oficial.
Además, el gobierno recurrió a sus propios canales de inteligencia, no oficiales, cuyas conclusiones ahora parecen fabricadas. Como consecuencia, los comités de inteligencia del Congreso legislativo ampliaron sus investigaciones en las últimas semanas.
Ahora resulta evidente que analistas de inteligencia oficiales cometieron serias equivocaciones al sopesar la magnitud de los programas armamentistas de Iraq, atribuidas al hecho de que asumieron como ciertas las hipótesis de peor escenario a falta de evidencia contundente y de fuentes confiables en Iraq.
Por otra parte, el denominado factor Feith surge ahora como otra fuente de chapuzas a investigar por los comités de inteligencia legislativo.
Poco después del 11 de septiembre de 2001, cuando ocurrieron los peores atentados terroristas de la historia estadounidense, el subsecretario (viceministro) de Defensa, Douglas Feith, instaló dos grupos de trabajo: la Oficina de Planes Especiales (OSP) y el Grupo de Evaluación de Contraterrorismo (CTEG).
La tarea de ambos cuerpos era revisar datos de inteligencia en bruto para determinar si las agencias de inteligencia habían subestimado las supuestas conexiones entre grupos terroristas sunitas y chiitas, y entre Al Qaeda y gobiernos árabes seculares, especialmente el de Saddam Hussein.
La OSP y el CTEG respaldaron supuestamente su tarea con entrevistas a desertores iraquíes, varios de ellos aportados por el Congreso Nacional Iraquí (CNI), organización opositora a Saddam Hussein entonces en el exilio.
Uno de los documentos que elaboró la OSP —la compaginación de 50 pasajes de informes de inteligencia en bruto y sin corroborar, de fuentes de confiabilidad dispar consultadas entre 1990 y 2002— fue filtrado en noviembre a la revista conservadora Weekly Standard para reforzar las versiones sobre vínculos entre Iraq y Al Qaeda.
Al ser publicado, funcionarios de inteligencia profesionales consideraron que el insustancial informe era obra de aficionados. De todos modos, ese texto fue la base de otro estudio brindado por Feith al Consejo de Seguridad Nacional, a la oficina del vicepresidente Cheney.
El documento también fue entregado a la CIA, pero sin pasajes que criticaban el trabajo de la agencia.
¿Alguna vez discutió con el secretario de Defensa (Donald Rumsfeld) u otro funcionario del gobierno si la oficina (…) dirigida por Feith podía estar esquivando los canales de inteligencia normales?, le preguntó Levin a Tenet el marte. No lo hice. No lo hice, contestó.
En julio, varios medios de prensa, incluida la revista The New Yorker, la agencia Knight-Rider e IPS Noticias informaban que la oficina de Feith canalizó constantemente datos de inteligencia directamente a Cheney y a la Casa Blanca, sin respetar los procedimientos oficiales.
Esas versiones han sido aceptadas ahora por demócratas y republicanos en los comités de inteligencia del Congreso.