En las últimas cinco conferencias internacionales sobre cambio climático, la expectativa se centró en intentar que Estados Unidos y Rusia aceptaran reducir sus emisiones de gases invernadero. La espera fue en vano y las reuniones fracasaron una tras otra.
Por eso, hacia la próxima conferencia -que se celebrará en diciembre de este año en Argentina- la estrategia es cambiar el eje del debate.
En lugar de preparar una reunión enfocada en la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto (que prevé reducciones obligatorias de esos gases para las naciones industriales), el país anfitrión propone discutir caminos y fondos para la adaptación ante un calentamiento global cada vez más acelerado.
La iniciativa oficial argentina, respaldada por organizaciones no gubernamentales (ONG), apuntará a conseguir inversiones para que los países en desarrollo pongan en marcha la infraestructura necesaria para tolerar los cambios que producirá un aumento de la temperatura, ya inevitable aunque se redujeran drásticamente las emisiones que provocan el efecto invernadero.
La X Conferencia de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-10) se celebrará en Buenos Aires del 6 al 17 de diciembre.
La capital argentina ya había sido sede de la IV Conferencia, pero ante la ausencia de propuestas de otros países latinoamericanos, la Secretaría Ejecutiva de la Convención aceptó la oferta de Buenos Aires.
La iniciativa de discutir mecanismos de adaptación fue del director de Asuntos Ambientales de la cancillería argentina, Raúl Estrada Oyuela, uno de los protagonistas de las negociaciones que llevaron a la entrada en vigor de la Convención sobre Cambio Climático en 1994, y al diseño del Protocolo de Kyoto en 1997.
El Protocolo estableció los compromisos de los países industriales para reducir las emisiones de gases que provocan el aumento de la temperatura de la atmósfera. Pero para su entrada en vigor requiere la ratificación de suficientes naciones parte, cuyas emisiones alcancen 55 por ciento del total mundial.
Hasta fines de 2003, las ratificaciones sumaron 44,3 por ciento de emisiones. Si se agregara Estados Unidos, el cumplimiento aumentaría a 80 por ciento, y si lo hiciera Rusia, llegaría a 61 por ciento. En ambos casos el protocolo entraría en vigor. Pero ni Washington ni Moscú tienen esa voluntad.
La COP-6, a fines de 2000 en La Haya, se suspendió a la espera de conocer el reñido resultado de las elecciones en Estados Unidos, pues ese país es responsable de 24 por ciento de las emisiones de gases invernadero y el presidente saliente, Bill Clinton (1993-2001), adhirió al Protocolo sobre el fin de su mandato.
Tras la victoria de George W. Bush, el segundo tramo de la COP-6 finalizó al año siguiente sin avanzar en los compromisos primordiales de reducción. Bush fue aun más lejos: poco después de asumir, retiró la firma de su país del Protocolo.
A partir de entonces, los ojos se volvieron a Rusia. Tras algunos amagues, Moscú tampoco ratificó el protocolo ni en la COP-8 de Nueva Delhi, India, ni en la COP-9 que se realizó a fines del último año en Milán, Italia.
Esas últimas conferencias fueron consideradas anodinas y poco fructíferas por delegados gubernamentales y activistas.
Mientras, el recalentamiento mundial no se detenía.
En 10 años de vigencia de la Convención, la emisión de gases invernadero siguió en aumento, lo que marca un fracaso colectivo del Norte industrial, sostuvo el lunes desde Washington el Instituto de Recursos Mundiales (WRI).
Los investigadores del WRI calcularon que las emisiones de gases invernadero causantes del recalentamiento, entre los cuales el principal es el dióxido de carbono, aumentaron 11 por ciento en la última década, y se prevé que se incrementen otro 50 por ciento para 2020.
Un equipo de 25 científicos y activistas que recorrió hasta mediados de febrero los glaciares de la Patagonia, el territorio que comparten Argentina y Chile en el extremo austral de América del Sur, constató el retroceso de esas formaciones de hielo por el recalentamiento.
Los especialistas, que viajaron en el barco Arctic Sunrise, advirtieron que el derretimiento de los glaciares amenaza seriamente la diversidad biológica.
Por eso, Argentina recomendará ahora que la eventual ratificación rusa o estadounidense del Protocolo no se agite como tema principal, aun cuando continúe siendo objetivo central de las negociaciones que se llevan a cabo desde 1992, cuando se firmó la Convención.
Si Rusia ratifica el Protocolo antes de la COP-10, entonces cambiamos todo, pero lo más razonable es prepararse para la peor hipótesis, dijo Estrada Oyuela al anunciar este mes la posición de Buenos Aires ante representantes de ONG.
La idea fue aceptada con realismo por algunas ONG que participaron de la reunión, el lunes 15. No tiene sentido seguir empujando el Protocolo de Kyoto si está claro que no lo quieren cumplir, dijo a IPS Anna Petra, de la Asociación Ambientalista EcoLaPaz.
Sabemos que aun cuando se mitigue (el efecto de los gases) y se reduzcan drásticamente las emisiones, el cambio climático es irreversible, entonces la adaptación es un modo de ver cuánto daño ya se hizo y cómo se van a atender las vulnerabilidades en cada país, sintetizó Petra, cuya organización forma parte de la Federación Internacional Amigos de la Tierra.
Del mismo modo opinó Juan Carlos Villalonga, de la campaña de energía de Greenpeace Argentina. El Protocolo de Kyoto ingresó en un callejón sin salida y yo creo que la postura de Estrada Oyuela es de buena fe, porque plantea dejar de perder tiempo en esperar la mitigación y procurar algo en materia de adaptación, señaló.
Por ejemplo, alertó, en la central región de la pampa húmeda en Argentina las lluvias se incrementaron casi 40 por ciento en 30 años por efecto del calentamiento global, y eso requiere inversiones para crear nuevos sistemas de canalización, diques, rutas y puentes.
Es algo pragmático y lo apoyamos, dijo, aunque alertó sobre ciertos riesgos. Por un lado, expresó su temor a que las políticas para soportar las consecuencias del cambio climático sean vistas como solución al problema de fondo.
Por otra parte, advirtió Villalonga, sería riesgoso que la comunidad internacional acabe facilitando las cosas a los países que se niegan a eliminar las causas del calentamiento de la atmósfera.
Los gases invernadero son liberados básicamente por la combustión de petróleo, carbón y gas.
La adaptación es un paliativo, pero si no se tocan los intereses petroleros, exigiendo la reducción de emisiones, no habrá cura para la enfermedad, advirtió Villalonga.
Desde el comienzo de las conferencias sobre cambio climático, en 1992, el énfasis estuvo puesto en mitigar sus efectos, reduciendo las emisiones, dijo Estrada Oyuela.
Sin embargo, para los países en desarrollo s cada vez más importante poner el acento en las vulnerabilidades y las medidas para soportarlo.
La propuesta que elevará Argentina en junio a la Secretaría General de la Convención comprende cuatro grandes áreas de discusión en la agenda del encuentro ministerial: adaptación, energía y cambio climático, usos de la tierra, y un debate sobre el proceso mismo de las negociaciones.
En lugar de la sucesión tradicional de discursos ministeriales, Buenos Aires sugiere disponer de cuatro paneles de seis ministros y un moderador para debatir los temas propuestos. En cada panel habría representación de todas las regiones.
Debemos sacar los temas principales que se fueron a las reuniones paralelas, y volver a traerlos a la conferencia, dijo Estrada Oyuela a los representantes de la sociedad civil. Se refería así a los foros de los que participan ONG, asociaciones empresarias y académicos, a los que últimamente se han sumado también funcionarios gubernamentales.
Esos encuentros paralelos se han vuelto cada vez más atractivos y concurridos, en contraste con la cita de delegados gubernamentales, que no logra salir del estancamiento del Protocolo de Kyoto, y continúa esperando el retorno de los países rebeldes.