Quizá Washington crea que obtuvo una victoria diplomática en Asia meridional al alcanzar un supuesto acuerdo con Pakistán sobre el despliegue de tropas estadounidenses en ese país para buscar a Osama bin Laden, pero se equivoca.
El presunto pacto con el presidente pakistaní Pervez Musharraf sería el precio que éste pagó por perdonar al experto nuclear Abdul Qadeer Khan, quien admitió haber vendido secretos nucleares a Irán, Libia y Corea del Norte.
La información sobre el acuerdo fue publicada por Seymour Hersh, periodista de la revista The New Yorker, pero funcionarios de Islamabad lo negaron.
Lo que el gobierno de Estados Unidos cree una victoria podría ser una ilusión, si no una derrota a largo plazo.
La captura del líder extremista islámico Bin Laden, a quien Estados Unidos atribuye los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, sería de gran utilidad para el presidente George W. Bush, que busca ser reelegido el próximo noviembre. Tras crear un atolladero político y militar en Iraq, Bush tendría algo de que jactarse.
Pero el costo de ese éxito podría ser demasiado oneroso. Para empezar, no está claro que el fugitivo Bin Laden, líder de la organización radical islámica Al Qaeda, controle una gran red mundial.
Más importante, la presencia física de soldados estadounidenses en suelo pakistaní generaría un gran resentimiento en Pakistán, en especial la presencia de fuerzas especiales como la unidad Task Force 121, que sería trasladada desde Iraq.
El impacto del despliegue sería mayor en la Provincia de la Frontera Noroccidental y la provincia de Baluchistán, vecinas a Afganistán y de población predominantemente pashtun (patán), al igual que el grupo extremista islámico Talibán, que fue acusado de proteger a Bin Laden y derrocado por Estados Unidos en noviembre de 2001.
Ambas provincias tienen gobiernos radicales islámicos, catapultados al poder en las elecciones siguientes a la impopular guerra contra Afganistán..
El descontento podría extenderse a todo Pakistán, incluso a la opinión pública moderada, liberal y no islámica.
Muchos pakistaníes, como otros surasiáticos, no se opusieron a la acción de Estados Unidos en Afganistán en 2001 ni a la cooperación de Islamabad, que antes respaldaba al régimen de Talibán, en la guerra contra el terrorismo lanzada por George W. Bush tras los ataques del 22 de septiembre. Pero tener tropas extranjeras en suelo nacional es otro asunto.
El despliegue de fuerzas estadounidenses lesionaría el orgullo nacional y la idea de soberanía, advirtieron observadores pakistaníes.
El gobierno de Estados Unidos no es popular entre los pakistaníes, que lo consideran una potencia hegemónica y excesivamente ambiciosa que ha tratado mal a Pakistán salvo cuando su cooperación le resultaba conveniente.
Ni siquiera la captura de Bin Laden entusiasmaría al público en Pakistán y Afganistán más de lo que la captura del derrocado presidente iraquí Saddam Hussein entusiasmó al de Iraq. En algunos sentidos, el impacto podría ser peor.
La probable reacción adversa en Pakistán al acuerdo Khan por Osama con Washington debe entenderse en el contexto específico de la tortuosa relación de Asia meridional con Washington. Esta relación tiene al menos cuatro componentes significativos.
Primero, existe una historia de resentimiento contra Washington tanto en Pakistán como en India, que fue líder del movimiento de no alineados durante la guerra fría y con frecuencia enfrentó la hostilidad de Estados Unidos.
Pakistán fue aliado de Estados Unidos desde los años 50 en adelante, pero tras el retiro de las tropas soviéticas de Afganistán, a fines de los años 80, Washington lo degradó de un país de primera línea a un virtual paria, limitando su acceso a tecnología y equipos militares e intentando frustrar su programa de armas nucleares.
Tras la guerra fría, Estados Unidos perdió gran parte de su interés económico, político y estratégico en Pakistán. Las pruebas nucleares de 1998 marginaron todavía más a Pakistán a los ojos de Washington. La situación cambió después del 11 de septiembre, debido a la condición pakistaní de vecino de Afganistán.
En segundo lugar, muchos pakistaníes creen que Musharraf no hizo un buen negocio al ofrecerle a Estados Unidos su apoyo incondicional en la guerra contra el terrorismo, ceder a la presión para reprimir grupos extremistas y diluir la tradicional postura de Islamabad a favor de la separación del estado de Cachemira de India, manifestándose a favor de un plebiscito en ese estado musulmán.
En tercer lugar, en Pakistán existe la percepción generalizada de que Washington se ha volcado a favor de India, en especial a partir de la visita en 2000 del entonces presidente estadounidense Bill Clinton.
Las relaciones económicas de Estados Unidos con India han mejorado de modo significativo, mientras que prácticamente no existen inversiones o intereses comerciales estadounidenses en Pakistán.
Algunos observadores pakistaníes creen que Washington sabía sobre el programa nuclear secreto de Islamabad desde los años 70. Documentos recién desclasificados del Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos lo confirmaron.
Washington eligió entonces exponer a Khan cuando le convenía para presionar a Musharraf.
En cuarto lugar, las recientes revelaciones ponen en peligro las futuras actividades nucleares de Pakistán, según analistas.
Mientras, Washington y Nueva Delhi construyen una alianza estratégica que incluye el uso de tecnología de uso dual. Esta alianza amplía la asimetría entre India y Pakistán en las relaciones con Estados Unidos.
A Pakistán le está resultando difícil mantener y modernizar sus instalaciones nucleares, comentó el periodista y especialista nuclear Shahid-ur-Rehman en entrevista con la cadena británica de noticias British Broadcasting Corporation (BBC).
El programa nuclear de Pakistán está basado en tecnología introducida desde el exterior en forma clandestina. En contraste, el de India se basó en tecnología nacional, aunque no era tan avanzado. Si se imponen restricciones a India, no se verá muy afectada, opinó.
Por el contrario, si Pakistán precisa un componente nuclear, deberá comprarlo en el mercado internacional. Si no se lo venden, deberá adquirirlo en el mercado negro, dijo Rehman, y concluyó que el programa atómico de Pakistán está medio muerto.
A esa asimetría se agrega la creciente colaboración militar de India con Estados Unidos y con Israel.
Esta situación podría acelerar una carrera de armas convencionales, además de la competencia nuclear entre los rivales India y Pakistán. La actual política de Washington en la región sólo contribuiría a esa carrera. (