Armado de genes manipulados, el joven maíz transgénico llegó a México sin permiso ni invitación para mezclarse con su pariente natural, que tiene miles de años y lleva un cetro de divinidad. Los expertos se preguntan si la nueva gramínea representa una amenaza o una salvación para el país.
Para buscar respuestas, varios de ellos se reunieron este jueves en el estado de Oaxaca, al sur de México, en el marco del proceso de análisis iniciado en 2002 por la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte (CCA), que en junio emitirá un informe completo sobre el tema.
Aún no se sabe si ese informe se hará público, y según las normas de la CCA son sus gobiernos socios, Canadá, Estados Unidos y México, también Estados miembros del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los que decidirán al respecto.
”Se trata de un asunto espinoso que demostrará hasta qué punto la CCA y los gobiernos pueden jugársela contra las presiones de las transnacionales que promueven los transgénicos”, dijo a IPS Alejandro Calvillo, director de la oficina en México de la organización no gubernamental ambientalista Greenpeace.
Trazas de ADN de maíz transgénico fueron detectadas por científicos en maizales del estado de Oaxaca en 2001. Algunos expertos y las transnacionales que son dueñas de las patentes de esa variedad de gramínea desautorizaron el hallazgo y trataron de minimizarlo, pero finalmente fue confirmado.
Ahora se sabe que en pequeñas plantaciones de al menos ocho de los 32 estados de México está presente el maíz transgénico, aunque no de forma masiva. La mezcla se produjo a pesar de que el gobierno decretó en 1999 una moratoria para su cultivo comercial.
Cuál será a largo plazo el efecto de esa mezcla sobre el ambiente en general y el maíz criollo en particular, y cuál su impacto sobre una forma de vida y una cultura que aún giran en torno al maíz, son preguntas que se debaten con intensidad.
La gramínea es más que una simple planta en México, donde el maíz se cultiva cada año en cerca de 8,5 millones de hectáreas, 60 por ciento de ellas pertenecientes a pequeños agricultores que lo siembran para su consumo y el de sus familias.
Con 9.000 años de vida, la especie vegetal aún ocupa un sitio central en la cultura local. Según las tradiciones prehispánicas, el grano, que fue domesticado precisamente en México, fue usado por los dioses para hacer el primer hombre sobre la Tierra.
Antigua y todavía venerada, la gramínea está ahora expuesta a su pariente transgénico, creado en laboratorio y liberado al comercio hace menos de una década por empresas radicadas en Estados Unidos.
Para México, ”la invasión del maíz transgénico o 'Frankestein' representa un desastre ambiental y cultural que debe detenerse”, dijo a IPS Arturo Rivas, del Centro Nacional de Apoyos a Misiones Indígenas.
La importación de maíz genéticamente modificado debe cesar de forma inmediata, afirman ambientalistas y organizaciones campesinas, pero el gobierno del presidente Vicente Fox no parece dispuesto a ello.
En octubre, el gobierno firmó un acuerdo con Canadá y Estados Unidos que define a una importación de productos agrícolas como ”no transgénica” si contiene hasta cinco por ciento de productos genéticamente modificados.
El mismo documento establece que la presencia ”no intencional” de transgénicos en un cargamento no es causa para señalar, mediante una etiqueta, que ”puede contenerlos”.
El acuerdo va mucho más allá del lo acordado en el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, que entró en vigor en septiembre de 2003, cuyo objetivo es regular, ”de conformidad con el principio de precaución”, el movimiento transfronterizo de transgénicos, pero del que aún falta afinar detalles.
Para el científico mexicano Luis Herrera, a quien se considera uno de los padres de la biogenética, la introducción de los transgénicos es irreversible para México y el mundo.
Lo que el país debe hacer es controlar, usar y desarrollar su propia versión de maíz transgénico, mientras continúa impulsando las tecnologías tradicionales, dijo a IPS.
A ese maíz se le ha incorporado material genético, incluso de otras especies, para hacerlo resistente a ciertas plagas o herbicidas, de alta productividad y adaptable a diversas condiciones de cultivo.
Las patentes de maíz y otros transgénicos desarrollados con propósitos comerciales pertenecen a un puñado de transnacionales, a las que los campesinos deben pagar por las semillas, si no desean ser demandados.
Pero según la evidencia disponible, los campesinos mexicanos no cultivaron el maíz transgénico a propósito.
Los científicos suponen que polen de maíz transgénico se desplazó por el aire desde granjas experimentales, o que semillas de esa especie llegaron en importaciones procedentes de Estados Unidos y fueron sembradas sin conciencia de lo que eran.
Cincuenta y nueve por ciento del territorio cultivado de México son ocupadas por el maíz, con una producción de 19.299 toneladas anuales, pero la demanda interna es mucho mayor.
En 2000 y 2001, el país importó cinco millones de toneladas de maíz procedente de Estados Unidos, y cerca 25 por ciento del mismo fue transgénico según ambientalistas. Parte del maíz importado llega a los agricultores a través de programas sociales del gobierno, y otra porción es comprada por empresas que lo usan en procesos industriales.
Sobre la ”contaminación” (según los ambientalistas) o ”mezcla enriquecedora” (según las transnacionales) hay puntos de vista diametralmente opuestos.
Activistas por el ambiente aseguran que los transgénicos acabarán con la rica biodiversidad mexicana y hasta con la forma de vida de miles de campesinos, mientras los productores de semillas genéticamente modificadas afirman que sólo enriquecerán la variedad del maíz autóctono y que su impacto ambiental no será importante.
Hasta en la Organización de las Naciones Unidas hay discrepancias.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala que los transgénicos deben ser considerados como una opción válida para combatir el hambre en el mundo, mientras su hermano, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, habla de ”contaminación” transgénica y recomienda adoptar esa tecnología con precaución.
Más allá de la polémica, lo que tienen claro los científicos es que los genes de los transgénicos podrían llegar a mezclarse con innumerables especies de plantas, lo que podría causar un importante impacto sobre la rica biodiversidad de México,
Portavoces de la CCA indicaron a IPS que su informe, en cuya elaboración participan expertos de varios países, tomará en cuenta sin prejuicios todos los puntos de vista.
Por normas de esa comisión, las conclusiones a las que llegue no tendrán carácter vinculante, pero si se difunden serán seguramente usadas como poderosos argumentos por parte de impulsores o detractores de los transgénicos.