Mathew Gondo, de 50 años, se quedó sin techo tras la reforma agraria lanzada en Zimbabwe en 2000. Era capataz en la hacienda Tate's Farm, 120 kilómetros al norte de la capital.
Su patrón, de la minoría blanco, huyó luego de las violentas invasiones de granjas a manos de veteranos de la guerra de independencia de los años 70 alentados por el gobierno de Robert Mugabe.
Gondo decidió permanecer allí, pues no tenía a dónde ir.
Mis padres trabajaron en esta granja toda su vida. Mi padre vino de Mozambique cuando era adolescente. Se casó con mi madre y yo nací aquí.. No hay otro lugar fuera de éste al que pueda llamar mi hogar, dijo a IPS este campesino.
Al igual que Gondo, muchos trabajadores agrarios son descendientes de extranjeros o nacieron fuera de Zimbabwe. Algunos proceden de Malawi y de Zambia. Y la mayoría no pueden regresar a sus países de origen debido al costo de transporte y radicación.
Muchos otros perdieron contacto con sus familiares en el país del que vinieron sus padres o abuelos.
Aunque nacieron en Zimbabwe, las autoridades no les reconoce la ciudadanía a muchos de ellos y, según el presidente Mugabe, podrían volver al país de sus ancestros.
La reforma agraria se implementó mediante la ocupación (jambanja), a menudo violenta, de haciendas de agricultores blancos y su entrega a integrantes de la mayoría negra, en particular combatientes en la guerra por la independencia contra Gran Bretaña, finalizada en 1980.
Alrededor de un millón de obreros perdieron su empleo cuando el gobierno de Mugabe se incautó de las tierras de 4.500 hacendados blancos entre 2000 y 2002, informaron organizaciones de derechos humanos.
Treinta por ciento de los hacendados desalojados dejaron el país y tratan de reiniciar sus actividades agrícolas en países como Zambia, Mozambique, Uganda, Botswana, Nueva Zelanda, Canadá y Australia.
Winnet Banda perdió a su marido hace cuatro años. No se ha ido de la hacienda de su antiguo patrón, David Smith, y espera que éste regresa algún día.
El señor Smith era un buen hombre, un hombre muy bueno. Nos daba comida cada fin de mes. Ahora estamos mal. Moriré aquí, porque no tengo a dónde ir. Espero que haya elecciones ahora. Confío en que después se le permita regresar al señor Smith, dijo la mujer.
La controvertida reforma agraria de Zimbabwe tampoco perdonó a los niños. Muchos padres, sin empleo, carecen de dinero para pagar sus estudios. Tinashe, de 12 años, muestra señales de desnutrición, y dice que cuando crezca quiere ser médico para atender a su madre.
Los ex obreros agrarios obtienen alguna ayuda alimentaria del Fondo Comunitario Campesino de Zimbabwe (FCTZ), organización no gubernamental con sede en Harare.
El portavoz del grupo, Takaitei Bote, dijo que los nuevos usufructuarios de las tierras, asentados allí con apoyo del gobierno, se muestran cada vez más impacientes con la presencia continua de los desempleados en sus propiedades, y amenazan con desalojarlos por la fuerza.
Unos 200.000 ex obreros agrarios y sus familias —en total un millón de personas— pasan la mayor parte del tiempo buscando alimentos para sobrevivir. Noventa y cuatro por ciento de los hacendados recibieron orden de desalojo.
Debimos crear una organización que respondiera a la vulnerabilidad de los obreros agrarios, dijo Bote. El objetivo de los programas de FCTZ es suministrar a 100.000 agricultores raciones de harina de maíz, aceite comestible y granos para guisar.
Además, la organización inició programas en escuelas. Los agricultores necesitan toda la ayuda posible, dijo Bote.
Para cubrir sus necesidades, algunos antiguos trabajadores agrarios comenzaron a buscar oro en el río Mpfurudzi, en la central provincia de Mashonaland, 120 kilómetros al norte de Harare.
Josephine Zulu y sus 11 hijos —su esposo murió de sida el año pasado— viven en una choza precaria a orillas del Mupfurudzi. Tres de sus hijos buscan oro con ella. Lo hacemos porque queremos sobrevivir. Si no conseguimos oro, morimos de hambre, dijo Zulu. (