El Santo, el luchador enmascarado de plata que venció a toda clase de maleantes y monstruos, se mantiene como un icono cultural en México a 20 años de su muerte. Para homenajearlo, sus admiradores bautizaron una sala de cine con su nombre y subieron al ring para luchar.
El 5 de febrero de 1984, a los 67 años, El Santo murió de infarto tras una carrera de más de 40 años, en la mayoría de los cuales mantuvo su identidad oculta tras una máscara plateada y una capa del mismo tono. Su nombre real era Rodolfo Guzmán.
Junto con el cantante Pedro Infante y a la actriz María Félix, el luchador una figura de culto en México, labrada al fragor de peleas teatralizadas sobre el ring y al protagonismo como personaje justiciero en películas que, pese a escaseces de presupuesto y calidad, son aún admiradas.
Esta semana, una sala de cine cercana a la capital fue bautizada El Santo: Rodolfo Guzmán, y pasará a dedicar la mayoría de su programación a películas sobre lucha libre de los años 60 y parte de los 70.
Además, y por el aniversario luctuoso, se reprocesaron y editaron en vídeo digital varias de las películas del personaje, y se realizó una velada de lucha libre en la ciudad de San Miguel de Allende, en el estado central de Guanajuato.
Rodolfo Guzmán Junior, el hijo del Santo, informó que está en negociaciones con una productora de cine estadounidense para realizar un filme sobre la vida de su padre, en el que aspira a representarlo. Igual que su progenitor, pero sin mucha fama, Guzmán Junior también se dedica a la lucha libre.
El Santo trascendió en su vida desde al anonimato hasta la figura de culto, dijo a IPS el sociólogo Patricio Quevedo, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La fama llegó por su talante de justiciero, su apego a las buenas causas y un carisma que no se aplacó con la teatralidad exagerada de las peleas ni con la mala calidad de sus películas.
En vida, el Santo y su inseparable compañero Blue Demon recibieron de sus patrocinadores credenciales para repartir golpes a una amplia variedad de maleantes, monstruos, maldiciones legendarias y amenazas extraterrestres.
Y ambos lo hicieron cientos de veces sobre el ring, en unas 50 películas y en una fotonovela que llegó a tener un tiraje de casi un millón de ejemplares por mes.
El Santo es aún evocado en los rings. Cada viernes, con una entrada que cuesta cerca de ocho dólares, la Arena México de la capital abre sus puertas para los interesados en ver a luchadores enmascarados que tienen en Guzmán a la figura más representativa de su trabajo.
Hoy, es el hijo de El Santo el que lucha, pero aunque se viste igual, ya no llama la atención como su padre. Tampoco lo hacen los nuevos luchadores como Escorpión, Satánico, Cienporcientoguapo, Tinieblas u Otagón.
Inspirados en El Santo, activistas sociales promovieron en los últimos años figuras enmascaradas que pugnan por reivindicaciones de diverso tipo.
Así, Superbarrio lucha por vivienda y justicia para los barrios marginados, Superanimal contra la corridas de toros y a favor de la conservación de las especies, Superecologista Universal por el respeto al ambiente, y Super Gay por los derechos de los homosexuales.
El Santo se proyectó como un héroe mexicano equiparable a Superman o Batman, explicó Quevedo.
Según el escritor Carlos Monsiváis, "uno ve las películas del Santo con el propósito de pasarla bien, sabiendo que eso no es cine, sabiendo que no ha cumplido ni siquiera con el mínimo decoro, sino (sólo) con las exigencias inmediatas de producción".
"Las películas de El Santo no engañan, no llevan mensaje, no pretenden ser cine y quieren ser discretas, pero le han permitido a uno sumergirse en el mundo de la niñez sin riesgos", agregó.
En el mundo del celuloide, El Santo combatió contra poderes satánicos, hombres lobo, cazadores de cabezas, momias, vampiras y peligrosos alienígenas cuyo objetivo era conquistar la Tierra, empezando por la capital mexicana.
Desde su primera película, "El Santo contra el cerebro del mal", filmada en 1958, hasta la última, "El Santo en la furia de los karatecas", de 1982, el enmascarado logró consolidar la admiración por su figura.
El Santo murió hace 20 años, y el tiempo afianzó el culto a su figura, en vez de diluirlo, sostuvo Quevedo. (