Estados Unidos tergiversó sistemáticamente la amenaza que representaban las supuestas armas de destrucción masiva de Iraq, afirmó un destacado centro de estudios de Washington.
La acusación fue realizada por los expertos en no proliferación de armas Jessica Mathews, Joseph Cirincione y George Perkovich, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, en un informe de 107 páginas.
Los expertos exhortaron a la creación de una comisión independiente para investigar qué sabían los servicios de inteligencia estadounidenses sobre el programa iraquí de armas de destrucción masiva entre 1991 y 2003, y si sus análisis fueron influidos por agencias de inteligencia extranjeras o presiones políticas.
Es muy probable que funcionarios de inteligencia hayan sido presionados por miembros del gobierno para que adecuaran sus evaluaciones a políticas preexistentes, dijo Cirincione a la prensa.
Los investigadores de Carnegie tampoco encontraron ninguna prueba sólida de una relación de cooperación entre el gobierno del derrocado presidente iraquí Saddam Hussein y la organización extremista islámica Al Qaeda, como afirmaba Washington, ni de la transferencia de armas de destrucción masiva de Iraq a ese grupo bajo ninguna circunstancia.
La idea de que cualquier gobierno entregue sus principales activos de seguridad a personas que no puede controlar para alcanzar sus propios objetivos políticos resulta muy difícil de creer, escribieron.
Estados Unidos y Gran Bretaña usaron la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por el régimen de Saddam Hussein como justificación para invadir Iraq en marzo de 2003, pero hasta ahora no han encontrado ninguna de esas armas en territorio iraquí.
El informe, titulado Armas de destrucción masiva en Iraq: Pruebas e implicaciones, concluyó que el proceso de inspección de armas realizado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), abortado en la víspera de la invasión, parece haber sido mucho más exitoso de lo que se admitió antes de la guerra.
El documento es producto del análisis público más amplio realizado sobre las afirmaciones del gobierno de George W. Bush acerca de las armas de destrucción masiva en Iraq y sobre lo que se ha encontrado en ese país.
Seguramente, el informe avivará la polémica sobre si Bush y sus principales asesores mintieron deliberadamente al Congreso legislativo y al público para que aprobaran la guerra contra Iraq.
Esa polémica se enfrió desde la captura el mes pasado de Saddam Hussein, que aumentó la confianza de las fuerzas de ocupación en que podrán dominar a la resistencia.
Las dos comisiones de inteligencia del Congreso sólo ahora están reanudando sus propias investigaciones sobre los datos de inteligencia previos a la guerra acerca del arsenal de destrucción masiva iraquí, tras el largo receso de las fiestas decembrinas.
El propio gobierno parece reconocer que esas afirmaciones previas a la guerra eran incorrectas.
El diario The New York Times informó el jueves que un equipo militar de 400 miembros ha sido discretamente retirado del Grupo de Investigación en Iraq, de 1.400 integrantes, que escudriñó ese país en busca de pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva durante meses, a un costo de casi 1.000 millones de dólares.
A mediados de diciembre, el jefe del Grupo de investigación, David Kay, anunció a sus superiores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que planeaba renunciar para fines de enero.
Kay, un antiguo inspector de armas de la ONU que había acusado al régimen de Saddam Hussein de acumular armas nucleares, químicas y biológicas, presentó el pasado octubre un informe interino en el que reconoció que no se hallaron tales armas.
Creo que a estas alturas está muy claro que no se espera encontrar absolutamente nada, dijo un funcionario de gobierno.
El informe de Carnegie, basado en documentos desclasificados de los inspectores de armas de la ONU y la Agencia Internacional de Energía Atómica, se publicó un día después de un extenso artículo del periódico de Washington Post que concluyó que los programas de armas de destrucción masiva iraquíes fueron abandonados después de la primera guerra del Golfo, en 1991.
El artículo se basó en entrevistas con expertos militares e investigadores estadounidenses y británicos anónimos, que fueron a Iraq después de la guerra.