ARTES PLASTICAS-CUBA: Un hallazgo polémico

El hallazgo de cinco pinturas bajo enormes paneles de terciopelo en un museo de la capital cubana abrió incógnitas aún por dilucidar sobre la valía de las obras y las intenciones de quienes las ocultaron.

Los cuadros fueron encontrados durante las labores de restauración que se llevan a cabo en el Museo Nacional de Artes Decorativas, situado en la otrora fastuosa mansión de la condesa Revilla de Camargo.

Esa institución, que cumplirá 40 años el 24 de julio, conserva en sus salas de exposición y almacenes más de 33.000 obras consideradas de alto valor artístico e histórico.

El descubrimiento de las pinturas en noviembre fue el segundo caso de esa índole ocurrido en el inmueble, donde hasta 1959 vivió María Luisa Gómez Mena, viuda del acaudalado maderero Agapito Cajiga, conde Revilla de Camargo.

En 1963, según la prensa cubana de entonces, fueron encontradas valiosas obras de artes decorativas, ocultas en una pared tapiada de los sótanos del edificio, sito en el céntrico barrio habanero de El Vedado.

Ninguno de los lienzos, todos al óleo y en buen estado de conservación, tiene firma, aunque fueron identificados por expertos del museo como pertenecientes a la escuela francesa del siglo XVIII, ”concretamente del Romanticismo”.

El mayor de los cuadros mide 3,18 metros de alto y 2,22 metros de ancho. Los restantes tienen una altura similar y un ancho de 1,62 metros.

La forma cuidadosa en que fueron tapiados levantó sospechas sobre el objetivo de quienes los ocultaron. ”El fin era recuperarlos algún día. Han pasado casi 45 años y ahora descubrimos esas obras”, comentó a la prensa la directora del Museo, Katia Varela.

Sin embargo, otros especialistas no sólo dudan sobre tales intenciones, sino también acerca del valor artístico de las obras, todas de temática campestre, en las cuales el mayor espacio es ocupado por la naturaleza.

Para el escritor cubano Roberto Méndez, doctor en Arte, se trata sólo de ”piezas menores del arte francés, elegantes, agradables, que vienen a enriquecer los catálogos” del museo.

El experto afirmó que los óleos no pueden ser a la vez del siglo XVIII francés y del Romanticismo, porque ese movimiento pictórico llegó a Francia en pleno siglo XIX, y consideró ”improbable” que sean obras de Hubert Robert (1733-1808), de quien se conservan dos telas en el vestíbulo del Museo.

”Cuando Robert se aproxima a la Naturaleza, sólo ve en ella un jardín palaciego o un escenario, y difícilmente hubiera podido concebir estos lienzos, cuya gracia deriva de la naturalidad con que se trata en ellos el tema campestre”, comentó.

En un artículo entregado a IPS, Méndez agregó que lo más notable en los lienzos es la iluminación ”que tiene un especial protagonismo: es luz filtrada, tamizada, para producir un efecto sentimental, que llena de matices las frondas y aun concede cierto misterio a los personajes”.

En su opinión, esa concepción de la luz llegó a Francia de la mano de los pintores ingleses Richard Bonnington y John Constable, quienes expusieron allí en tiempos de la Restauración (fines del siglo XVIII e inicios del XIX).

Según el especialista, ambos artistas abandonaron los paisajes académicos, llenos de templos y ruinas, para concentrarse en la topografía, la vegetación y sobre todo en la luz, con lo que preparaban el advenimiento del impresionismo.

En ese sentido, se preguntó si los cuadros encontrados no podrían ser expresión ”de la etapa más temprana de esa escuela, pintados por algún mediano artista, todavía con resabios académicos en el dibujo”.

Méndez consideró errónea la creencia de que la antigua dueña del palacete ”tratara a toda costa de ocultarlas por considerarlas piezas de valor excepcional” y también dudó de que lo hiciera un familiar que permaneció en la mansión al abandonar ella el país.

A su juicio, el aprecio de la condesa por la pintura ”no estaba a la altura de su obsesión por marqueterías y porcelanas”, en tanto su sobrino, Pepito Gómez Mena, era considerado un ”botarate nada interesado en arte”.

”María Luisa no aparece entre los grandes coleccionistas habaneros de arte europeo en el catálogo de la exposición de esas colecciones que se celebrara en la Universidad de La Habana en 1940”, explicó Méndez.

En ese sentido, se preguntó ”por qué la condesa iba entonces a ocultar unos lienzos que estaban en función de ambientar la saleta, si ni siquiera se habían identificado las firmas, como para atribuirles algún valor financiero”.

El experto conjeturó que tal vez las obras estaban allí desde la apertura de la mansión y la condesa, en determinado momento, decidiera colocar colgaduras nuevas sobre los cuadros simplemente para cambiar la decoración.

La condesa de Revilla de Camargo viajaba continuamente a París, donde adquiría grandes cargamentos de antigüedades que trasladaba a La Habana en un avión fletado expresamente para ello.

Entre esas adquisiciones figura un ”secretaire” hecho por Jean-Henri Riesener, que formó parte del mobiliario personal de la reina María Antonieta en el Palacio de Versalles.

La pieza constituye una de las más importantes del salón neoclásico del museo, donde se exhibe junto a muebles de la época de Luis XVI. ”Lástima que a doña María Luisa no le interesaran Matisse o.Van Gogh, si no, ¿quién sabe?”, lamentó Méndez.

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