El dramaturgo chileno Jorge Díaz embiste contra la defensa corporativa de la Iglesia Católica y los sonados casos de paidofilia en sus filas con su Oficio de tinieblas, la obra teatral a estrenarse en enero.
La propuesta central de esta última creación de uno de los dramaturgos chilenos más prolíficos es un llamado a la reflexión sobre las maniobras de encubrimiento con que la jerarquía católica ha reaccionado ante casos de abusos de menores por parte de sacerdotes.
Díaz, de 73 años, recibió en 1993 el Premio Nacional de Arte en la mención Teatro, en lo que fue un reconocimiento a su vasta trayectoria, iniciada en los años 60 con El cepillo de dientes, una obra que lo consagró como expresión chilena del teatro del absurdo.
Pocos autores teatrales se mantienen tan actuales como este creador que reside gran parte del año entre Valladolid y Madrid, para regresar cada octubre a su tierra natal.
Para Díaz, el teatro es una obsesión, una compulsión, y tal vez de ahí su afán de convertir cada una de sus obras en miradas críticas de la sociedad, sus protagonistas y sus instituciones.
En mayo de este año, la compañía Ictus reestrenó en el teatro La Comedia la obra Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo de Marx, una de las piezas más celebradas de Díaz, que trata del desencanto y la decadencia en las relaciones de una pareja.
En su vasta carrera, este autor ha justificado plenamente los juicios de promesa de la dramaturgia chilena vertidos hace casi 40 años cuando montó El cepillo de dientes, primera manifestación de una concepción del teatro que Díaz defiende hasta hoy.
Tiendo a buscar una poética que tenga que ver más con la parte humana y que prescinda un poco de cualquier mensaje, dijo hace tres años en una entrevista con el diario La Tercera, de Santiago.
El teatro es una reflexión poética sobre el hombre y, por lo tanto, estoy constantemente rozando lo social y lo político. Es el contexto, el escenario por donde me muevo. Lo fundamental es llegar a la condición humana, agregó.
Oficio de tinieblas responde plenamente a esa definición, no sólo porque enfrenta un tema de actualidad, sino también por la mirada que traza el autor.
Esta no es una obra sobre la pedofilia. Hay una voluntad de reflexionar sobre la defensa corporativa que se produce en muchas instituciones, aquí concretamente en la Iglesia, frente a alguna denuncia que perturbe o que signifique alguna posibilidad de escándalo, dijo Díaz a la periodista Verónica Marinao, de El Mercurio.
La pieza tiene como nudo de la trama la violación de un niño. Frente a ello, van planteando sus posiciones los protagonistas: un psiquiatra, un periodista y un obispo, representados por los actores Pablo Striano, Sergio Schmied y Andrés García.
Es un hecho de ficción. Pero el problema es real, social, acotó el dramaturgo.
Díaz comenzó a concebir la obra en diciembre de 2002, cuando se cerraba un año que tuvo en su parrilla noticiosa varias denuncias sobre actos de paidofilia en la Iglesia Católica chilena, que incluso acarrearon la renuncia y reclusión en un monasterio de un obispo.
Oficio de tinieblas, bajo la dirección de Pablo Krögh, será estrenada en enero en el curso de Teatro a mil, un festival que cada verano da lugar literalmente a una explosión de dramaturgia en Santiago y otras ciudades de Chile.
¿Por qué el nombre de la obra? Ante la pregunta, Díaz explicó que hasta 1965 la Iglesia Católica tenía una liturgia llamada Oficio de tinieblas, que se celebraba cada Viernes Santo.
Era una ceremonia oscura en la que se evocaba la ausencia de Jesús, después de su muerte, y su bajada a los infiernos. Era un oficio de expiación y de reflexión en la oscuridad, antes de la resurrección, explicó Díaz.
La obra aspira precisamente a ser un llamado a la reflexión, sobre todo para la comunidad eclesial, donde se ven ahora signos claros de apertura hacia una mayor clarificación, terminando con el secretismo y la retórica de la ambigüedad, subrayó el dramaturgo.
Se trata, entonces, de contribuir con el teatro a superar este oficio de tinieblas en el cual, según Díaz, continúa viviendo la sociedad, marcado por una suerte de desconcierto en que la luz de la resurrección es aún muy débil. (