La revelación de que científicos de Pakistán podrían haber ayudado a Irán y Libia en su programa secreto de armas nucleares puso en apuros a Islamabad, además de recordar el peligro de una conflagración atómica en Asia meridional y de la proliferación nuclear mundial.
Además, la noticia subraya la necesidad de nuevos controles sobre la exportación de materiales físiles y, más generalmente, políticas de prevención de la proliferación nuclear.
La ayuda pakistaní a Irán se conoció cuando el gobierno iraní reveló hace dos meses a la Agencia Internacional de Energía Atómica que su programa nuclear de orientación militar había contado con el asesoramiento de científicos de Pakistán y la ayuda de intermediarios de ese mismo país para la adquisición de componentes tecnológicos clave.
Nuevos datos se conocieron en las conversaciones secretas que Libia mantuvo con Estados Unidos y Gran Bretaña, justo antes de declarar el día 19 que abandonaría todo intento por desarrollar armas de destrucción masiva.
El gobierno de Pakistán no negó plenamente que algunos de sus científicos hayan tratado de vender secretos nucleares a Irán, pero reconoció que interrogó a algunos cuyos nombres aparecieron en informes de diarios pakistaníes y occidentales esta semana.
El año pasado, en cambio, Islamabad negó cualquier participación en el programa nuclear de Corea del Norte. Sin embargo, expertos independientes sostienen que el misil Ghauri de Pakistán es una versión del Nodong norcoreano.
Esto fue confirmado en 2002 por los servicios de inteligencia de Corea del Sur y por satélites espías de Estados Unidos, que registraron un avión de carga pakistaní introduciendo partes de misiles en Corea del Norte.
En el centro de esta polémica está el padre de la bomba nuclear pakistaní, Abdul Qadeer Khan, director de Khan Research Laboratories (KRL).
Khan realizó varias visitas a Pyongyang a mediados y fines de los años 90, cuando Pakistán enfrentaba sanciones de Estados Unidos y buscaba desesperadamente igualar la capacidad misilística de su vecino y rival histórico, India.
Khan y algunos de sus más estrechos colaboradores, Mohammed Farooq, Yasin Chohan y Sayeed Ahmad, también están hoy en la escena principal.
Funcionarios europeos habrían revelado pruebas de la vinculación entre KRL y la compra iraní de diseños de centrífugas nucleares de Pakistán hace 16 años.
Las centrífugas pueden producir uranio altamente enriquecido. Sólo 10 a 20 kilogramos de este material son suficientes para construir una bomba como la que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945.
El diseño de la centrífuga iraní lleva la marca pakistaní. El diario The New York Times, citando a un diplomático europeo que tuvo acceso a datos de inteligencia, sostuvo que el programa nuclear libio también tenía ciertos elementos comunes con la tecnología filtrada de Pakistán a Irán.
Ante estas pruebas, el gobierno pakistaní comenzó a interrogar a Farooq y a Chohan hace unas cinco semanas, pero negó informes sobre la imposición de restricciones no especificadas o la interrogación de Khan.
Se trata de un científico demasiado eminente para ser sometido a un interrogatorio normal, dijo Masood Khan, portavoz de la cancillería pakistaní. Sin embargo, un documento reveló que sí fue interrogado.
La postura oficial pakistaní sobre los acuerdos nucleares clandestinos parece quedarse a medio camino entre las presiones de Estados Unidos y la necesidad de no comprometer la soberanía nacional mediante la interrogación de científicos de KRL por agencias occidentales.
Bajo presión de Washington, el presidente pakistaní Pervez Musharraf obligó a Khan a renunciar a su cargo hace tres años, pero el científico es considerado un héroe nacional, y en público el mandatario lo elogió por haber creado de la nada el orgullo de la capacidad nuclear pakistaní.
Islamabad intenta hacer una distinción entre el programa oficial de armas nucleares y ciertos científicos individuales que podrían haber violado los estrictos procedimientos de control de exportaciones realizando contactos no autorizados e irresponsables con ciudadanos extranjeros.
Por el momento, Estados Unidos decidió permanecer del lado de Islamabad, su aliado en la guerra contra el terrorismo. Funcionarios de Washington declararon que no dudan de la sinceridad del gobierno pakistaní en la lucha contra el terrorismo y que creen en la afirmación de Islamabad de que no reveló secretos nucleares.
La versión de Washington e Islamabad es que todas las transacciones clandestinas se realizaron antes de que Musharraf llegara al poder, en octubre de 1999.
Estados Unidos debe conciliar su papel de gendarme de Asia meridional con su interés en la posición crucial de Pakistán como vecino de Afganistán y antiguo aliado del régimen extremista islámico Talibán, que lo convirtió en aliado estadounidense en la guerra contra el terrorismo.
No es fácil conciliar esos tres papeles. La condonación de transacciones clandestinas de Pakistán con Corea del Norte, Irán y Libia es incompatible con la agenda global de no proliferación nuclear de Washington, y además despertaría la ira de India, con la que Estados Unidos también intenta estrechar relaciones.
Lo más probable es que Washington intente convencer a Pakistán de que restrinja los movimientos de sus científicos nucleares, imponga estrictos controles a la exportación de tecnología y componentes nucleares, y aumente la seguridad de sus instalaciones atómicas.
Pero cualquier medida coercitiva podría estimular el nacionalismo, el radicalismo islámico y el sentimiento antiestadounidense. Esto podría decidir a otros países islámicos a adquirir o desarrollar armas de destrucción masiva.
La cuestión es cómo hacer que las armas de destrucción masiva se vuelvan poco atractivas e irrelevantes para la seguridad de todos los países. Estados Unidos debe responder a esta pregunta. (