La detención del ex presidente Saddam Hussein cierra un largo capítulo en la historia de Iraq, pero plantea nuevas desafíos para las fuerzas de la coalición ocupadora en sus relaciones con el pueblo iraquí.
El primero de los problemas es la posibilidad de que la detención del ex dictador provoque una ola de nuevos ataques de la resistencia iraquí contra las fuerzas encabezadas por Estados Unidos, y el segundo, qué hacer con él.
Por mucho tiempo serán recordadas las palabras del jefe de la administración civil de Estados Unidos, Paul Bremer, en la conferencia de prensa que realizó el domingo: Señoras y señores: lo tenemos, dijo a los periodistas.
Soldados estadounidenses encontraron el sábado a Saddam Hussein oculto en un escondite subterráneo a unos 15 kilómetros de su ciudad natal de Tikrit, en el norte de Iraq. En la acción no se disparó ni un tiro.
Fue un logro para Estados Unidos, pero no fue el fin de la historia de Saddam Hussein.
Las fuerzas de la coalición en Iraq y los funcionarios en Washington afirmaron en más de una oportunidad que cerrar el capítulo de Saddam Hussein era la prioridad. Y esto por dos razones principales.
En primer lugar, los comandantes militares de Estados Unidos sostenían que la detención de Saddam Hussein supondría un gran golpe para la resistencia iraquí, que provoca muertes casi diarias en las filas de la coalición.
El comandante de las fuerzas estadounidenses en Iraq, Ricardo Sánchez, dijo días atrás en conferencia de prensa que una de las razones por las que los iraquíes no ofrecen información sobre las actividades de la resistencia es porque temían ser castigados por los fieles a Saddam Hussein.
Otra razón, dijo Sánchez, es que muchos iraquíes se rehúsan a aceptar que la historia de su país cambió el 9 de abril, cuando el presidente fue derrocado por las fuerzas de la coalición.
Mientras Saddam Hussein no muera o sea detenido, muchos iraquíes no sabrán si podrán continuar con su vida y reconstruir a su país, había dicho a IPS en octubre Intifahd Qanbar, portavoz del Congreso Nacional Iraquí, un grupo opositor al régimen de Saddam Hussein que ahora integra el gobierno civil provisional.
El arresto del ex presidente iraquí el sábado podría resolver al menos el segundo de estos dos problemas, pero no los atentados de la resistencia, dijo Sánchez.
Algunos temen que, por el contrario, desate una ola de ataques contra las fuerzas estadounidenses.
Pero aparte del aspecto militar, las fuerzas de la coalición ahora afrontan un desafío político: qué hacer con Saddam Hussein.
Por meses, los miembros del Consejo de Gobierno Provisional de Iraq señalaron que querían llevar al ex presidente a un tribunal especial en Bagdad para juzgarlo por violaciones a los derechos humanos.
Pero tanto Bremer como Sánchez, en la conferencia de prensa del domingo, se negaron a hacer cualquier tipo de comentario sobre el futuro de Saddam Hussein.
Los dos funcionarios señalaron que, por ahora, el ex presidente será interrogado por las fuerzas estadounidenses, y lo demás será resuelto más adelante.
Pero menos de una hora después, el actual presidente de Consejo de Gobierno Provisional, Adnan Pacheche, decía algo diferente.
Se le va a proveer un abogado, el juicio será en Iraq y será un juicio justo, afirmó.
Esto es más fácil de decir que de hacer, y las fuerzas de la coalición parecen caminar sobre la cuerda floja.
Muchos iraquíes quisieran ver pronto a Saddam Hussein en un tribunal, pero es poco probable que sus actuales interrogadores lo dejen ir.
Los iraquíes prometen un juicio justo para el ex presidente, pero es poco probable que el sistema legal iraquí, todavía en ciernes, pueda crear un tribunal de derechos humanos competente que pueda juzgarlo.
El Consejo de Gobierno Provisional firmó la semana pasada una ley para establecer un tribunal sobre crímenes de guerra. Pero crear un tribunal especial para juzgar a Saddam Hussein costará más tiempo y dinero.