Pocas ciudades de Cuba tienen una casa como la de Ileana Sánchez y Joel Jover, que, abierta todo el día a cualquier visitante, sirve de taller y galería de arte, además de ser un buen lugar para vivir.
Pero lo excepcional no está sólo en los frescos de las antiguas paredes, la arquitectura colonial del siglo XIX, el brocal y los tinajones del patio o en los ventanales típicos de Camagüey, situada a 570 kilómetros de La Habana.
Las obras de Sánchez, Jover y de una buena cantidad de otros artistas, amigos de estos dos representantes de lo mejor de la plástica cubana contemporánea, llenan las paredes y cada rincón de la antigua vivienda.
Las cuatro jicoteas (hicoteas, pequeños reptiles) salen a comer cuando saben que acaban de servir los platos de las siete gatas. ”Estos animalitos tienen mucha mano”, dice Jover para explicar porqué todas sus gatas son cariñosas y sociables con los desconocidos.
La escalera de maderas preciosas no conduce a ninguna parte. Sobre los escalones se agrupan los libros y de lo más alto cuelga una sábana pintada por el pintor camagüeyano para la última Bienal de Artes Plásticas de La Habana.
”Aquí vivimos hace unos 10 años. Nos han ofrecido todo tipo de opciones para cambiarnos y dejar este lugar que, además de ser patrimonio, está en un lugar privilegiado, pero esta es nuestra casa”, dijo Sánchez a IPS.
La aldaba no para de sonar. Hay semanas en que la pintora ve pasar las horas conversando con turistas que llegan, miran y preguntan. ”Es muy raro el día en que puedo sentarme a pintar antes de las 10 o las 11 de la noche”, afirma.
El boom de las galerías de arte privadas en Cuba data de fines de los años 90. Los sitios existentes, sin embargo, suelen tener un carácter más comercial o son estudios entregados por el Estado a un grupo selecto de artistas.
”Me sorprendió mucho porque se puede ver muy buen arte en un lugar tan alejado de La Habana. Desde que llegué a Camagüey, todo el mundo me decía que no dejara de ir a la casa de los pintores”, contó Rafael Gutiérrez, un turista español.
Para el ensayista, novelista y poeta Roberto Méndez, la obra plástica de Ileana Sánchez, nacida en Camagüey en 1958, ha ido ganando en dimensión y peso, sin que la crítica la haya tenido en cuenta, más allá de reconocimientos incidentales.
Tras varios tanteos en busca de lo que Méndez considera ”un sello personal resistente a todo vaivén de la moda”, entre 1996 y 1997 la obra de Sánchez dio ”un vuelco definitivo” y se adentró en lo que podría llamarse una ”reinvención del trópico”.
”Una población de negros dibujada con el mismo desenfado que aprendió de los niños, juega, ama, festeja, vuela por los aires con un optimismo sin límites. No hay tipicismo, ni siquiera referencias locales”, afirma el ensayista.
Al finalizar la misa que celebró el 23 de enero de 1998 en Camagüey, el papa Juan Pablo II recibió como regalo un cuadro que lo hizo sonreír y que, según fuentes de la Iglesia Católica, ahora se atesora en la colección pontificia.
Se trataba de una pieza de Sánchez en la que dos negritos vuelan hacia un Dios sonriente desde una ciudad llena de campanarios que, asegura Méndez, recordaba los perfiles de los edificios camagüeyanos.
”Ante estas creaciones se ha hablado de arte naif o primitivo, pero no puede haber clasificación más impropia”, opinó Méndez.
Nada más alejado estilísticamente de la obra de Sánchez que la del que fuera primero su maestro y después su esposo. Nacido también en la provincia de Camagüey en 1953, Jover ha tenido cierto reconocimiento nacional, pero tampoco suficiente.
”Jover manifiesta un rechazo raigal a hacer una pintura lamida, dulzona, complaciente o superficialmente agradable. Sus cuadros no son ”bonitos” porque él (…) ama demasiado en serio a la humanidad para no atreverse a criticarla”, escribió en 1980 el crítico Gerardo Mosquera.
Méndez lo sitúa como más cercano a los expresionistas alemanes que a la tradición del ”color cubano”. En 1988, cuando expuso sus Cuadros Humanos, fue ”evidente que ha llegado a un punto muy alto en sus búsquedas”, añadió.
Las telas ”están llenas de seres mutilados, de parejas en las que el amor es una agresión, de niños agobiados por la experiencia de un hogar traumático, pintados con una soltura que no se detiene ante los colores sucios”.
Pasados más de 20 años, Jover sigue retando con cada nueva serie. Este año, La Habana se sorprendió con una muestra en la que el artista se limitó a retratar la realidad con trazos blancos sobre negro y, de vez en cuando, una bandera.
Y entre una exposición y otra, el pintor hizo este año los murales para el Parque de las Leyendas de Camagüey, y Sánchez se encargó de las pinturas y grabados que ambientan un nuevo mesón abierto en la ciudad.
Por supuesto, entre tanto trabajo también ha existido la tentación de trasladarse a residir en La Habana.
”Más oportunidades, más exposiciones, estás en contacto con todo lo que se mueve en el mundo de la plástica. Sabemos todo eso, pero al final siempre decidimos quedarnos. Aquí está nuestra casa”, afirmó Sánchez.