Fue como la peor pesadilla para Yasser Arafat. Lo último que precisaba el presidente palestino era un ataque con bomba en un área bajo su control contra diplomáticos de Estados Unidos, y eso fue precisamente lo que ocurrió esta semana.
El hecho de que en la caravana atacada viajaran funcionarios de la embajada estadounidense para entrevistar a jóvenes palestinos y entregarles becas para estudiar en Estados Unidos sólo agravó las cosas.
Arafat consideró un crimen horrendo el ataque del miércoles en la franja de Gaza, que causó la muerte a tres guardias de seguridad estadounidenses, y ordenó una investigación inmediata.
Las fuerzas de seguridad palestina arrestaron el jueves a ocho sospechosos. Enviamos a nuestros grupos de seguridad (para investigar) y desde ayer no dormimos, declaró el líder palestino a la prensa desde su sede de Ramalá.
A juzgar por la invectiva internacional provocada por el atentado, Arafat tendrá muchas más noches de insomnio.
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, culpó al propio Arafat y a su Autoridad Nacional Palestina (ANP) por el ataque, y arguyó que éste no habría ocurrido si los líderes palestinos hubieran tomado medidas hace mucho tiempo contra el terrorismo.
Mientras, jefes de Estado y gobierno europeos reclamaron la captura y el juicio de los autores del atentado.
Pero las exigencias de los líderes mundiales luego del primer ataque letal contra un objetivo estadounidense en territorios palestinos desde el inicio del conflicto con Israel, en 1967, van más allá de un reclamo de justicia.
El ataque, dicen, puso en evidencia la necesidad vital de reestructuración de las fuerzas de seguridad palestinas, lo que implicaría excluirlas del mando de Arafat, y de que la ANP reprima a los grupos armados que realizan atentado suicidas en Israel.
El atentado con bomba, que hizo volar un jeep que transportaba a los tres guardias de seguridad, resalta la necesidad vital de que la ANP reforme y fortalezca sus fuerzas de seguridad para que tales ataques no vuelvan a ocurrir, declaró Terje Roed-Larsen, enviado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Medio Oriente.
Bush fue menos diplomático: Debe haber un primer ministro con facultades suficientes para controlar todas las reformas de las fuerzas palestinas que son bloqueadas por Yasser Arafat, dijo.
Durante meses, Arafat se ha negado obstinadamente a ceder control sobre una parte significativa de las fuerzas de seguridad palestina, por temor a que esto debilite su poder.
Estados Unidos y la Unión Europea pretenden que esas fuerzas queden unificadas bajo el comando único del primer ministro y no de Arafat, para que la ANP pueda combatir eficazmente a grupos radicales como Hamas y Jihad Islámica.
Pese a su negativa pública a usar la fuerza para reprimir a esos grupos, tanto el primer ministro palestino Ahmed Qureia (llamado Abú Alá) como su predecesor, Mahmoud Abbas, se han enfrentado con Arafat por el control de las fuerzas de seguridad.
Ese enfrentamiento fue el motivo principal de la renuncia de Abbas en septiembre, y podría ser la razón de la renuncia de Qureia también, en pocas semanas.
Pero el ataque contra la caravana estadounidense podría modificar el equilibrio de poder a favor de Qureia, que exige la designación de un ministro del Interior con pleno control sobre las fuerzas de seguridad palestinas.
En las calles de Gaza y Cisjordania hay sentimientos encontrados respecto del atentado. Por un lado, el público palestino comprende el daño que significa para su causa, pero por otro siente un profundo resentimiento contra Estados Unidos, por su sesgo definidamente pro-israelí en el conflicto.
Ese resentimiento aumentó debido a las últimas declaraciones de Estados Unidos a favor de Israel. Cuando aviones israelíes bombardearon una base palestina cerca de Damasco, Siria, el día 5, Bush declaró que su gobierno habría hecho lo mismo.
Según Israel, el blanco atacado era un campo de entrenamiento del grupo radical islámico Jihad Islámica, autor del atentado del día anterior en la ciudad israelí de Haifa, que dejó 19 muertos y 50 heridos.
La semana pasada, funcionarios estadounidenses afirmaron que Israel tiene derecho a defenderse, luego del envío de tropas israelíes al campamento de refugiados de Rafah, en el sur de Gaza, para buscar túneles supuestamente utilizados para recibir armas de Egipto a través de la frontera.
La incursión israelí dejó ocho palestinos muertos, entre ellos dos niños, y más de 1.200 personas sin hogar.
Finalmente, el martes Estados Unidos utilizó su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear una resolución contraria a la construcción por Israel de un muro en Cisjordania, supuestamente destinado a impedir la entrada de terroristas suicidas a Israel.
El muro constituye una demarcación unilateral de la frontera y deja del lado israelí vastas porciones del territorio sobre el que los palestinos pretenden fundar un estado propio.
El ánimo entre los palestinos es muy hostil hacia Estados Unidos, porque ven que ese país ofrece un apoyo casi absoluto a Israel mientras ignora el sufrimiento de los palestinos, dijo a IPS Yohanan Tzoreff, un académico del Centro Interdisciplinario Herzliya, en las afueras de Tel Aviv.
El mensaje de los autores del ataque contra la caravana estadounidense es que deben cambiar su enfoque unilateralista, afirmó Tzoreff.
Líderes palestinos percibieron de inmediato el potencial destructivo del ataque. El ministro Saeb Erekat lo llamó un acto devastador que frustraría la pretensión palestina de que se envíen observadores internacionales a la región para vigilar el conflicto.
Ningún grupo reivindicó el atentado del miércoles. Temiendo una ola de represión, Hamas y Jihad Islámica se apresuraron a negar toda conexión con el ataque.
Tanto Israel como la ANP sospechan que detrás del atentado está el Comité de Resistencia Popular, un grupo surgido poco después del estallido de la última intifada (insurrección contra la ocupación israelí), en septiembre de 2000, y formado por ex integrantes de la seguridad palestina y miembros escindidos del gobernante partido Fatah, de Arafat.
Funcionarios israelíes culparon al gobierno palestino por no combatir el terrorismo. La ANP no hace nada para desmantelar la infraestructura terrorista, y sigue dando refugio a organizaciones extremistas, acusó el canciller israelí Silvan Shalom.
En el fondo, quizá esperan que el ataque fortalezca sus esfuerzos por hallar un vínculo entre los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, los ataques casi diarios contra las fuerzas estadounidenses en Iraq y los atentados suicidas en ciudades de Israel.
En otras palabras, que el enemigo en Nueva York es el mismo que en Bagdad y en Jerusalén.
Esta hipótesis le sienta bien a la administración Bush y a los neoconservadores que la respaldan, pero no significa que el ataque de Gaza vaya a cambiar sustancialmente la política estadounidense en la región.
Desde la renuncia de Abbas, a principios de septiembre, Estados Unidos casi se ha mantenido al margen del conflicto, limitándose a pronunciar palabras de apoyo a la moribunda hoja de ruta, el plan de paz para Medio Oriente concebido por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la ONU.
Es improbable que esta situación se modifique, en especial mientras Estados Unidos siga empantanado en Iraq y Bush busque desesperadamente su reelección, que alguna vez pareció fácil pero ahora está cada vez más distante.