Judith Kanzayire, una residente del norte de Ruanda, admite que su matrimonio tuvo origen en un secuestro, pero no ve nada de anormal en eso.
”¿Qué puedo hacer? Es la tradición aquí. No tengo otra opción más que aceptarlo”, dijo Kanzayire, de 29 años y con tres hijos.
Cuando se le pregunta si es feliz y si aprendió a amar a su esposo, ríe en forma estruendosa. ”Soy su esposa, y punto”, responde.
Aunque Kanzayire no sea dueña de su destino, sin duda su experiencia ha sido mejor que la de muchas otras mujeres rurales en situación similar.
Un tercio de todas las uniones originadas en secuestro terminan en el abandono de la esposa, que tiene muy escasas posibilidades de volverse a casar. El esposo puede hacer lo que le plazca, dado que tiene poder absoluto en la relación.
La historia comienza cuando una joven considerada ”buena presa”, en general de 16 a 22 años, es secuestrada por un grupo de jóvenes cuando regresa sola del mercado o de la granja y llevada a la casa de un hombre que apenas conoce.
En el camino, es golpeada y en muchos casos violada por cada uno de los secuestradores. La probabilidad de que la víctima contraiga el virus del sida es bastante alta, en un país donde más de medio millón de personas, en una población de 7,5 millones, están infectadas.
Luego de pasar varias noches con su ”esposo”, ya ningún otro hombre se casará con ella. La unión suele regularizarse varios días después, en una breve ceremonia en que el pretendiente solicita a la familia de su novia que lo perdone por haber ”robado” a su hija.
Como gesto de buena voluntad, les ofrece una vaca. El acuerdo es regado con cerveza de sorgo o de banana. Las familias no tienen más remedio que aceptar esos casamientos.
Umutara, una provincia del noreste de Ruanda, con una población de 300.000, ya no cuenta los matrimonios por secuestro, una costumbre muy extendida en esta zona pastoral.
Las autoridades locales y organizaciones no gubernamentales (ONG) condenan la práctica, pero la población en general considera que la represión de ese tipo de casamientos constituye un ataque a la tradición. Casi a diario se producen secuestros con fines de matrimonio.
La práctica es condenada por la ley como violación y conlleva penas de hasta 20 años, en virtud de una norma de 1998, pero pocas veces se aplica.
”Cuando nos enteramos de un secuestro, buscamos a los secuestradores y los arrestamos, y a veces al esposo también. Pero nos vemos obligados a liberarlos algunos días después”, contó un funcionario del departamento de investigación penal de Nyagatare, la capital de Umutara.
Grupos de defensa de los derechos de la mujer consideran que la represión no es suficiente para acabar con esta antigua práctica, sino que debe acompañarse de campañas de educación pública.
Organizaciones no gubernamentales (ONG) locales llevan adelante distintas iniciativas para promover la igualdad de géneros y hacer que los pequeños agricultores aprendan a respetar los derechos de las mujeres y niñas.
”Regularmente organizamos sesiones de educación pública para explicar los efectos perjudiciales de este tipo de casamiento”, contó Anita Nyirabera, de la ONG Hagurka.
Además de la violencia del secuestro y la cultura de dependencia del esposo, las mujeres deben vivir el resto de su vida con el estatuto de concubinas y sus hijos son considerados ilegítimos, porque pocos hombres se preocupan en legalizar esas uniones.
Para la mayoría de los agricultores, y para las propias mujeres, el matrimonio por secuestro es algo normal. Nadie les ha ofrecido argumentos convincentes para poner fin a esa costumbre, anclada en la tradición desde tiempos inmemoriales.
Los jóvenes de bajos ingresos prefieren incluso esa forma de unión, en vista del alto costo del matrimonio legal. Para casarse legalmente, un joven debe poseer al menos 200.000 francos ruandeses (unos 400 dólares), que incluye la dote y otros gastos.
”Si no hubiera secuestrado a mi esposa, estoy seguro de que nunca habría podido casarme”, dijo Charles Rutabayiru, que secuestró a su actual esposa hace varios años.
Algunas jóvenes también prefieren ser secuestradas antes que esperar por un esposo que quizá nunca llegue, en esta región de agricultura de subsistencia donde permanecer soltero es considerado una maldición para los hombres, y mucho más para las mujeres.
El alto costo de un casamiento legal también preocupa a habitantes urbanos. ”Muy pronto, las llamadas uniones libres en nuestras ciudades no serán diferentes a los casamientos tradicionales”, vaticinó Ferdinand Murara, un periodista residente en la capital, Kigali. (