IRAQ-EEUU: Política exterior perjudica a Bush en casa

La caída de la popularidad del presidente George W. Bush y el ascenso de Howard Dean, el aspirante a sucederlo más crítico de la guerra en el Golfo, son consecuencia directa del empantanamiento de las tropas estadounidenses en Afganistán y en Iraq.

El mismo mo día en que Bush aseguraba ante un grupo de veteranos de guerra que ”no habrá retirada estadounidense de Iraq”, las tropas de su país ponían fin a 13 años de presencia militar en Arabia Saudita.

Y ese mismo día, el 26 de agosto, las muertes de soldados estadounidenses desde la declaración del fin de la operación militar en Iraq, el 1 de mayo, habían superado las 138 registradas durante la propia guerra, iniciada el 20 de marzo.

A pesar de la desafiante retórica, el mandatario sabe bien que el regreso de los soldados estadounidenses a sus hogares en una bolsa negra no constituye un augurio venturoso para su gobierno.

El porcentaje de los encuestados por distintos sondeos en Estados Unidos que apoyan a Bush es ahora de alrededor de 50, bastante por debajo del 70 por ciento registrado durante la guerra. Y un cuarto de los entrevistados por la firma Gallup en agosto advirtió que deseaban el regreso de los soldados de Iraq.
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Dean, ex gobernador del nororiental estado de Vermont, es entre los dirigentes del opositor Partido Demócrata que aspiran a la presidencia el que con más ahínco se opuso a la guerra en Iraq.

Y es, también, el más popular de los precandidatos de su partido a suceder a Bush, según una encuesta entre los demócratas del nororiental estado de New Hampshire, donde se lanzarán las elecciones primarias en enero de 2004. Según este sondeo, Dean tiene 21 puntos porcentuales sobre su principal rival demócrata.

Por otra parte, el tercer pilar de la política de Bush hacia Medio Oriente —la ”hoja de ruta”, la propuesta de diálogo de paz entre Israel y Palestina que patrocina— parece zozobrar.

El gobierno israelí mantiene su política de asesinato contra dirigientes palestinos, quienes, a su vez, continúan ordenando atentados suicidas.

De hecho, el gobierno estadounidense debió afrontar la humillación de apelar al presidente palestino Yasser Arafat, a quien Bush y el primer ministro israelí Ariel Sharon han tratado de marginar, para que contenga a los combatientes.

Tal actitud implicó el reconocimiento de que el primer ministro palestino Mahmoud Abbas, cuya investidura en marzo respondió a presiones estadounidenses e israelíes, carece de la autoridad moral y de eficacia para controlar la situación en territorio árabe ocupado.

El extremismo de los neoconservadores que rodean a Bush ha chocado ante los extremistas del mundo islámico, con las tropas de Estados Unidos empantanadas en Afganistán y en Iraq, países musulmanes que Washington ”liberó” en la ”guerra contra el terrorismo” lanzada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La campaña antiterrorista se ha convertido en una guerra interminable contra un enemigo sin rostro, sin nombre y sin estado.

Los neoconservadores del gobierno estadounidense, encabezados por el subsecretario (viceministro) de Defensa, Paul Wolfowitz, se han dispuesto a reformar el mapa de Medio Oriente.

Por primera vez desde la segunda guerra mundial (1939-1945), Estados Unidos actúa como potencia que pretende cambiar la situación mundial aunque eso signifique malquistarse con los aliados que tiene hace mucho tiempo en la región.

Por otra parte, la relación de Washington con esos aliados está en entredicho por su incapacidad de acabar con la inquietud civil y con la inestabilidad en Afganistán y en Iraq.

La tensión es evidente con amigos como Pakistán, Arabia Saudita y Turquía, mientras se mantiene el enfrentamiento con enemigos tradicionales como Irán y Siria.

Una delegación de senadores estadounidenses encabezada por el republicano John McCain advirtió el 22 de agosto que Pakistán debía mejorar sus mecanismos para detener a los combatientes de Talibán que ingresan desde allí a Afganistán.

Así, los legisladores sugerían que la inquietud afgana estaba fomentada por Islamabad, un extremo rechazado por el gobierno de Pervez Musharraf.

Mientras, el subsecretario de Estado (vicecanciller) estadounidense Richard Armitage realizó una acusación similar, pero contra Arabia Saudita a fines de agosto. ”Combatientes están ingresando en Iraq desde Irán, Siria y Arabia Saudita, y esos combatientes no son detenidos en las fronteras”, aseguró.

Riyad desafió a Washington a demostrar esa afirmación. Estados Unidos, por otra parte, ”es la potencia ocupante y podría afianzar la seguridad de aquel lado”, sostuvo el portavoz del gobierno saudita Adel al Jubeir.

Otra señal del empantanamiento es la disposición ahora manifestada por Washington de constituir una fuerza de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), si bien bajo un comandante estadounidense.

Se trata de una vuelta en ”U” muy embarazosa, pues deja en evidencia el fracaso de la estrategia unilateralista y solitaria desarrollada por el gobierno de Bush en Iraq.

”Con fracasos y promesas rotas, hemos alimentado las semillas del descontenteo. Nuestra incapacidad para asegurar la paz en Iraq garantiza virtualmente a la red terrorista islámica Al Qaeda un campo fértil para nuevos reclutas”, sostuvo, en una columna al diario The Washington Post el senador demócrata Robert C. Byrd.

A menos que el gobierno de Bush revierta su política en Iraq y ponga en práctica un enfoque multilteralista, ese pronóstico podría convertirse en realidad.

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