Algunos fueron detenidos y llevados a una celda sin acusación formal. Otros sufrieron burlas, insultos e incluso ataques. Son musulmanes radicados en Estados Unidos y Canadá. Sus vidas cambiaron para siempre el 11 de septiembre de 2001.
Después de que suicidas islámicos estrellaran aviones de pasajeros contra el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono, sede del Departamento (ministerio) de Defensa en Washington, estudiantes de la Universidad de Maryland comenzaron a someter a bromas constantes al lingüista egipcio Osama Sultan.
”Siempre me estaban tomando el pelo. Me preguntaban cuándo iba a tomar clases de pilotaje de aviones”, recuerda el profesor universitario.
Al principio no le dio importancia, pero luego se dio cuenta de que nunca sería tratado igual por los estadounidenses. La única razón: se llamaba igual que Osama bin Laden, el líder islámico al que se atribuye la autoría intelectual de los ataques que mataron a casi 3.000 personas.
Ahora, Osama Sultan está considerando si, después de obtener su posgrado el año que viene, se quedará a vivir en Estados Unidos, como tenía previsto.
Otros estudiantes de origen musulmán en Estados Unidos están preocupados porque sus datos personales están en manos de agentes de inteligencia, y aseguran que sus teléfonos son interceptados y sus amigos investigados.
Los estudiantes extranjeros se llenan de temor cuando leen algunos artículos periodísticos, en especial en publicaciones de derecha, en los que se exhorta a las autoridades a seguir más de cerca las actividades de los musulmanes.
”Te sientes como si estuvieras viviendo entre tiburones”, dijo Sultan.
Unos 500.000 estudiantes extranjeros asisten a universidades estadounidenses. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, muchos deben presentarse con frecuencia ante las autoridades para comprobar que asisten a clase. El número de estudiantes árabes cayó 15 por ciento en los últimos dos años.
”No nos torturan, pero es irritante. Y si puedo encontrar un lugar donde vivir sin irritarme, me iré”, dice Sultan.
La periodista canadiense Fatima Najm recuerda bien el último viaje que hizo a Estados Unidos. Fue en enero, cuando decidió visitar la sudoriental ciudad de Miami para descansar unos días del frío de Canadá.
”Recuerdo que me desesperé cuando perdí mis documentos y un paquete de artículos que había escrito (…) Mi amiga no podía entender el pánico que me había rodeado, pero me ayudó a buscar todos los papeles perdidos, sin los cuales no habría dejado el aeropuerto”, recordó Najm en un artículo para The Toronto Star.
”Ella, rubia y de ojos azules, jamás podría comprender la indignidad que se siente al ser vista como una potencial amenaza a la seguridad nacional, cuando sólo quieres tomarte unos días de vacaciones. No se lo desearía a nadie”, añadió.
Najm, que obtuvo la nacionalidad canadiense en julio, estudia y a la vez tiene tres empleos de tiempo parcial. Es una musulmana de la rama sunita, y se considera ”moderada” en materia religiosa.
Esta peridodista cuestionó con dureza al Servicio Canadiense de Inteligencia y Seguridad por referirse en su página web a los musulmanes sunitas como ”el problema detrás del terrorismo”.
”Sin duda, hay otras mejores formas de mantener al público informado que no sea pintarnos a todos del mismo color”, señaló indignada.
”El problema con una retórica como ésta es que crea un escenario conflictivo. De esta manera, los musulmanes de Canadá nos sentiremos cada vez menos aceptados y habrá cada vez más resentimiento”, señaló.
”¿Cómo vamos a formar una identidad canadiense cohesionada cuando se popularizan estereotipos como éste? ¿Quién se va a sentir canadiense así?”, preguntó.
James Zogby se hizo preguntas similares cuando su teléfono comenzó a sonar día y noche tras los atentados en Nueva York y Washington. Zogby, fundador y presidente del Instituto Arabe- Estadounidense, fue amenazado de muerte en más de una ocasión.
”Sientes que ya no eres parte del país. Mi familiares han estado aquí desde hace 100 años. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que no reciba más de estas llamadas telefónicas”, dijo a IPS.
”Había alienación, ceguera… un sentimiento del que no puedo ser parte, del que tengo vergüenza, miedo. Siempre estaba viendo por detrás de mis hombros”, señaló.
”Luego sucedió algo extraordinario. Recibí una llamada del senador (demócrata) Ted Kennedy, quien me preguntó en qué podía ayudarme. Por varios días después de los atentados, decenas de senadores y líderes políticos me llamaron, algunos de ellos muy emocionados, preguntando cómo podían ayudarme para proteger a mi familia”, añadió.
”Luego, los medios de prensa y el público comenzaron a apoyarnos e intentaron ganar puntos ante nosotros. Tan gratuitos como fueron las amenazas, lo fueron las manifestaciones de apoyo. Me hicieron sentir que el pueblo nos decía: ‘Este es su país y nada lo va a cambiar’”, dijo Zogby.
No obstante, el dirigente acusó al Departamento de Justicia de causar muchos problemas a su comunidad luego del 11 de septiembre de 2001.
”Pero, a pesar de todo lo malo, en la balanza pesó más lo bueno. Hemos recibido un gran apoyo de las iglesias y de otras agencias del gobierno”, indicó.
”Ahora las circunstancias son diferentes. Puedes sentirlo, aunque no es fácil definirlo. Simplemente ahora no es igual que antes”, dijo Zogby. (