Walid, estudiante de Literatura Inglesa de la Universidad de Bagdad, no simpatiza con el desaparecido presidente iraquí Saddam Hussein ni es un musulmán ferviente. No responde al retrato habitual del iraquí que ataca a soldados estadounidenses, pero lo es.
Entrevistado en un café de la capital por un grupo de periodistas entre los que figuraba un enviado de IPS, Walid (nombre ficticio) asegura pertenecer a un ”grupo de resistencia” en el área alrededor de su ciudad natal, Fallujah, donde se registraron muchos de los ataques contra las fuerzas ocupantes.
”Debemos resistir a cualquiera que insulte nuestra tradición árabe”, manifestó este tímido estudiante.
Hace dos meses, un amigo suyo lo despertó para avisarle que una caravana del ejército estadounidense pasaría cerca de su casa. Otros compañeros suyos fueron informados por teléfono satelital. Walid sólo conocía a dos de ellos.
En total, seis combatientes se dirigieron al camino por donde pasarían los soldados. Walid llevaba una de las tres lanzaderas de cohetes RPG-7 y dos granadas, y vestía un equipo deportivo azul. ”No, no para camuflarme… Es mi color favorito”, sostuvo.
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Una vez que llegaron a la carretera, Walid y sus cinco camaradas tomaron posiciones y esperaron la caravana. También cargaban dos morteros. ”Estaba ansioso y preocupado por el resultado. No tenía miedo de morir”, afirmó. Su temor era errar al blanco que le fue encomendado, el último vehículo del convoy.
Cuando los cinco vehículos todoterreno Humvee y los tres o cuatro carros de combate Bradley llegaron al foco de la emboscada, Walid vio cómo su temor se hacía realidad. ”Erré y debimos cancelar toda la operación”, dijo.
Su cohete RPG explotó contra unas rocas y los soldados estadounidenses abrieron fuego. Dos compañeros de Walid fueron alcanzados por las balas. No volvió a ver a ninguno, pero está seguro de que todos lograron escapar.
Después de esta frustración, Walid no volvió a ser convocado. El cree que su grupo está observando en estos días un cese del fuego. ”Muchas de las operaciones fallaron, lo que causó problemas a la población”, dijo.
Walid había sido convocado a entrenarse con un grupo de otros recién llegados al ”grupo de resistencia” apenas cuatro o cinco días antes de la operación de junio. Nunca había manejado una lanzadera de cohetes antes, pero ese día disparó con una dos granadas ”al aire libre”.
El grupo cuenta con gran cantidad de armas y municiones, aseguró el joven. Además de las lanzaderas de cohetes RPG, Walid asegura que tienen morteros y hasta misiles antiaéreos ”bien ocultos”. Parte de ese arsenal fue adquirido por ex oficiales del ejército iraquí.
Walid solía jugar al balonmano. Tiene una figura atlética y grandes callos en sus manos. Pero no pudo presentarse a las pruebas para integrarse en la selección iraquí porque un funcionario le exigió para eso el pago de un soborno de tres millones de dinares, el equivalente a 1.500 dólares.
Esa es una de las razones por las que este joven no extraña el gobierno de Saddam Hussein. ”La mayoría de la gente no respeta el viejo régimen y no quieren su restauración”, aseguró.
El cree que los líderes del grupo que integra no son miembros del partido Baath, que gobernó el país hasta la caída de Saddam Hussein, ni simpatizantes de aquel gobierno. Pero no está completamente seguro: sus amigos en la resistencia le dijeron, simplemente, que eran ”buenas personas”.
Los soldados estadounidenses ”pasan constantemente en sus uniformes y con sus armas y tratan muy mal a todo el mundo”, afirmó Walid, quien, como muchos otros iraquíes, está particularmente molesto por el trato que se depara a las mujeres durante redadas e inspecciones. ”Las tocan y agarran”, sostuvo.
Lo que convirtió a Walid en un combatiente contra la ocupación fue, al parecer, su temporada como traductor en una base militar estadounidense cerca de Fallujah, aunque, a pesar de que estudia Literatura Inglesa, no domina ese idioma. De hecho, para esta entrevista insistió en hablar en árabe.
Al recordar sus tres días en el cuartel, una mueca invade su cara y la amargura pinta su voz. ”Decían que éramos no creyentes, que no teníamos derecho a vivir”, aseguró. Al enumerar cada insulto, Walid recordó a un sargento que calificaba a los iraquíes de ”pueblo increíble” que ”se puede ir al infierno”. Wa
El joven dejó de trabajar en el cuartel cuando unos soldados le pidieron que le acompañaran a patrullar en sus Humvees. ”Me hubiera puesto en una posición peligrosa”, sostuvo.
Después de renunciar, identificó frente a su grupo de resistencia a los iraquíes ”traidores” a los que vio hablando con soldados estadounidenses.
De todos modos, Walid indicó que la situación política había mejorado con la designación por parte de las autoridades de ocupación estadounidenses del Consejo de Gobierno Iraquí, primer paso al restablecimiento de una admistración autóctona.
Mientras, advirtió, el grupo de resistencia aprovechará su tiempo para consolidar su fuerza.