”Carandirú”, la nueva sensación del cine de Brasil que cuenta la mayor masacre de presos conocida en el país, trata de mostrar que eran humanos quienes vivían regidos por sus propias leyes en el matadero carcelario de ese nombre.
La obra del experimentado y respetado director Héctor Babenco no correspondió a las expectativas, según muchos críticos, pero ya es un fenómeno de taquilla al convocar más de dos millones de espectadores en sólo tres semanas y representará el país en el Festival de Cannes, Francia, dentro de dos semanas.
”Carandirú”, además de agradar al público, recibió un tratamiento comercial digno de una superproducción que costó 12 millones de reales (4,1 millones de dólares), un récord en Brasil aunque sea 20 o 30 veces menos de lo que gasta Hollywood en sus películas más caras.
Sólo su lanzamiento, con casi 250 copias en exhibición, y la publicidad costaron 3,2 millones de reales (1,1 millones de dólares actualmente), suma que supera el costo de producción de la mayoría de las películas brasileñas.
El filme cuenta los dramas de muchos presos en lo que fue el mayor presidio latinoamericano, antes de reconstituir de manera vertiginosa la matanza de 111 reclusos ocurrida el 2 de octubre de 1992. Son 18 los personajes principales y más de mil los figurantes.
En la Casa de Detención de la cárcel de Carandirú, en un barrio céntrico de Sao Paulo, se amontonaban más de 7.000 hombres donde sólo deberían haber como máximo 3.000. Ese complejo, luego de que las autoridades admitieran que era un absurdo inmanejable, fue desactivado en 2002 para dar lugar a un centro cultural.
La película se basa en el libro ”Estación Carandirú”, en el que el médico Drauzio Varella cuenta sus observaciones en las visitas regulares que hizo al presidio desde 1989 para prestar asistencia voluntaria a los presos.
El personaje de un médico, muy distinto de Varella por su pasividad ante los hechos, es el que sirve de hilo que encadena las historias y sucesos, al escuchar los presos o presenciar los incidentes dentro del presidio, a excepción de la masacre que irrumpe en la pantalla en los 10 minutos finales de un total de 146.
Era necesario, antes de la matanza, identificar algunos detenidos y revelar la humanidad de los criminales, que era lo que le interesaba al director. La película es sobre la gente, ”no sobre la masacre”, definió Babenco.
Las historias se suceden con los reclusos contando las razones de su prisión, en ”flash back”, en forma paralela a los sucesos que muestran como es posible constituir una comunidad y sobrevivir en el infierno, en tensión permanente. Para eso hay reglas inflexibles, con pena de muerte por el menor desliz.
Hay muchas muertes, en el pasado y en el presente. Uno de ellos es el narcotraficante Zico, que continuó la actividad en la cárcel, asesinado a cuchillazos por varios colegas después que, enloquecido por el crack (cocaína cristalizada para fumar), mató a su hermano adoptivo, también preso, echándole agua ferviente.
Zico fue sentenciado por sus pares también porque dejó de matar al drogadicto que no le pagó la droga adquirida, incumpliendo la autorización que había recibido del ”verdadero jefe de la cárcel”, un preso que dirigía la cocina.
Los servicios de cocina y limpieza son claves, ”la espina dorsal” de la Casa, según Varella. Su jefe, por lo menos en la película, es el principal factor de orden en la comunidad, el ”juez” que decide la muerte o la vida de los que violan las leyes de la comunidad encarcelada.
Todos viven en la punta del cuchillo, teniendo que cumplir las reglas de la dirección oficial y más aún las internas, no escritas, de los propios presos, según las cuales no tienen perdón los violadores, los deudores contumaces y a veces pequeñas molestias a los colegas de celda.
Otros hechos que ilustran la vida en Carandirú es la vida del mayor Carrasco, el autor de decenas de asesinatos dentro y fuera de la cárcel que se arrepintió y adhirió a una de las iglesias evangélicas que actuaban en el presidio, el ”casamiento” de un pequeño ladrón con el travesti Lady Di y la final del torneo interno de fútbol iniciada con el himno nacional y todos de pie.
La matanza final es provocada por una pelea entre dos bandas de reclusos que agitó el ”pabellón 9”, el edificio más hacinado, invadido por policías militares que tiraron sobre prisioneros indefensos, que no estaban en rebeldía y habían tirado sus cuchillos en señal de rendición.
Más de 12 años después, la masacre sigue impune. Sólo el coronel que comandó la operación fue condenado, pero espera en libertad y como diputado elegido en Sao Paulo, el juicio del recurso en instancias superiores.
Babenco, alabado por películas como ”Pixote” (sobre niños abandonados) y ”Lucio Flavio” (sobre un bandido famoso), advierte al final de ”Carandirú” que su versión se basa sólo en testimonios de los presos sobrevivientes, sin escuchar a la policía.
Sobre las historias contadas por los encarcelados, la advertencia viene de uno de ellos, el viejo Chico que se negó a contar la suya al médico, diciendo que sería ”otra mentira”. En la prisión nadie se admite culpable, todos justifican su crimen, pero nadie es inocente, observó.