IRAQ: Reveses militares restan credibilidad a EEUU

Estados Unidos no consiguió hasta ahora ninguno de sus objetivos en la guerra contra Iraq, y su credibilidad quedó debilitada por los reveses militares y políticos sufridos en 13 días de combate.

Las dudas y las disputas crecen en Washington y en Londres, su principal aliado, acerca de los principales supuestos que determinaron la estrategia bélica, mientras aumenta la preocupación mundial por la muerte de civiles y el uso de armas como las bombas de uranio empobrecido.

Estados Unidos y Gran Bretaña pretendían convertir a Iraq en un ejemplo, despojando al régimen de Saddam Hussein de sus armas de destrucción masiva, deponiendo por la fuerza al presidente y promoviendo la democracia en todo Medio Oriente.

Ninguno de esos objetivos ha sido alcanzado.

La coalición no mostró pruebas de que Iraq tenga armas de destrucción masiva y de que el régimen sólo pueda ser desarmado por la fuerza. La versión de que sus fuerzas habían ”descubierto” una fábrica de armas químicas resultó falsa.

Las fuerzas invasoras también consideraron significativo el hallazgo de máscaras antigases entre las fuerzas iraquíes, aunque por sí mismas no demuestran que Iraq tenga o piense utilizar armas químicas, ya que la mayoría de los ejércitos modernos están equipados con este tipo de equipos protectores.

La estrategia de ”conmoción y pavor”, que consiste en el uso de armas devastadoras de alta precisión para desmoralizar y derrumbar al régimen, no dio resultado. Saddam Hussein sigue en control del gobierno y no se produjeron deserciones de los altos mandos del ejército.

Que Saddam Hussein resista al asedio de la superpotencia del mundo llena de orgullo a muchos árabes.

La ”expulsión” de Hussein será una tarea mucho más ardua y cruenta de lo que imaginaron los planificadores bélicos estadounidenses. Estados Unidos probablemente termine provocando más oposición y odio en el mundo árabe, fortaleciendo así el fundamentalismo islámico.

El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, el principal aliado árabe de Washington, advirtió que la guerra contra Iraq creará ”100 nuevos Osama bin Laden” y que ”cuando termine, si es que termina, tendrá consecuencias horribles”.

Los reveses de la ofensiva militar coaligada y el número creciente de víctimas civiles le negarán a Washington la victoria rápida y relativamente incruenta que buscaba y que probablemente le habría otorgado una legitimidad a la guerra que la mayoría de sus aliados consideraban injusta e ilegal.

Los planes bélicos de Washington se basaban en cuatro supuestos. El primero era que la superioridad militar de Estados Unidos frente a Iraq produciría una victoria rápida y decisiva mediante sus armas de cuarta generación, como los misiles Tomahawk y las bombas guiadas por láser.

El segundo suponía que la estrategia de ”conmoción y pavor” paralizaría al ejército iraquí y anularía su voluntad de combatir. En pocos días, el régimen se desintegraría.

En tercer lugar, el pueblo iraquí, que ha sufrido bajo la tiranía de Saddam Hussein, se rebelaría y daría la bienvenida a las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña como sus ”libertadores”. Los chiítas del sur del país se alzarían contra el gobierno liderado por la minoría sunita.

Finalmente, Washington suponía exacta su información sobre los mínimos movimientos de los dirigentes iraquíes y de sus planes bélicos.

Pero ninguno de los cuatro supuestos resistió los hechos. El primer ataque de las fuerzas invasoras para ”descabezar” al régimen no mató a Saddam Hussein, porque los datos sobre su ubicación eran erróneos o porque las bombas no funcionaron.

El régimen iraquí absorbió los bombardeos devastadores de la primera semana de la guerra sin derrumbarse. La Guardia Republicana, con 30.000 efectivos, sigue intacta y fiel a Saddam Hussein, y la resistencia militar y civil en las ciudades del sur es feroz.

Según los planes de Washington, la meridional ciudad portuaria de Umm Qasar iba a caer el primer día. Las fuerzas invasoras declararon haberla ”tomado” nueve veces antes de que fuera realmente capturada la semana pasada, aunque aún no es considerada ”segura” por Washington.

Basora sigue resistiendo a la coalición. Iraquíes chiítas, sunitas y turcomanos combaten a los invasores no porque apoyen a Saddam Hussein, sino porque quieren defender a su país contra la agresión extranjera. Analistas de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) acusaron al Pentágono (ministerio de Defensa) de ignorar sus advertencias sobre la resistencia del régimen y la moral del ejército.

En cambio, el Pentágono se guió por la opinión del opositor Congreso Nacional Iraquí, dirigido por millonarios afincados en Occidente cuya mayoría no ha visitado Iraq en décadas.

Las informaciones brindadas por los militares de la coalición con frecuencia resultaron erróneas, imprecisas o falsas.

Las dudas sobre si era el ”verdadero” Saddam Hussein quien aparecía en televisión y las afirmaciones sobre el ”levantamiento” chiíta de Basora, una columna iraquí de ”más de 1.000 vehículos” que huían de Bagdad y la captura de un ”general” iraquí, todas resultaron infundadas.

Algunos de los 750 periodistas ”empotrados”, o sea que acompañan a las fuerzas de la coalición, se están convirtiendo en herramientas de propaganda para los ejércitos invasores.

Según la revista The New Yorker, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld insistió al menos seis veces antes del inicio de la guerra el 20 de marzo en que se redujera el número de soldados a enviar a Iraq de los 400.000 propuestos originalmente a apenas 175.000.

En la guerra del Golfo de 1991, la coalición encabezada por Estados Unidos envió a 700.000 efectivos.

”El creía tener la razón y tomó todas las decisiones. Este es el lío en el que se metío Rumsfeld”, habría dicho un funcionario del Pentágono, según The New Yorker.

El autor del artículo, Seymour Hersh, asegura que Rumsfeld subestimó la probable resistencia iraquí y no quiso aplazar la invasión hasta que las fuerzas encontraran un segundo frente de ataque alternativo a Turquía, que les negó el acceso.

Ahora, Estados Unidos está enviando 120.000 soldados más a Iraq. La prueba final del fracaso de la estrategia sería el recibimiento de las fuerzas invasoras con hostilidad en Bagdad.

Enfrentada a las tácticas de guerrilla urbana, la coalición podría recurrir a la doctrina militar convencional que supone arrasar las ciudades, con una gran mortandad de civiles no combatientes.

En Bagdad, las fuerzas estadounidenses podrían repetir una versión iraquí de lo ocurrido en la aldea de My Lai en Vietnam, cuando arrasaron con una aldea civil. Eso podría determinar el vuelco definitivo de la opinión mundial contra esta guerra. (

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