Mientras las fuerzas de Estados Unidos lanzan bombas reales sobre Iraq, otros proyectiles socavan en Washington la figura del secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld.
El jefe del Pentágono hostiga a los mandos militares, ciñe sus planes de ataque a teorías desacreditadas por oficiales con experiencia en el campo de batalla y ataca sin necesidad a aliados europeos de Estados Unidos, afirman jerarcas militares retirados y hasta dirigentes del gobernante Partido Republicano.
Muchos de quienes hoy cuestionan a Rumsfeld apoyaban hasta hace poco su radical plan de reforma de las Fuerzas Armadas, que incluye la reducción de las tropas estadounidenses y el mejoramiento de su capacidad y velocidad de despliegue en cualquier parte del planeta.
El ex jefe del Comando Central estadounidense en el Golfo Joseph Hoar, un general del cuerpo de Infantes de Marina (marines), propuso este miércoles al Congreso legislativo un análisis formal sobre la planificación y el desarrollo de la invasión a Iraq.
Mientras, los máximos dirigentes del opositor Partido Demócrata han evitado criticar al secretario de Defensa, por temor a ser acusados de falta de patriotismo en tiempos de guerra.
La excepción fueron un puñado de demócratas liberales que siempre atacaron el modo en que Rumsfeld arrastró a Estados Unidos a la guerra en Iraq.
Los adversarios de Rumsfeld todavía no lo arrinconaron contra las cuerdas, pero todo indica que el jefe del Pentágono y sus principales colaboradores, Paul Wolfowitz y Douglas Feith, nunca han estado tan aislados.
Como si nadie los criticara, los tres continúan asegurando que la guerra se desarrolla con éxito y de acuerdo con lo planificado, y que las tropas estadounidenses irrumpirán en Bagdad pronto.
La conducción militar de la invasión, el proyecto de ocupación de Iraq en la posguerra y la negativa a reconocer a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) un papel importante en esos planes son los principales focos de cuestionamiento contra Rumsfeld.
La función que se asignará a la ONU luego de la caída del régimen de Saddam Hussein es una cuestión particularmente urticante para los tradicionales aliados europeos de Estados Unidos.
La conducción militar de la guerra es desacreditada por altos oficiales retirados, como Hoar y el general Barry McCaffrey, comandante de las unidades acorazadas en la guerra del Golfo de 1991 contra Iraq. Pero también en comentarios anónimos de oficiales hoy apostados en el frente.
Al insistir en un rápido avance de infantería de Kuwait a Bagdad, los planificadores del Pentágono estiraron las columnas hasta adelgazarlas. Así, las expusieron a ataques de guerrilla, se dejaron espacios sin cubrir y se crearon cuellos de botella para el abastecimiento de las tropas, según los críticos.
Además, Rumsfeld y su plana mayor pretende imponer un plan cuestionado por algunos comandantes, diseñado para demostrar la eficacia de su pretendida reforma de las Fuerzas Armadas basada sobre el uso de armas de alta tecnología y una gran velocidad de despliegue.
La doctrina militar tradicional de Estados Unidos, en cambio, recomienda el despliegue de una fuerza de poder abrumador que cubra todas las áreas del campo de batalla.
Los expertos también indicaron que la presunción de que las fuerzas de Bagdad se derrumbarían al primer disparo reflejaba una visión errónea. Así, en lugar de avanzar sobre Bagdad, las fuerzas de Estados Unidos y sus aliados deben afrontar ahora una inesperada resistencia en todos los centros poblados.
El enemigo es muy diferente del que estábamos combatiendo en nuestros juegos de guerra, admitió la semana pasada el general William Wallace, comandante de la principal división del ejército que se dirige hacia Bagdad.
También quedó desacreditada la visión de Wolfowitz según la cual la gran mayoría de los iraquíes recibirían a las tropas estadounidenses como libertadoras. La pregunta que ese error de cálculo crea es qué naturaleza y magnitud deberá tener la fuerza de ocupación una vez que Saddam Hussein caiga.
Rumsfeld y Wolfowitz llegaron a calificar públicamente de exagerado al jefe del Estado Mayor del Ejército, Eric Shinseki, quien había afirmado ante el Congreso antes de la invasión que la ocupación de posguerra requeriría 200.000 soldados. Esta cifra parece haber quedado corta dos semanas después de iniciado el ataque.
El problema con la conducción de esta guerra es que siembra la semilla de una ocupación muy fea, sostuvo el ex embajador Chas Freeman, quien comparó la animadversión iraquí hacia las tropas estadounidenses con la sufrida por Napoleón Bonaparte en España en el siglo XIX.
Es increíble que los civiles (del Pentágono) hayan inhalado su propia propaganda sobre la bienvenida que recibirían las fuerzas estadounidenses en Iraq, sostuvo Freeman. Nadie que conozca la región (Medio Oriente) compraría jamás esa versión, agregó.
Sin embargo, nadie que conociera la región fue invitado a participar en las discusiones políticas, pues hubo una especie de exclusión cabalística de los expertos y un intento de reducir la participación de la inteligencia con la intención de sostener la política de Rumsfeld, opinó Freeman.
Los críticos de la campaña militar también atribuyen a Rumsfeld la responsabilidad por la brecha abierta entre Estados Unidos y sus aliados europeos en el camino a la guerra.
El único modo de reparar el daño es reconocer a la ONU funciones centrales en la ocupación, una perspectiva rechazada por las autoridades civiles del Pentágono que, incluso, ya propusieron como máxima autoridad etadounidense en Iraq al ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) James Woosley.
Para Rumsfeld, el papel de la ONU debe limitarse a la asistencia humanitaria, y los funcionarios del foro mundial deberán responder ante las autoridades de la ocupación estadounidense.
Lo último que necesitamos es dar la impresión de que estamos instalando un gobierno títere en Iraq, sostuvo el senador demócrata Joseph Biden, integrante del Comité de Relaciones Exteriores de la cámara alta. Biden atribuyó a Rumsfeld la autoría de la idea.
Blair romperá con nosotros por culpa de este asunto, dijo Freeman a IPS. Si intentamos consolidar una ocupación unilateral estadounidense, no solo estaremos agravando nuestros problemas políticos en Iraq y en el mundo árabe, sino que nos estaríamos aislando por completo.
Las críticas a Rumsfeld ya hicieron carne en el Congreso.
Un comité legislativo se negó el martes a otorgar al Departamento de Defensa 2.500 millones de dólares que se habrían sumado al presupuesto ya aprobado para este año, destinados a asistencia humanitaria y proyectos de desarrollo en Iraq.
Ese dinero se asignó en cambio a la Agencia de Desarrollo Internacional (Usaid), que depende del Departamento de Estado (cancillería).
Otros comités también rechazaron el pedido de Rumsfeld de 150 millones de dólares para brindar asistencia a fuerzas indígenas involucradas en la guerra contra el terrorismo declarada por Washington en 2001. La solicitud no explicaba la integración de esas fuerzas. (