En los funerales de los civiles muertos por los bombardeos en la capital de Iraq se sepulta, también, la esperanza de las tropas invasoras encabezadas por Estados Unidos de ser bien recibidas cuando ingresen en la ciudad.
Cuando los generales de Estados Unidos eligieron para invadir Iraq la táctica conocida como conmoción y pavor, quizás no tomaron en cuenta que luego de los intensos bombardeos sobre Bagdad habría funerales.
A medida que se acerca la batalla por el control de Bagdad, las procesiones para despedir a los civiles muertos en los bombardeos se convierten en un ámbito propicio para que los iraquíes manifiesten su ira y su resolución a resistir la invasión.
No solo los familiares asisten a los funerales. Todos los vecinos del fallecido concurren y guardan luto, y en medio de las multitudes se alzan a menudo puños y fusiles Kalashnikov.
Nadie se ha detenido a contar los muertos. Luego de los bombardeos, convertidos en el pan de cada día, todos esperan la nueva tragedia que caerá desde el cielo. Los hospitales no dan abasto, y la situación será aun peor cuando las tropas invasoras entren en la capital iraquí.
La población de Bagdad tiene memoria. Y los funerales son organizados de modo que a nadie se le olviden los muertos.
Las muestras de furia se hicieron frecuentes luego de los bombardeos que ocasionaron numerosas muertes de civiles. Además de la tragedia humana, esa falta de puntería ocasionará graves daños políticos y militares a los invasores.
El domingo se celebró una procesión para despedir a una mujer muerta en el hospital Al Noor. Una gran cantidad de personas se concentró en la casa funeraria para presenciar la partida del ataúd. Los familiares condujeron el cuerpo al barrio de Al Nasir, en cuyo mercado cayó el viernes el misil que la mató.
Ese día llegaban a Bagdad informes según los cuales las tropas estadounidenses y británicas continuaban su avance hacia Bagdad. Pero resulta difícil imaginar cómo serán recibidas luego de la caída del misil en el mercado de Al Nasir el viernes.
Todos en Bagdad ya han visto por la televisión las marcas de procedencia en los restos del cohete. Era un misil estadounidense. Ya nadie acusa más al presidente Saddam Hussein. Muchos entre quienes lo odiaban lo consideran ahora un compañero de desdicha.
En los próximos bombardeos y en la ocupación de la ciudad, muchos bagdadíes morirán no solo por las heridas sino por la falta de estructura hospitalaria.
Hacemos lo que podemos, dijo el cirujano Kamil Mustafá, del hospital Al Noor. Pero ningún doctor puede trabajar en estas circunstancias. Debemos operar pacientes sin darles anestesia adecuada, porque nos faltan medicamentos.
Acostados sobre las sábanas sucias que sus familiares les traen, muchos pacientes esperan morir por infecciones fáciles de contraer y difíciles de tratar.
El día en que el misil cayó sobre el mercado de Al Nasir, se formó en el hospital Al Noor una montaña de cuerpos, y los médicos debieron retirarlos uno a uno para ver si alguno tenía vida.
Y en esa ocasión se trataba de un misil que cayó en el lugar equivocado. Quién sabe qué sucederá cuando comiencen los combates en Bagdad, dijo el doctor Osama Faki. No tenemos camas, no tenemos medicamentos. Ni siquiera tenemos espacio suficiente.
Lo que sí hay en abundancia en el hospital son deudos con armas en la mano. Así que los estadounidenses quieren venir a Bagdad, dice un joven. Que vengan. Cuando vea un soldado estadounidense ya sabrán lo que haré. La familia del joven rodea a un niño que yace en cama.
La muerte está en el aire, así como el deseo de venganza.
Quizás el sentimiento predominante entre los residentes de Al Nasir (el victorioso, en árabe) no sea representativo de todo Bagdad. Quizás haya sectores entre la población de cinco millones de habitantes que esperen a las tropas estadounidenses para darles la bienvenida.
Pero eso ahora no se percibe en ningún lugar de la capital.
Y si toda la ciudad abriga la misma sed de venganza que Al Nasir, Estados Unidos y sus aliados perdieron la batalla de Bagdad aun antes de que comience.
Bagdad podrá caer, pero podría convertirse también en el cementerio de la alianza invasora, y en el de muchos de sus soldados. (