La oposición a la guerra de Estados Unidos contra Iraq unió en Irán a los reformistas con los simpatizantes de la Revolución Islámica vigente desde 1979, tradicional rival del régimen de Saddam Hussein.
El propietario de imprentas Mostafa Boroumandi ansiaba el mes pasado que Estados Unidos invadiera Iraq. Para él, así como para muchos reformistas de Teherán, la operación militar sería el comienzo del fin para los regímenes autoritarios predominantes en Medio Oriente.
Cómo pude haber pensado eso. Esto es tan trágico, y hay tantas muertes…, dijo, apenas dos semanas después de iniciada la invasión estadounidense-británica.
Boroumandi es amigo de connotados reformistas, entre ellos escritores e intelectuales que hoy coinciden con sus adversarios de la línea dura islámica, fieles al legado del fallecido ayatolá Ruhollá Jomeini, líder espiritual de la revolución. Todos sienten compasión por el oprimido pueblo de Iraq.
Los diarios reformistas como Yas-e-Nou y Hambastqi comenzaron demasiado temprano a alentar la caída de Saddam Hussein y a elogiar al líder del opositor Congreso Nacional Iraquí, Ahmed Chalabi. Ahora, ningún periodista de esos medios apuesta por el futuro de Chalabi y sus simpatizantes.
La guerra fue un sacudón para las clases altas y medias de grandes ciudades como Teherán, Estehan y Shiraz, que tradicionalmente han manifestado poca preocupación por los asuntos políticos.
A medida que se abulta la cifra de civiles iraquíes muertos en los bombardeos, la ira se apodera de personas en que nadie habría previsto esa actitud antes del 20 de marzo. Los cuestionamientos al modo en que Estados Unidos exporta su versión de la democracia se escuchan aun en los restaurantes más elegantes.
El gobierno iraní promueve manifestaciones contra la guerra, a las que asisten muchos miles de personas, hombres por un lado y mujeres vestidas de negro por el otro. A los actos concurren, entre otros, empresarios, funcionarios del gobierno, soldados en uniforme y clérigos.
Todos muestran odio hacia el Gran Satán, término acuñado por el ayatolá Jomeini para referirse a Estados Unidos.
Pero la oposición al presidente estadounidense George W. Bush no implica un crédito al iraquí Saddam Hussein. En un acto público, el orador expresó su solidaridad con el oprimido pueblo de Basora, la ciudad meridional iraquí, y su maldición a Bush, Saddam (Hussein) y al primer ministro israelí Ariel Sharon.
Algunos dirigentes políticos se refieren a la actitud de Irán hacia la guerra como neutralidad activa. Eso significa, en los hechos, asumir una postura fuerte contra la invasión estadounidense sin involucrarse directamente.
El disidente Ayatollah Montazeri, quien estuvo sometido a arresto domiciliario hace dos meses, propuso la imparcialidad en una guerra entre dos males iguales representados por Bush y Saddam Hussein.
El ministro de Relaciones Exteriores, Kamal Jarrazi, dijo que Irán sólo reconocerá un gobierno democráticamente elegido en Iraq, no uno impuesto por Estados Unidos. Otro integrante del gobierno, Mohsen Rezai, pidió democracia activa para resistir las acciones hegemónicas estadounidenses en Medio Oriente.
La ciudadanía de Irán es testigo de contradicciones inesperadas. Musulmanes tradicionales comenzaron a distanciarse de la estricta interpretación oficial de la vertiente chiíta del Islam desde hace algún tiempo. Mientras, moderados y reformistas comparten posiciones con los islámicos de línea dura.
Pero no todos piensan así. Ahmed Akbari jugaba con su hijo de 10 años en el Parque Laleh de Teherán, frente al Museo de Arte Contemporáneo, cerca de donde miles de personas participaban en una manifestación antibélica.
Los iraníes tenemos suficiente con la política. No más, dijo Akbari, quien perdió su trabajo en una fábrica y ahora conduce un taxi. Para él, es más importante hablar de cómo asegurarse un ingreso decente que del Gran Satán. (