Washington discute qué hacer en Iraq tras la guerra, y una fracción del gobernante Partido Republicano encuentra aliados en el opositor Partido Demócrata, ex funcionarios del gobierno de Bill Clinton (1993-2001).
Los neoconservadores republicanos se aliaron con otros grupos derechistas de su partido para impulsar el ataque contra Iraq, pero no lograron apoyo a sus planes de reordenamiento político de ese país y de todo Medio Oriente en la posguerra.
Las fracciones más tradicionales de la derecha republicana trabajan con objetivos más limitados, centrados en derrocar al presidente iraquí Saddam Hussein, eliminar las armas de destrucción masiva que posea, y asegurar intereses básicos de Washington en la región, desde lo económico a lo militar.
Los neoconservadores, muy vinculados con el derechista y gobernante Partido Likud de Israel, parecen haber percibido que podían encontrar puntos de acuerdo con los demócratas, tradicionalmente menos inclinados al aislamiento internacional que la derecha republicana.
Varios ex colaboradores de Clinton estuvieron entre los 23 firmantes de una carta abierta publicada la semana pasada por el neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC, por sus siglas en inglés), sobre los objetivos de posguerra.
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El exitoso desarme de Iraq, su reconstrucción y su reforma democrática pueden contribuir en forma decisiva a la democratización de todo Medio Oriente, que debe ser considerada un objetivo de primordial importancia estratégica para Estados Unidos, afirmaron.
Entre los firmantes de la carta que nunca habían tenido vínculos con el PNAC están Robert Asmus, ex subsecretario de Estado para Europa, Ivo Daalder, ex integrante del Consejo de Seguridad Nacional, Robert Gelbard, ex embajador en Chile e Indonesia, y Martin Indyk, ex embajador en Israel.
También Dennis Ross, ex jefe de asesores sobre negociaciones entre israelíes y palestinos, Walter Slocombe, ex alto funcionario del Pentágono (Ministerio de Defensa) y, por último pero con la mayor importancia, James Steinberg, viceconsejero de seguridad nacional de Clinton, quien ahora dirige estudios sobre política exterior en la influyente Institución Brooking.
Todos, los que se unieron a la coalición, los que quedaron al margen, los que se opusieron al ataque, y sobre todo el pueblo iraquí y sus vecinos, deben entender que estamos comprometidos a reconstruir Iraq, aportaremos los recursos necesarios y nos quedaremos cuanto haga falta, sostuvieron los firmantes.
Concentrarnos de antemano en las estrategias de salida y las fechas de partida socavaría la credibilidad estadounidense, y disminuiría mucho la probabilidad de éxito, alegaron.
La primera carta abierta de la PNAC fue publicada nueve días después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y desde entonces las posiciones de grupo han anticipado las opciones del gobierno en su campaña internacional contra el terrorismo, lanzada tras aquellos atentados.
El 20 de septiembre de 2001, 40 personas, casi todas neoconservadoras o de otros grupos de derecha republicanos, pidieron al presidente George W. Bush que esa campaña no apuntara sólo contra la organización Al Qaeda, acusada de los atentados, y Afganistán, que brindaba refugio al saudita Osama bin Laden, líder de Al Qaeda.
También era necesario cortar la asistencia a la Autoridad Nacional Palestina, presionar a Siria e Irán para que dejaran de apoyar al grupo libanés antiisraelí Hizbolá (Partido de Dios), y derrocar a Saddam Hussein, aunque no haya evidencia de vínculos directos entre Iraq y el ataque (de septiembre), adujeron.
En marzo de 2002, la PNAC pidió a Washington que rompiera relaciones con el presidente palestino Yasser Arafat y brindara pleno apoyo a los esfuerzos del primer ministro israelí Ariel Sharon contra el terrorismo palestino. Bush adoptó esas posiciones a fines de junio.
La PNAC fue fundada en 1997 por los neoconservadores William Kristol y Robert Kagan, y su primer manifiesto, por una estrategia de predominio mundial estadounidense basado en el poder militar, fue firmado por quienes hoy son los principales halcones del gobierno de Bush.
Entre los firmantes estuvieron el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, el subsecretario de Estado para Control de Armas y Seguridad Internacional John Bolton, y el consejero de seguridad nacional de Cheney, I. Lewis Libby.
Cheney, Rumsfeld y Bolton integran la ultraderecha tradicional republicana, pero la mayoría de quienes respaldan a la PNAC son miembros de la pequeña pero influyente fracción neoconservadora, cuyo núcleo central está formado por ex demócratas y algunos ex trotskistas que se pasaron al Partido Republicano.
Esos cambios de bando fueron una reacción al alineamiento del Partido Demócrata con el creciente movimiento estadounidense contra la guerra de Vietnam, y las condenas a Israel de la Organización de las Naciones Unidas a fines de los años 60 y comienzos de los 70.
Los neoconservadores comparten con el resto de la derecha republicana la opción por el unilateralismo en política internacional, pero se identifican mucho más con la idea de que Estados Unidos tiene una misión en el mundo, que incluye la imposición de su modelo político y económico.
En los años 90, esa fracción fustigó a otros derechistas republicanos que se oponían a actos intervencionistas de Clinton en los Balcanes y Haití, y en los últimos años criticó incluso a Bush, por no destinar más recursos económicos y de seguridad a la reconstrucción de Afganistán, tras el ataque contra ese país.
Cheney, Rumsfeld y la consejera de seguridad nacional de Bush, Condoleezza Rice, insisten en que Estados Unidos no debe dedicarse al construcción política de otros países ni al trabajo social internacional.
Pero los liberales demócratas pueden apoyar una política 'de buen samaritano' para cambiar o pacificar el Islam, comentó el analista político Charles Kupchan, del no gubernamental Consejo de Relaciones Exteriores.
En la carta de la semana pasada se sostuvo que la Organización del Tratado del Atlántico Norte y y otras instituciones internacionales pueden desempeñar un papel clave en la reconstrucción y la seguridad futura de Iraq, sin mencionar a la Organización de las Naciones Unidas.