La creciente influencia de judíos conservadores de Estados Unidos en la campaña contra Iraq y la creencia de que Israel tiene mucho para ganar en esa guerra alimentaron en Washington el debate sobre el antisemitismo y el poder del llamado lobby sionista.
La cuestión es muy delicada, porque la acusación de antisemitismo es una de las más graves que se puede hacer contra una figura pública en este país, y el ex precandidato presidencial republicano Patrick Buchanan puede dar testimonio de ello.
Buchanan nunca recuperó su estatura política desde que los principales periódicos y varios políticos consideraron antisemitas sus declaraciones de oposición a la primera guerra del Golfo (1991).
El último episodio de este debate se produjo en torno a una declaración del congresista demócrata James Moran, del estado de Virginia, quien sugirió en un foro antibélico en las afueras de Washington que los judíos están impulsando la invasión a Iraq.
Si no fuera por el fuerte apoyo de la comunidad judía a la guerra, no estaríamos haciendo esto, dijo Moran.
Los líderes de la comunidad judía tienen la suficiente influencia para cambiar el curso de los acontecimientos, y deberían hacerlo, exhortó el legislador.
Moran se vio obligado a disculparse luego de la publicación de sus declaraciones en un periódico local y señaló que su hija se convertirá al judaísmo para casarse con un judío, pero aun así, un grupo de rabinos pidió su renuncia.
Según los rabinos, la sugerencia de que los judíos quieren la guerra y además ejercen un control decisivo sobre Washington se ajusta al tradicional estereotipo antisemita promovido por militantes neonazis, que se refieren a Washington como ZOG, por las siglas en inglés de gobierno ocupado por sionistas.
De hecho, cualquier sugerencia de que los judíos estadounidenses en general están unidos a favor de la guerra (o incluso a favor del gobierno de Israel) se opone a los resultados de todas las encuestas de opinión publicadas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Los ciudadanos judíos, que en su mayoría votaron en contra del presidente George W. Bush en las elecciones de 2000, están profundamente divididos sobre la cuestión de Iraq.
Casi 60 por ciento de la comunidad judía apoya el derrocamiento del presidente iraquí Saddam Hussein, siempre que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o los aliados de Estados Unidos aprueben la acción.
Esta posición es comparable a la de la población estadounidense en su conjunto.
Además, las principales organizaciones judías también registran profundas divisiones que han imposibilitado a la colectividad forjar una posición común, como lo han hecho las principales denominaciones cristianas protestantes, que se oponen a la guerra, salvo los Bautistas del Sur.
La percepción sobre el apoyo judío a la causa de la guerra parece derivarse principalmente de la posición belicista de destacados judíos neoconservadores dentro y fuera de la administración Bush.
Los neoconservadores son políticos, analistas de medios de comunicación y académicos belicistas, hostiles a la ONU y a los procesos multilaterales en general, con gran influencia en asuntos de política exterior dentro del gobernante Partido Republicano.
Gran parte de los neoconservadores son judíos de derecha, muy vinculados con el gobernante partido Likud de Israel, y abogan para que la política antiterrorista internacional de Washington apunte contra todos los grupos y países que consideran amenazas para los intereses israelíes.
Sin embargo, se trata en su mayoría de judíos laicos, que no practican su religión.
Dentro del gobierno, los neoconservadores judíos incluyen al subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, su sustituto, Douglas Feith, y otros altos funcionarios civiles del Pentágono (Departamento de Defensa).
En el Consejo de Seguridad Nacional, se destaca Elliot Abrams, que actualmente supervisa la política sobre Medio Oriente.
El personal de seguridad nacional del vicepresidente Dick Cheney está encabezado por Lewis Libby y el próximo embajador en Turquía, Eric Edelman, ambos prominentes neoconservadores judíos.
Fuera de la administración, aquellos que han golpeado más fuerte los tambores de guerra desde el 11 de septiembre son también neoconservadores judíos, en especial Richard Perle, presidente de la Junta de Política de Defensa del Pentágono y miembro del gabinete de estrategia American Enterprise Institute.
También se destacan William Kristol, director del semanario conservador Weekly Standard; Kenneth Adelman, otro miembro de la Junta de Política de Defensa, y Charles Krauthammer, columnista del diario The Washington Post.
Varios de los compañeros de Perle en el American Enterprise Institute son destacados halcones, entre ellos Michael Ledeen (asesor del principal asistente político de Bush, Karl Rove) y Reuel Marc Gerecht.
Dentro del opositor Partido Demócrata, el senador y ex candidato a la vicepresidencia Joseph Lieberman ha sido uno de los más entusiastas promotores de la guerra.
Por otra parte, numerosos judíos estadounidenses tienen un papel destacado en el movimiento contra el ataque a Iraq.
Los rabinos Michael Lerner y Arthur Waskow, con un importante número de seguidores, se pronunciaron contra la guerra, al igual que cronistas y analistas judíos como Eric Alterman, del diario The Nation, Phyllis Bennis, del Instituto de Estudios Políticos, y el filósofo y lingüista Noam Chomsky.
Pero como las organizaciones judías están tan divididas sobre la cuestión de Iraq, la mayor parte del activismo antibélico judío tiene lugar en congregaciones locales y organizaciones comunitarias, profesionales, académicas, empresariales y de caridad.
Por esta razón, los neoconservadores de Washington, que están muy bien organizados y han trabajado juntos muchos años, tienen mayor visibilidad nacional que los judíos contrarios a la guerra.
Un segundo factor que contribuye a la impresión de que la mayoría de los judíos son partidarios del ataque a Iraq son los estrechos vínculos desarrollados por los judíos neoconservadores de Washington y el partido Likud del primer ministro israelí Ariel Sharon.
Israel no oculta su pretensión de que Saddam Hussein sea derrocado y que Estados Unidos amplíe su guerra contra el terrorismo contra sus enemigos en Medio Oriente, en particular el grupo radical islámico Hizbolá en Líbano, Siria e Irán.
Los mismos neoconservadores judíos que promueven la guerra contra Iraq se apresuraron a calificar de antisemitas las críticas europeas a la reocupación israelí de territorios palestinos en Cisjordania la pasada primavera boreal, y desde entonces reiteraron muchas veces esa acusación.
También acusaron de antisemitas a los académicos y columnistas que señalaron los documentados vínculos entre los más destacados neoconservadores judíos de Washington y el derechista Likud.
Los acusados recordaron en especial un memorando dirigido en 1996 por Perle, Feith y David Wurmser, que actualmente ocupa un alto cargo en el Departamento de Estado relacionado con Iraq, al entonces primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
El memorando proponía una estrategia para revertir el proceso de paz palestino-israelí iniciado en Oslo y transformar el equilibrio de poder en Medio Oriente a favor de Israel, empezando por el derrocamiento de Saddam Hussein.
La sugerencia de que neoconservadores judíos juegan del lado de Israel impresiona como antisemitismo, señaló en The Wall Street Journal el columnista Elliot Cohen, mientras Lawrence Kaplan, de The Washington Post, arguyó que las críticas sugieren que muchos judíos del gobierno practican una doble lealtad.
Estos comentarios provocaron una respuesta airada de Robert Novak, columnista del Post.
La semejanza en la actual política de Estados Unidos hacia Medio Oriente y la estrategia esbozada en el memorando de 1996 no tiene nada que ver con el origen étnico de sus promotores, y debería ser analizada en lugar de recibir ataques, señaló Novak. (