La creciente oposición en Occidente a los planes de guerra de Estados Unidos contra Iraq parece reflejar, como en un espejo, la supuesta fisura del mundo islámico entre una pequeña minoría de extremistas y la vasta mayoría moderada y pacífica.
Desde los ataques de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, atribuidos por Washington a radicales islámicos, expertos en política internacional estadounidenses han destacado el quiebre del mundo musulmán y desacreditado la visión de un choque de civilizaciones entre el Islam y Occidente.
La novedad es que, ahora, las divisiones internas del mundo islámico pasaron a un segundo plano ante las que sufre el mundo occidental.
Alemania y Francia, las economías más fuertes de Europa, se oponen con firmeza al plan de guerra del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, mientras altos funcionarios de Washington ya se refieren a la alianza militar de Occidente, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, como un dato del pasado.
La división se hizo aun más evidente cuando millones de personas salieron el fin de semana a las calles de las principales ciudades occidentales para manifestar su oposición a una posible invasión a Iraq.
La fractura, cada vez más expuesta, revela que la civilización a la que suele denominarse judeocristiana es hoy escenario de una gran batalla interna, en la que está en juego no solo su unidad, sino toda la arquitectura de relaciones internacionales creada tras la segunda guerra mundial (1939-1945).
El diario The New York Times dedicó el 14 de este mes dos páginas a una columna de un periodista conservador, Even Davis Ignatius, que describió la división como profunda y fundamental.
Ignatius, quien suele promover la posición del ala derechista del gobierno de Bush, mostró en su columna una repentina alarma al comparar la determinación del presidente estadounidense a dominar el mundo con la del capitán Ahab, el antihéroe de la novela Moby Dick, de Herman Melville (1819-1891).
En la novela, el obsesivo capitán Ahab destruye su barco y acaba con su propia vida para atrapar a Moby Dick, la gran ballena blanca.
El gobierno (de Bush) parece dispuesto a sacrificar casi todo – – las alianzas (internacionales) de Estados Unidos, la prosperidad y hasta la seguridad de sus ciudadanos – – en su determinación de desalojar del poder al presidente iraquí Saddam Hussein, escribió Ignatius.
El columnista rompió la homogeneidad de los simpatizantes del ala más conservadora del gobierno estadounidense, que propone la eliminación, incluso física, de los radicales musulmanes y de los gobiernos que supuestamente los respaldan y que, en palabras de Bush, tratan de secuestrar el propio Islam.
Según esa visión, Occidente debe persuadir a la mayoría islámica de que los Osama bin Laden (líder de la red radical Al Qaeda a la que Washington atribuye los atentados de 2001) destruyen y denigran su religión y sus sociedades, como escribió el columnista de The New York Times Thomas Friedman.
Pero la opinión pública europea parece cada vez más convencida de que el gobierno de Bush está llevando a Occidente a una dirección similar.
Las encuestas marcan una gran oposición del público a una guerra contra Iraq aun en los países cuyos gobiernos respaldan la operación. Un sondeo publicado por el diario The Guardian, de Londres, indica que 52 por ciento de los entrevistados en Gran Bretaña se oponen a la guerra.
Sesenta y ocho por ciento de los encuestados en Italia por la firma Eurisko la rechazan incluso con la autorización de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al igual que, según Gallup, 64 por ciento de los indagados en España, dos tercios de los de Eslovaquia y 21 por ciento de los de Estados Unidos.
En cuanto a los países cuyos gobiernos procuran una solución política a la crisis, Gallup indicó que se oponen a una guerra contra Iraq, aun con el aval de la ONU, 64 por ciento de los entrevistados en Suecia, 60 por ciento de los franceses, 59 por ciento de los rusos y 50 por ciento de los alemanes.
Dentro de Estados Unidos, 37 por ciento de los encuestados por Gallup creen que Bush tiene la potestad de ordenar un ataque contra Iraq aun sin el aval de la ONU, mientras 59 por ciento sostienen que debe consolidarse una alianza internacional antes de atacar.
También 39 por ciento de los estadounidenses entrevistados creen, como afirma el gobierno, que el régimen de Saddam Hussein tiene vínculos con Al Qaeda.
Cientos de miles de personas se manifestaron en las calles de Estados Unidos el sábado y el domingo contra los planes de guerra. Los concejos municipales de 90 ciudades – – entre ellas Atlanta, Austin, Baltimore, Chicago, Cleveland y Filadelfia – – aprobaron resoluciones contra la guerra en las últimas semanas.
El papa Juan Pablo II ha manifestado en reiteradas ocasiones la oposición de la Iglesia Católica a una guerra, al igual que el Consejo Nacional de Iglesias de Cristo, que reúne a la mayoría de las comunidades protestantes estadounidenses.
La prédica belicista del gobierno ha recibido incluso críticas del obispo de la congregación a la que pertenece el presidente Bush, la Iglesia Episcopalista, Frank T. Griswold.
Llamo al presidente Bush a agotar todas las iniciativas diplomáticas y multilaterales alternativas a una guerra. Acciones unilaterales podrían causar tensión entre Estados Unidos y otras naciones y socavar la meta compartida de erradicar el terrorismo mundial, escribió Griswold en una carta abierta.
Urjo con fuerza al presidente a actuar sólo de acuerdo con el Consejo de Seguridad de la ONU, agregó el religioso. (