Mariela Gómez es una mujer cubana convencida de que los golpes enseñan, pues así llegó a ser honesta y trabajadora, y de ese modo trata a su hija de siete años, que la obedece, pero nunca la mira a los ojos.
Esta es mi casa y esta es mi hija, dijo Gómez, una ingeniera civil de 37 años para quien un buen regaño y de vez en cuando una paliza, sin llegar a los extremos, son los mejores métodos educativos.
Su hija, como todos los niños y las niñas en Cuba, va a la escuela gratuita, tiene garantizada atención médica y está vacunada contra más de 10 enfermedades. Por eso el peligro para ella no está en las calles de su país, sino en su casa.
El maltrato infantil parece ocultarse tras las puertas de no pocos hogares de esta isla de régimen socialista, más allá del nivel educacional de los integrantes del núcleo familiar.
Investigaciones aisladas indican que este tipo de violencia puede ir de la amenaza y agresión verbal, el abuso sexual y el golpe hasta la lesión física grave, que en algunos casos puede provocar la muerte.
Sin embargo, no existen estadísticas nacionales que permitan valorar en su real magnitud un fenómeno que carece de total reconocimiento individual o público.
Los únicos datos disponibles sobre fallecimientos por maltrato infantil aparecen en un estudio sobre las causas de muerte de niñas y niños menores de un año de La Habana entre 1989 y 1993.
El reporte de esa investigación señaló que 42,2 por ciento de los fallecimientos registrados fuera de los hospitales en ese lapso habían estado vinculados al maltrato intencional o negligencia.
Pero la ausencia de cifras exactas sobre la violencia en los hogares contra niños y niñas es un problema de alcance global, según portavoces del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
La violencia doméstica afecta en América Latina y el Caribe a unos seis millones de niños, niñas y adolescentes, 80.000 de los cuales mueren en promedio cada año por esa causa, según esta agencia de la Organiazación de las Naciones Unidas.
Que el hombre considere a la mujer como su propiedad es algo más pasado de moda, pero que los hijos son propiedad de sus padres es una creencia que se mantiene todavía en el imaginario social, consideró Iliana Artiles, especialista del gubernamental Centro Nacional de Educación Sexual.
Un estudio realizado en 2000 con todos los niños de 8 a 10 años residentes en un área de salud de Santiago de Cuba, una ciudad ubicada a más de 850 kilómetros al este de La Habana, encontró claras evidencias de abuso infantil en los hogares.
El abuso físico fue admitido por 56,3 por ciento de los entrevistados, mientras que 55,7 por ciento reconoció ser víctima de agresión emocional y 16,3 por ciento de negligencia, se indicó en el resumen del estudio al que tuvo acceso IPS.
Apenas 13,8 por ciento de los menores consultados en Santiago de Cuba contaron que habían sido objeto de acciones persuasivas, aunque muchas veces éstas estuvieron precedidas por maltrato, al estilo de golpear primero y conversar después.
Los menores investigados dijeron que las madres eran quienes más los maltrataban, pegaban, zarandeaban o tiraban objetos, aunque padres y tutores también lo hacían.
Como explicación a sus actos, los adultos adujeron estrés, conflictos familiares, frustraciones, antecedentes de haber sido también ellos maltratados en su niñez, enfermedades crónicas y la mala situación socioeconómica.
Pero los autores del estudio, un grupo de especialistas en medicina, bioestadística y psicología, concluyeron que las tradiciones y reglas familiares ocultan el maltrato infantil, lo encubren y lo justifican.
Artiles, a diferencia de los criterios más generalizados, entiende que en Cuba tanto madres como padres incurren en el maltrato infantil, sólo que las mujeres tienen más roce y vínculo diario con los hijos.
Las madres reaccionan violentamente en parte como una respuesta a toda la carga que tienen desde lo doméstico, lo laboral y en la atención a los hijos, opinó Artiles, autora principal del libro Violencia y Sexualidad, publicado en 2001.
Pero los padres también castigan y para ellos a veces una mirada o una palabra es suficiente. Su actuación, incluso, se anuncia a los hijos a modo de amenaza. Deja que llegue tu papá…, suelen decir las madres.
Una consulta realizada en 2000 entre 80 adolescentes de una escuela de La Habana indicó que 88,7 por ciento de los entrevistados habían sabido de la existencia de abusos físicos y la totalidad de los que tenían bajo rendimiento escolar habían sido maltratados.
No voy a negar que a veces he sentido ganas de entrarle a golpes, pero siempre me controlo, prefiero hablar las cosas con mi hija y así ha sido desde que era muy pequeña, señaló Nadia Nodar, madre de una adolescente de 13 años.
Nodar, un oficinista de 40 años, sabe que ella no es la norma. Las madres de las amigas de mi hija me miran como si yo fuera una cosa rara o estuviera loca. Para la mayoría es más fácil imponer su voluntad y ya, comentó.
A criterio de Artiles, uno de los mitos que más incide en la invisibilidad del problema es precisamente el sentido de propiedad sobre los hijos que parece otorgar a los padres y familiares todos los derechos.
Así, muchos adultos pretenden explicar sus actos con sólo afirmar es mi hijo o yo lo parí y lo educo como yo entiendo.
Expresiones como la letra con sangre entra, los golpes enseñan o más vale una nalgada a tiempo se han inscrito en la cultura familiar cubana y pasan de una generación a otra como método educativo.
Para la especialista, los golpes sólo enseñan a reproducir un modelo de violencia. Como aprendieron que así es como mejor se educa, entonces hay personas que recurren al castigo, sentenció.