El ala más conservadora del gobierno de Estados Unidos se inspira en el espíritu imperialista que caracterizó al ex presidente Theodore Roosevelt (1958-1919), para diseñar su estrategia en Medio Oriente, en particular en Iraq.
La pelea agresiva por lo justo es el deporte más noble del mundo, reza una placa de bronce que el secretario (ministro) de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, tiene en su despacho en el Pentágono.
Esto simboliza el espíritu que anima a los halcones (ala más conservadora) del gobierno de George W. Bush, encabezados por Rumsfeld y el vicepresidente Dick Cheney.
La cita pertenece al ex presidente Theodore Roosevelt, quien se esforzó durante su gobierno (1901-1908) por consolidar el liderazgo mundial de Estados Unidos mediante intervenciones en el extranjero, en especial en América, que consideraba un territorio de expansión natural para su país.
Así, se enfrentó con Colombia por el control del canal de Panamá y defendió la política del big stick (gran palo) o mano dura hacia América Latina. Su proverbio favorito era: Habla con suavidad, pero lleva contigo un gran palo.
Hoy, más de un siglo después de su presidencia, el espíritu imperialista de Roosevelt se mantiene como el modelo para la política exterior estadounidense, tanto para los civiles en el Pentágono como para sus aliados conservadores en la Casa Blanca.
Los principios básicos de los halcones son consistentes con los de Roosevelt: la visión del mundo como lugar despiadado y la convicción de la superioridad cultural de Estados Unidos, cuya misión es civilizar al resto de las naciones, y de la fuerza como único idioma que entienden los pueblos considerados inferiores.
Incluso antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, los halcones afirmaban que gran parte del mundo estaba sumida en el caos y debía ser controlado por las potencias lideradas por Estados Unidos.
La gran tarea de desarmar tribus, sectas, señores de la guerra y criminales, un objetivo prioritario para los monarcas imperialistas del siglo XIX, amenaza con repetirse, escribió el historiador británico John Keagan.
Por su parte, el analista político estadounidense Robert Kaplan sostuvo que el principal objetivo de la política exterior (de Washington) a comienzos del siglo XXI será reestablecer el orden, debido a que muchos países tienen instituciones endebles.
Pero, de acuerdo con los halcones, la responsabilidad de Estados Unidos no termina con el control de las naciones. También debe civilizarlos.
Afganistán y otros países conflictivos ahora también reciben la luz de una administración exterior que antes era provista por el imperio británico, escribió el analista conservador Max Boot, ex editorialista del diario estadounidense The Wall Street Journal.
Boot es uno de los principales exponentes del renacimiento del espíritu imperialista. Su libro The Savage Wars of Peace: Small Wars and the Rise of American Power (Las salvajes guerras de la paz: pequeñas guerras y el surgimiento del poder estadounidense) toma a Theodore Roosevelt como modelo.
Luego de la segunda guerra mundial (1939-1945) y de la de Vietnam (1965-1975), Estados Unidos no puso en práctica su talento para llevar la bendición de la libertad a los pueblos menos afortunados, afirmó el ensayista.
Estados Unidos no debe tener temor de pelear 'las guerras salvajes de la paz' si son necesarias para ampliar el 'imperio de la libertad'. Ya se ha hecho antes, escribió el analista.
Desde que el régimen radical islámico de Talibán fue derrocado en Afganistán en diciembre de 2001, tras una guerra encabezada por Estados Unidos, el principal objetivo de Washington en su campaña para redimir a los pueblos son los musulmanes de Medio Oriente, comenzando por Iraq.
Necesitamos una reforma islámica. Creo que hay verdaderas esperanzas de que se haya una, dijo al periódico The Washington Post uno de los más connotados halcones del gobierno, el subsecretario (viceministro) de Defensa, Paul Wolfowitz, quien defendió la idea de desalojar a Saddam Hussein del poder.
Los halcones, al igual que los imperialistas del siglo XIX, ven a Medio Oriente como un desafío particular, acaso porque la consideran una región de tradición violenta y quizás hasta de cultura inferior.
Esta es una región caracterizada por la paranoia, la tiranía y la violencia, donde las diferencias se solucionan sólo con la espada, de acuerdo con el analista conservador Joshua Muravchik, del American Enterprise Institute, organización académica vinculada a Wolfowitz y a Rumsfeld.
En los siglos pasados, las pasiones salvajes y revoltosas del mundo islámico se mantuvieron dentro de límites precisos gracias a la firme y a veces ruda autoridad imperial. Estos maestros no siempre gobernaron con sabiduría, pero generalmente evitaron que la región amenazara la seguridad del mundo, escribió Boot.
Boot sostuvo que Washington debe aprender de la actitud de los británicos en el siglo XIX, y señaló que el esfuerzo de Washington luego de 1945 por distinguirse de los imperialistas del pasado sólo hicieron que el país pareciera más débil.
El poder es su propia recompensa. La victoria lo cambia todo, y en especial la psicología. La psicología en la región (de Medio Oriente) ahora es de temor y profundo respeto al poder de Estados Unidos, escribió el columnista del diario The Washington Post Charles Krauthammer.
De acuerdo con esta postura, la manera correcta de traer la civilización y la democracia a los musulmanes es a través del uso de una fuerza que inspire temor. De hecho, Boot advirtió que si Estados Unidos no se apresura a invadir Iraq, se ganará el desprecio del mundo musulmán por su debilidad.
Los halcones responden a los que exigen agotar las vías diplomáticas para resolver la crisis en Iraq, en particular a Alemania y a Francia, con las palabras del propio Roosevelt: Las palabras de los minados nunca funcionarán cuando el día demande la claridad profética de corazones valientes.
Primo en quinto grado del luego también presidente, pero del Partido Demócrata, Franklin Delano Roosevelt, Theodore Roosevelt fue un héroe de la guerra con España librada en 1898 en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Luego, fue gobernador del estado de Nueva York.
Asumió la presidencia al ser asesinado William McKinley, de quien era vicepresidente.
Ya al frente del gobierno, promovió la secesión de Panamá, hasta entonces parte de Colombia, para permitir la construcción del canal interoceánico.
También reivindicó el derecho de Washington a intervenir por la vía armada en América Latina y el Caribe y a impedir la instalación de bases militares de otras potencias en la región.