Dios es brasileño, lamenta divertido los errores que cometen los seres humanos que creó, odia hacer milagros porque le exigen gran trabajo, y busca un santo que lo sustituya mientras se toma vacaciones.
Las contradicciones se acumulan en los personajes y situaciones de Dios es brasileño, la nueva película del director Carlos Diegues, más conocido como Cacá.
Se trata del décimoquinto largometraje de este cineasta de 62 años, uno de los pocos representantes del movimiento del cinema novo de los años 60, que continúan produciendo filmes de gran repercusión.
Basada en el cuento El santo que no creía en Dios, de Joao Ubando Ribeiro, la película tiene como eje la visita de Dios a Brasil en busca de Quincas das Mulas, al que pretende santificar para hacerlo su reemplazante de vacaciones.
Pero ese Dios, a imagen y semejanza del hombre e interpretado por el canoso Antonio Fagundes, conocido actor de telenovelas, no sabe dónde encontrar a Quincas.
Confía en datos de noticieros de televisión, recortes de diarios e informaciones obtenidas de forma fragmentaria.
Esa búsqueda es el pretexto para revelar entrañas de Brasil, como ya hiciera Cacá Diegues en Bye, bye Brasil, de 1979. Ambas son películas de carretera, una fórmula que gusta al cineasta pues le permite develar un país desconocido.
Sin embargo, Dios es brasileño es una visión ligera sobre las llagas nacionales, aunque aparezcan las favelas (asentamientos marginales), la prostitución y la delincuencia.
Es, en todo caso, un retrato afectuoso de las imperfecciones y paradojas nacionales, una comedia cuyas ironías también alcanzan a la figura de Dios.
El largo camino hasta el hogar del santo Quincas lleva a Dios y sus dos acompañantes a paisajes urbanos y rurales diferentes, y a encuentros con personajes que revelan un país contradictorio, donde lo arcaico y lo moderno se combinan.
Es el caso del viejo asesino profesional que, ya en decadencia, se niega a cometer atracos para sobrevivir. Por llamarse Quinca, es confundido con el santo que busca Dios, y sufre una gran decepción cuando comprende que la divinidad no viene a encargarle ninguna muerte.
Sin la remuneración de un nuevo asesinato, lo asalta la tentación de usar su arma para otros fines. Pero robar no, pues sería contrario a sus principios.
En su gira por el nordeste y el norte de Brasil, las regiones más pobres del país, Dios cuenta con la compañía de un reparador de neumáticos, un muchacho parlanchín que critica y comenta las contradicciones de Dios, mientras huye de las amenazas de muerte de un usurero a quien debe mucho dinero.
Es el tradicional embustero, que intenta ganar algún dinero en el viaje. Pero Dios lo juzga con la mirada del cariño que Diegues prodiga al pueblo brasileño. Eres más sincero cuando mientes, dice al joven.
A los dos caminantes se suma una muchacha, Madá (por María Magdalena, la prostituta bíblica), quien intenta migrar a la meridional Sao Paulo, siguiendo el camino de millones de pobres nordestinos en busca de mejor suerte.
Aunque Madá ignora la identidad de Dios, le parece la persona adecuada para conducirla a su sueño de prosperidad.
Finalmente, la búsqueda llega a su término. Quincas es hallado en medio de un grupo de indígenas cuyas tierras fueron invadidas por hacendados en el septentrional estado de Tocantins, al borde de la Amazonia.
Pero ocurre que Quincas, bienhechor de varias comunidades, es ateo y lo proclama a gritos. No lo convencen las demostraciones de poder de Dios, quien alterna días y noches en cuestión de segundos y modifica la exuberante naturaleza circundante.
Quincas tampoco altera sus convicciones cuando se cierne sobre él la ira divina. Dios lo somete infructuosamente a tortura, casi ahogándolo en un río.
Al fin, Dios desiste de su santo y de sus vacaciones, que soñaba disfrutar observando explosiones de estrellas y galaxias. Vuelve al lugar donde llegó a la Tierra y desaparece.
La película de Diegues obtuvo buena acogida de la crítica, que la consideró un elogio a las características brasileñas, sobre todo a su capacidad de incorporar lo nuevo, manteniendo su vieja y tradicional cultura.
Pese a la miseria y otras dificultades, el filme manifiesta confianza en el futuro, en consonancia con el momento político esperanzado que vive Brasil, de la mano del nuevo gobierno presidido por el ex trabajador Luiz Inácio Lula da Silva.
En los primeros días de exhibición en 147 salas, Dios es brasileño mostró un gran desempeño.
En las tres primeras jornadas, 206.000 espectadores vieron la película, que recaudó 340.000 dólares, equivalentes a un sexto del costo total de producción. (